Múnich, 25 may (dpa) – Todo comenzó con su comedia sobre las relaciones amorosas «Männer» («Hombres»). Con el estreno en cines de la película con Heiner Lauterbach y Uwe Ochsenknecht en 1985, Dorris Dörrie se hizo famosa por su aguda capacidad de observación, la ligereza de su humor y su sensibilidad para captar el espíritu de época.
A esta le siguieron muchas otras películas en las que Dörrie encontró un lenguaje cinematográfico propio con el que abordó temas como la familia, el autoconocimiento y las relaciones entre las personas. También es posible encontrar mucho de esto en sus libros. Este martes, 26 de mayo, la directora y escritora cumple 65 años.
Uno de los puntos más altos de su carrera fue su película «Kirschblüten – Hanami» («Las flores del cerezo»), de 2009, con Elmar Wepper y Hannelore Elsner.
Una película sobre la muerte y lo efímero ambientada en Japón, un país al que Dörrie se siente muy unida y que siempre tiene un papel en sus trabajos, como por ejemplo en su secuela, «Kirschblüten & Dämonen» («Cerezos en flor y demonios») o «Grüße aus Fukushima» («Recuerdos desde Fukuyima»), una película sobre la región alrededor de la central nuclear que sufrió un accidente en 2011.
Incluso una de las óperas en cuya puesta de escena trabajó, «Admeto», de Georg Friedrich Händel, la trasladó a Japón. Pero, ¿de dónde surge esta fascinación por Japón? «Ni idea por qué me atrae tanto», dijo Dörrie hace alrededor de un año al diario berlinés «Tagesspiegel».
Confesó que también hay cosas que le molestan de ese país, como su mentalidad machista y su política reaccionaria. «Por otro lado, está la gran atención a todo lo que forma parte de nuestras vidas, la inclinación a prestar la misma atención a todo. Esto, no separar las cosas entre sí, sino observarlas siempre relacionadas, tiene mucho que ver con el sintoísmo y el animismo», explicó.
Por lo general, aborda temas dolorosos. Un hombre que, tras la muerte de su esposa, viaja a Japón para cumplir con sus sueños en «Las flores del cerezo». O la rigidez emocional de las personas que deben sobrevivir en un mundo apocalíptico tras la catástrofe nuclear de Fukuyima.
Dörrie también pasó tiempos difíciles. En 1996 murió su esposo, el camarógrafo Helge Weindler, tras una difícil enfermedad. Según contaría más tarde a la revista del diario «Süddeutsche Zeitung», le llevó mucho tiempo superar esta pérdida.
«Y cuando, como deudo, uno se vuelve tan permeable, siente tanto dolor, luego se vuelve también más empático. Es el dolor el que nos vuelve personas», aseguró.
En los hechos, esta sensibilidad hacia lo humano y para los pequeños gestos que se refleja en todos sus libros y películas siempre está asociada a la diversión.
«Al igual que sus películas, la prosa de Doris Dörrie también oscila entre lo serio y lo banal, lo existencial y lo agradable, sin quedarse fija de ninguno de estos lados», escribió el diario «Frankfurter Allgemeine Zeitung» con motivo de su cumpleaños número 60.
Desde 1997, Dörrie transmite sus experiencias en el cine a los más jóvenes como profesora en la Escuela Superior de Televisión y Cine en Múnich, donde estudió ella misma en los 70.
Una de las cosas que le importa especialmente es fortalecer el rol de las mujeres en el sector, como por ejemplo mediante una cuota para mujeres en el reparto de trabajos de dirección.
También se ha pronunciado públicamente en contra del extremismo de derecha. Dörrie no tiene problemas en alzar la voz y meterse en lugares incómodos, aunque no le gusta que la encasillen, como dijo alguna vez en una entrevista.
«Al parecer siempre fui así: cada límite me desafía a superarlo o cuestionarlo. ¡Nunca encajé en ningún lado! Siempre estuve un poco en el medio», afirmó.
Por Cordula Dieckmann (dpa)