(dpa) – Un velo gris que cae sobre la vida. La pregunta tortuosa: «¿Para qué seguir?» Vacío donde antes quizá había alegría. Una depresión es una enfermedad psíquica, que afecta a millones de personas cada año.
Entre ellas hay muchos adultos mayores. Enfermedades, despedidas de los compañeros de toda la vida, soledad: teniendo en cuenta estas cuestiones podría parecer incluso que las depresiones aparecen con mayor frecuencia en la vejez que en la juventud.
Pero eso no es tan así. «Una depresión es menos una reacción a circunstancias de vida difíciles que una enfermedad autónoma», dice Ulrich Hegerl, profesor de psiquiatría. Las depresiones pueden aparecer a cualquier edad.
Hegerl dice que la mayoría de los adultos mayores que padecen esta enfermedad ya tuvieron fases depresivas antes en su vida.
Pero con la edad se dan algunas particularidades: «Los temas que agobian son otros que en la juventud o en la mediana edad», asegura Armin Rösl, que dirige un grupo de autoayuda y sabe: un gran tema es la soledad. «El otro es el miedo a la muerte, que con la edad aparece más frecuentemente que cuando uno aún está en la flor de su vida».
Más riesgo de suicidio en hombres
Hegerl asegura que aunque no sean más frecuentes en número, las depresiones en edad avanzada sí son más peligrosas. «Hay un aumento importante del riesgo de suicidio, sobre todo en hombres».
Y no solo eso: si un adulto mayor no sale de su cama durante días, se mueve poco y apenas bebe, eso también es riegoso para su vida, porque puede sufrir una trombosis.
¿A qué deberían prestar atención los familiares para que ni siquiera se presenten estas situaciones extremas?
Es importante estar alertas: y es que, según destaca Rösl, aunque las personas ya hayan lidiado con depresiones en su pasado, puede ser que no quieran tomar conciencia de la situación actual.
Cuando una persona se repliega fuertemente, no reacciona a los llamados y solo comunica muy poco sobre sí mismo eso podría ser una señal de alerta. También cuando la persona afectada no encuentra razón para cuidarse, lavarse y vestirse puede ser indicio de depresión.
También es típica una profunda tristeza. «El tono al hablar es más bien menor», dice Rösl. Las personas tienden a estar calladas y «lo que dicen está determinado por la tristeza».
Mejor preguntar de más
¿Qué pueden hacer familiares y allegados? Los expertos recomiendan que sí o sí hablen con la persona afectada. Aún cuando a veces sea difícil hallar las palabras correctas. «Es mejor preguntar de más, que de menos», afirma Rösl. Una frase que funciona para iniciar una conversación es por ejemplo: «Me preocupo mucho por ti porque cambiaste tanto».
El primer lugar al que acudir es luego la consulta del médico clínico. Este puede derivar a los pacientes a un psiquiatra o a un psicólogo. Los familiares pueden ofrecerse para acompañarlos a las sesiones.
Rösl dice que sobre todo cuando los síntomas de depresión aparecen por primera vez en la edad avanzada es el médico el que primero debe excluir otras causas. «¿Se presentan trastornos circulatorios o enfermedades inmunológicas o más bien se trata de un síndrome de fatiga crónica, que genera un cansancio permanente?».
Es importante analizar bien los valores de los análisis de laboratorio y la estructura cerebral, para hallar respuestas a estas preguntas. También Alzheimer u otras enfermedades relacionadas con la demencia pueden ser confundidas a veces con depresiones.
Una depresión no se puede curar, en el sentido clásico, pero se puede tratar muy bien, muchas veces combinando medicamentos y psicoterapia.
En el caso de los antidepresivos, hay que analizar bien qué preparado es el más apropiado. «Muchas veces las personas mayores ya tienen otras enfermedades y ya toman medicamentos, por lo que puede haber interacciones», dice Hegerl. De todas maneras, los antidepresivos son importantes en el tratamiento de depresiones.
«Una de las conversaciones más comunes que tengo con pacientes es explicarles que las depresiones también son consecuencia de un cambio en las funciones del cerebro y que por lo tanto en general pueden ser tratadas exitosamente con antidepresivos», señala Hegerl.
Añade que malos terapeutas a veces alientan los miedos, aconsejando no tomar ese tipo de medicación. Pero que lo más efectivo es combinar consecuentemente medicación con psicoterapia.
Hegerl señala un problema en ese sentido: «A las personas mayores se les ofrece demasiado poco la posibilidad de una psicoterapia». Y eso que muchos la aceptarían gustosos. Los médicos clínicos muchas veces ni siquiera piensan en indicar una terapia. «Eso claramente es una desventaja para los adultos mayores».
Hacer algo bueno por uno mismo
Como suplemento a la terapia y a los medicamentos, los afectados también pueden hacer algo para mitigar su malestar. Incluso, deberían hacerlo. «Solo tomar medicamentos y esperar a que pase no funciona», dice Rösl.
A las personas mayores con depresiones les puede ayudar establecer concientemente un tiempo, por ejemplo, para un paseo diario. «O puedo ir una o dos veces por semana a determinado servicio religioso», comenta Rösl. También las reuniones de adultos mayores pueden ser una cita fija.
Estructurar el calendario hace bien. Esa observación la hace Rösl también en su grupo de autoayuda: «Para algunos es el momento más importante del mes, por el que se alegran y para el que se arreglan y salen de la casa».
También los familiares que viven lejos pueden establecer estas citas fijas: «Por ejemplo, puedo acordar con mi madre que la llamo por teléfono todos los miércoles a las 18», dice Rösl.
Para los familiares es muy importante saber en qué consiste la enfermedad. A veces el entorno no entiende que alguien no logre hacer las cosas más simples. Hegerl dice: «No es mala voluntad ni es dejarse ir».
Dado que permanecer mucho tiempo en la cama puede ser negativo en las depresiones, se puede intentar motivar al afectado: «Ven, levántate, vamos a salir a tomar aire». Si eso no funciona, hay que aceptarlo y no enfadarse.
También es importante que los familiares sepan que no tienen culpa en la enfermedad ni son responsables por una curación. «Con amor solo no se puede curar una depresión como tampoco una apendicitis», apunta Hegerl.
Por Christina Bachmann (dpa)