¿Por qué llueve? Porque hay muchas nubes en el cielo cargadas de agua. ¿Y por qué? Puessss, porque el agua se va condensando y acumulando en ellas y como pesa mucho cae en forma de gotas. ¿Y por qué? Porque… Espera, hijo, que miro en Google.
¿Reconocéis esta escena? Si os habéis sentido identificados es que estáis inmersos en esa maravillosa fase de «la vida pequeña», ese momentazo entretenidísimo que es la Etapa del «Por qué».
¿Cuántas preguntas puede hacer mi retoño por minuto? ¿Hay manera de salir del bucle preguntón? ¿Es normal que pregunte tanto? ¿Qué le contesto cuando pregunte por…? Sí, lo más irónico de la etapa del «Por qué» es que genera muchas preguntas en los padres. Pero calma, que hay respuesta (para casi todo).
Nos encontramos ante una etapa absolutamente normal
Paul L. Harris, psicólogo especializado en desarrollo infantil, realizó una investigación de la que extrajo que los niños entre los 2 y los 5 años pueden llegar a hacer en total unas 40.000 preguntas. (Los resultados de este estudio aparecen en el libro del propio Harris, Trusting What You’re Told: How Children Learn from Others). ¿Qué te parece?
Preguntar forma parte del proceso evolutivo natural de nuestros hijos, y su función es la de seguir con su (alucinante) desarrollo cognitivo. Cuando son más pequeños descubren y exploran el mundo a través del tacto, la vista, el oído y hasta del gusto (ya sabemos lo tendentes que son a llevarse cosas a la boca). A partir de los 3 añitos, (aproximadamente, ya sabéis que en estas cosas del desarrollo nos movemos en franjas de edad) se abrirá la veda del «Por qué», «Cómo», «Cuándo»… Vamos, que se convierten en mini-periodistas de la vida (aunque a veces parezcan más bien fiscales generales sometiéndonos a un interrogatorio sin piedad).
¿Por qué sucede?
Los peques están en constante desarrollo y en esta etapa, en la que el lenguaje se va asentando, quieren más: más lenguaje y más conocimientos. Están sentando las bases del mundo, entendiéndolo. Por eso mismo esta etapa es tan importante. Además, una manera por la que los peques aprenden es a través de facilitadores, guías, y esos somos nosotros, los papis, así que nuestro papel en esto, como no podía ser de otra manera, es crucial.
Los padres tienen un papel importantísimo en esta etapa
La verdad es que puede llegar a ser agotador y abrumador: después de todo un día de trabajo, casa, tareas, etc. nos llegan con preguntas sin fin, y nuestro cerebro y nuestra paciencia a veces no dan más de sí. Sin embargo, como decía antes, esta etapa es de gran importancia, tanto por las propias preguntas (y por el hecho de preguntar) como por la manera en la que las abordemos y atendamos nosotros.
¿Y cómo lo hacemos?
•Contestar de manera natural. No hace falta que emplees tecnicismos ni recurras a teorías complicadas (ay, el afán de dar información precisa a veces nos hace meternos en unos jardines… ¿verdad?): responde adaptando tu lenguaje al del peque, pero por favor, sin usar un «habla infantilizada». El uso de diminutivos, eufemismos y «palabros inventados», por muy monos que nos parezcan o por mucho que nos dé la sensación de que así nos va a entender mejor, de verdad, de verdad, no sirve para nada bueno.
•No ridiculizarlo. Está claro que si te sale con un «Mamá, ¿por qué tú no tienes huevos?» te va a dar la risa, pero intenta que no sienta que te ríes de él/ella. Piensa que está descubriendo todo, formando ideas, ordenando su mundo, así que no hay «pregunta tonta», todas son igual de importantes, aunque nos parezcan un tanto descabelladas.
