(dpa) – En una vivienda en Berlín fueron encontrados 1700 periquitos y en la ciudad alemana de Rottweil, 180 gatos, conejos y otros animales. Cuando los acumuladores compulsivos no acaparan objetos inútiles, sino animales, esto se conoce como «animal hoarding» o Síndrome de Noé.
La asociación alemana de protección de animales registra estos casos desde 2012 y enciende actualmente las alarmas: en 2018 el fenómeno alcanzó un nuevo pico máximo y nivel récord con 59 casos en todo el país. El año anterior habían sido 34 casos, o sea que se trata de un aumento del 74 por ciento.
En 2018 se descubrieron 3888 animales en manos de estos acaparadores, lo que también representa un número sin precedentes. A esto se suma una cifra de casos de los que la organización no tiene registro, explica la portavoz Eva Schmitz. Claramente antes de que terminara 2019, ya se habían contabilizado aproximadamente 40 casos en el año.
El 44 por ciento de los que sufren este trastorno de acaparamiento de animales son mujeres; el 30 por ciento, hombres; y el 26 por ciento, parejas o familias enteras, de acuerdo con los datos de la asociación.
Para los refugios de animales cada caso representa una carga considerable, porque los animales llegan de pronto en gran número. Muchos se encuentran en un estado miserable y a veces incluso tienen que ser sacrificados.
Los psicólogos clasifican al «animal hoarding» como una forma especial de acumulación compulsiva. «Se trata de una superposición de diferentes trastornos», explica el psicólogo germano Gerd Zimmek. Además del trastorno de personalidad, existe también un trastorno obsesivo-compulsivo. El acaparamiento de animales se manifiesta -al igual que en los otros desórdenes- a través del abandono.
«Este es un fenómeno que se construye a través de un tiempo largo», puntualiza Zimmek. Se desenvuelve con una estrecha relación con los animales, en la que los afectados se consideran amantes de los animales, o incluso sus salvadores. Un golpe personal como un divorcio o la pérdida de un cónyuge genera un vuelco en la situación.
«Los animales sustituyen a la pareja y al mismo tiempo se presenta una sobreexigencia», indica el especialista. Lo que falta en estos casos es el uso de la razón: «Reprimen el hecho de que los animales están mal. Incluso afirman que están bien».
«Trivializan, juegan al gato y al ratón con las autoridades para impedir la orden judicial y el acceso a la casa». Hasta que un día se llega al punto final «y la autoridad veterinaria está delante de la puerta porque hay mal olor, los vecinos se quejan o incluso hay peligro de epidemia», añade.
Quienes padecen el Síndrome de Noé raramente se dejan tratar mediante una terapia y con frecuencia repiten este trastorno. «Cuando un distrito prohíbe una tenencia de animales, el acaparador a menudo se muda y empieza de nuevo», informa Moira Gerlach, veterinaria de la Academia para la Protección de los Animales en Neubiberg, cerca de Múnich.
Esto también se vincula con que el acaparamiento de animales no es un cuadro clínico reconocido y que, por lo tanto, «no hay ninguna terapia financiada por seguros de salud y, en consecuencia, escasean los servicios de atención para los afectados», dice Gerlach.
Por eso, la asociación alemana de protección de los animales exige un registro central de los acaparadores de animales y una prohibición efectiva de la tenencia de animales para las personas con este trastorno psíquico.
Las personas que acaparan animales de manera enfermiza mantienen en promedio unos 105 animales, de acuerdo con un trabajo doctoral del año 2012. Otros análisis estiman incluso una cifra de 120 animales en promedio.
«Cuando esto sucede en una vivienda pequeña las condiciones de higiene frecuentemente son espantosas», expresa Gerlach, que reporta de casos recientes por toda Alemania: desde Königsmoos en Baviera, Würzburg y Colonia hasta Kiel.
«En casos muy graves incluso encontramos animales muertos en el lugar. Muchos otros están enfermos, desnutridos, tienen problemas de comportamiento y, en consecuencia, son difíciles de ubicar», detalla la veterinaria.
Por Frank Christiansen (dpa)