Ámsterdam/Bruselas, 15 oct (dpa) – Patatas fritas y cerveza: esta es la respuesta que tanto flamencos como holandeses, con cierta ironía, dan cuando uno les pregunta qué es lo que les une. De inmediato, los flamencos añaden que la única diferencia estriba en que son más sabrosas en Bélgica.
Aparte de su gusto por hacer bromas sobre sus vecinos y de hablar una misma lengua, el neerlandés, Holanda y Flandes tienen en común ser este año los invitados de honor de la Feria del Libro de Fráncfort, el evento literario más grande del mundo.
Las coincidencias no terminan ahí. Flamencos y holandenses tienen curiosidad por la historia, son amantes de la lectura, disfrutan con los nuevos autores y sus escritores participan con entusiasmo en debates de actualidad.
De hecho, comparten también su mercado literario con editoriales, lectores, premios y la celebración de la semana del libro en el mes de marzo, una fiesta popular que disfrutan tanto aficionados a la lectura como autores de referencia.
Además, para ambos, Alemania constituye un importante mercado que les permite ampliar su público más allá de los 20 millones de lectores con los que cuentan en casa.
Esta es la segunda vez, desde el año 1993, que Holanda y Flandes acuden a Fráncfort. Ahora, a diferencia de los años 90, su literatura está ya establecida en Alemania. Nombres como Hugo Claus, Leon de Winter y Connie Palmen son familiares en la primera economía europea.
En la presente edición, los organizadores quieren dar a conocer nuevos autores. Así, está previsto que en la ciudad del Meno se presenten más de 450 nuevas publicaciones, una cifra récord. La joven flamenca Charlotte Van Den Broeck se encargará, junto al autor de bestsellers holandés Arnon Grünberg, de pronunciar el discurso inaugural de la feria.
Entre los novatos se encuentra también Fikry El Azzouzi. El autor de nacionalidad marroquí y flamenca cuenta en su novela «Drarrie in de nacht» la historia de una pandilla de jóvenes y su proceso de radicalización. También el escritor de origen holandés y marroquí Mano Bouzamour describe los choques culturales en su libro «De Belofte van Pisa».
A pesar de hablar un mismo idioma, los flamencos y los holandeses no comparten una misma literatura. La independencia de Bélgica de los Países Bajos en 1830 condujo también a una separación de sus letras.
«La literatura es muy importante para nuestra identidad flamenca», señala el exitoso autor Stefan Hertmans. La emancipación de los flamencos frente al antiguo predominio de los francófonos valones es uno de los grandes temas que abordan los autores y constituye un trauma de la Primera Guerra Mundial.
«Nosotros luchamos con nuestra historia, con el silencio sobre la colaboración con los alemanes», dice Hertmans.
Sin embargo, la identidad nacional apenas se podía encontrar en la literatura holandesa desde finales de los años sesenta. Esa situación cambió con los problemas actuales: las tiranteces que se registran en una sociedad multicultural, el surgimiento del populismo de derechas, la consagración de un Islam más radical y la crisis migratoria que afecta a Europa han terminado por dar una gran actualidad al tema de la propia identidad.
«La gente tiene miedo de perder su identidad», dice el autor de bestsellers holandés Tommy Wieringa. «Nos preguntamos ahora más que nunca ¿Quiénes somos? ¿Qué es ser holandés?»
Wieringa enlaza la búsqueda de la propia identidad en su novela «Estos son los nombres» con la actual ola migratoria. «Los escritores pueden ponerles nombres, caras y una historia a los refugiados», señala. Y eso también lo hace el holandés Ilja Leonard Pfeijffer en su libro «La superba», al vincular la migración con la búsqueda de la propia suerte.
Esta cuestión de la identidad une también la literatura de Flandes y de Holanda. Bart Moeyaert, el director artístico en la feria lo expresa a través de una imagen. «Compartimos la costa del Mar del Norte. El mar también es político, sólo hay que pensar en los refugiados y nos damos cuenta de que -el mar- no siempre es apacible y bonito».
Por Annette Birschel