(dpa) – Todo sucedió mientras Bhadai Tharu, conservacionista de tigres nepalíes, estaba cortando la hierba en el bosque con más de un centenar de otros aldeanos. Tharu quería reparar el techo de su casa con la hierba, como tradicionalmente se hace todos los años. Entonces, de la nada, apareció el felino en peligro de extinción y por cuyo hábitat el conservacionista patrulla todos los días.
«De repente, el tigre saltó sobre mí y me golpeó tan fuerte que durante unos segundos llegué a perder el conocimiento», relata Tharu a dpa. «Y cuando desperté, todavía me estaba empujando con sus garras».
Cubierto de sangre, luchó con el tigre. Otros aldeanos acudieron en su ayuda y pudieron ayuentar al animal.
«Pensé que iba a morir», cuenta Tharu. «Todos pensaron que iba a morir porque rara vez se sobrevive al ataque de un tigre», insiste.
Tharu perdió un ojo, pero los médicos pudieron salvar su vida. Eso fue hace 16 años. A pesar del ataque, en el que poco faltó para que le costara la vida, el conservacionista decidió seguir dedicándose a proteger a los tigres de los cazadores furtivos.
Estos cazadores suelen vender partes del cuerpo del animal ilegalmente a China, donde son apreciados como adornos o ingredientes de la medicina tradicional.
La labor de Tharu y las personas dedicadas a evitar que se extinga este animal ha tenido éxito en Nepal y otras partes de Asia meridional, donde el número de tigres está aumentando, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
Hace diez años, estos países, junto con otras naciones del sudeste asiático con poblaciones de tigres, a las que también se sumaron Rusia y China, acordaron duplicar el número de los grandes felinos en peligro de extinción en la naturaleza para el año chino del tigre en 2022.
La India, que según los defensores de los derechos de los animales tiene con mucho el mayor número de tigres del planeta, ya ha alcanzado este objetivo, con una población actual de poco menos de 3.000 animales, señala el WWF.
Pero en un mundo en el que cada vez hay menos tierras vírgenes y más gente, el éxito también tiene su lado oscuro. «Los conflictos entre los humanos y los tigres aumentarán en el futuro», asegura sin atisbo de dudas Kathrin Samson, experta en tigres del WWF.
Tharu es consciente de ello y lo vive en su propio pueblo. Recientemente tuvo que ahuyentar varias veces con antorchas encendidas a los tigres que se acercaron a las viviendas.
Los tigres suelen atacar a la gente cuando ellos invaden en su hábitat, explica Samson, citando como ejemplos cuando la gente recoge leña en el bosque protegido, cuida de los animales de granja que pastan, cazan o, como le sucedió a Tharu, cortan hierba. En los safaris de tigres, los animales tienden a atacar cuando los grupos no mantienen la distancia mínima.
Rara vez los tigres han atacado a las vacas, que, como animales de granja, son más fáciles de cazar que los animales salvajes. Pero en los raros casos en que un tigre mate a una persona, a menudo la única opción para los conservacionistas es atrapar o ultimar al animal en cuestión.
«La voluntad de la población local de proteger a los tigres puede cambiar rápidamente si ello se hace a su costa», apunta el coordinador del Programa Integrado de Conservación del Hábitat del Tigre de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), Sugoto Roy.
En los países con poblaciones de tigres, sus residentes han matado a menudo tigres que antes habían acabado con la vida de uno de los suyos.
Pero mientras que el depredador se percibe como una molestia en el sudeste asiático y el número de tigres está disminuyendo o estancado, los habitantes de países de influencia hindú como la India y Nepal están más abiertos a la protección de este animal, señala Samson.
En ambos países, los gobiernos son conscientes de la importancia de los tigres para el turismo interesado en la vida salvaje. En la India, la caza del tigre fue prohibida en la década de 1970.
Las áreas protegidas también están bien aseguradas contra la acción de los cazadores furtivos y por otra parte, explica Roy, los indios tampoco suelen cazar las presas de los tigres debido a la amplia tradición vegetariana del país. Asimismo, las personas que pierden a familiares por culpa de los tigres reciben rápidamente una indemnización.
Pero esto no sucede en todas partes. En algunas partes de Bangladesh, por ejemplo, los ancianos rechazan e incluso expulsan de la aldea a las viudas cuyos maridos han muerto por el ataque de un tigre.
A las viudas se las llama «desafortunadas» y existe la creencia popular de que la muerte del marido es un castigo por una ofensa cometida por su esposa.
Pero incluso en lugares donde el WWF dice que la población de tigres está disminuyendo, hay conflictos entre los animales y los humanos.
En la isla indonesia de Sumatra, por ejemplo, donde los hábitats de los animales a menudo se convierten en plantaciones de aceite de palma, unos lugareños encontraron en diciembre del año pasado los restos desmembrados de una joven.
Según informaron los medios de comunicación, ella había ido a nadar cerca de una zona forestal protegida en la que habita el tigre de Sumatra, una especie rara.
Lamentablemente un tío de la víctima dijo al portal Kompas.com que anteriormente había encontrado un tigre de aproximadamente dos metros de largo en un cafetal y había logrado auyentar al animal.
Para reducir estos conflictos, el WWF y otras organizaciones han puesto en marcha proyectos para evitar que la gente tenga que entrar en los hábitats de los tigres, dándoles estufas de gas para que no tengan que recoger leña e instruyéndoles sobre las rutas naturales de estos particulares felinos.
Por Anne-Sophie Galli (dpa)