•Lo ideal es estar siempre dispuesto a responder a sus preguntas, pero si hemos entrado un poco en bucle y/o hay algo que hacer y no podemos seguir con «la charla», vamos a explicárselo al niño: Cariño, vamos a parar un momento de hacer preguntas porque vamos a hacer tal o cual cosa, pero luego o mañana podemos seguir con ello, ¿te parece?. De esta manera no estamos inhibiendo su curiosidad, sino que le damos entender que es algo positivo, pero que ahora, por la circunstancia X, tenemos que parar un momento.
•No hay tema del que no se pueda hablar. Puede parecernos que hay temas que no son «aptos» para los peques, pero si nos pregunta, desviar la atención o evitar el tema hará que lo perciba como negativo, secreto o «malo» (y por tanto interesante a tope o angustioso). No es el tema lo que hay que evitar, sino elegir bien qué información le damos y cómo se la damos. La sexualidad, por ejemplo, es un tema que suele dar mucho reparo, pero es absolutamente necesario que abordemos si preguntan: con ello lo normalizamos y además nos aseguramos de que la información que reciben es adecuada. Cuando los peques no tienen «datos» lo que hacen es rellenar con la imaginación, y eso no siempre es positivo, sobre todo en temas que pueden generar angustia, miedo, inseguridad, como puede ser la muerte.
Si pregunta es porque tiene dudas o quiere/necesita saber. No le niegues una respuesta.
•¿Por qué a veces parece que pregunta por llamar la atención pero que en realidad «pasa» de la respuesta? La evidencia científica sugiere que los peques hacen tantas preguntas no para obtener atención, como podría pensarse, sino por pura curiosidad intelectual. Están en pleno desarrollo, y esta es una vía para aprender del mundo. Es cierto que en ocasiones puede ser para que les prestemos atención, pero aún en esos casos, en el fondo, es «hambre de conocimiento».
•Contestar a su pregunta con otra pregunta. ¿Y tú por qué crees que es? ¿Para qué crees tú que sirve? Sentirá que «sabe cosas» y que apreciamos sus conocimientos y su opinión, y eso es fenomenal para su autoestima.
¿Y si no sé qué contestar?
A veces nos hacen preguntas que nos pillan un poco fuera de bolo, y no tenemos la menor idea de qué responder. Un estudio realizado en 2013 constató que 9 de cada 10 madres han consultado en internet para dar respuesta a las cuestiones de sus hijos. Así que si tú también lo has hecho, calma de espíritu: no estás solo/a. Si no sabes la respuesta no pasa nada, dile la verdad, reconócelo sin darle importancia y anímale a que busque, contigo, información. De esta manera le estamos transmitiendo que no es malo no saber algo, que hasta los mayores desconocemos cosas, pero que lo «chachi» es buscar respuestas y aprender, siempre, y si es juntos, mejor que mejor.
Esta etapa es una fuente valiosísima de oportunidades
Lo que hace tu hijo/a no son sólo preguntas, es mucho más. Esta etapa nos proporciona la oportunidad de, por ejemplo:
•Relacionarnos con nuestro hijo, interactuar con él, charlar, y por tanto conocerle y que nos conozca mejor.
•Fortalecer y reforzar esa curiosidad innata suya (tan necesaria, tan importante).
•Servir de guía en su aprendizaje.
•Abordar ciertos temas. Como decía antes, puede que haya temas que realmente no sepamos cómo afrontar o que nos de reparo poner sobre la mesa: su preguntas van a ser la oportunidad perfecta para hablar de ello.
•Introducir nuevos conceptos y palabras en su vocabulario
•Reforzar su autoestima: si se siente escuchado y valorado, si elabora sus teorías sobre el mundo gracias, entre otras cosas, a nuestras respuestas, se va a percibir como «eficaz» y con conocimientos que puede compartir, y eso es maravilloso.
¡Es todo ventajas!
La verdad es que esta etapa puede ser agotadora, pero aunque haya días en los que te deje el cerebro seco recuerda que es tu responsabilidad y que, en realidad, mola un montón charlar con ese pequeñajo que hace tantas preguntas.
La noticia «La etapa del Por qué: cómo responder a las constantes preguntas de los niños» fue publicada en Bebés y más.