(dpa) – El surf está en auge en Nueva York, pese a que no tenga palmeras ni olas gigantes y a las numerosas alertas por tiburones. Una de las estrellas locales es Lou Harris, que entrena gratis a niños, creó un club para surfers negros y lucha contra el racismo.
Harris llegó al surf casi por casualidad. «Tenía 33 años, justo había dejado ya la patineta y no sabía qué hacer porque me estaba poniendo viejo, mi cuerpo me fallaba. Y entonces llegué a las playas de Rockaway y vi como la gente hacía surf y de inmediato supe que también quería hacer eso».
Harris se compró una tabla de surf usada, se sentó en la playa con una cerveza en la mano y se puso a observar a los otros surfistas mientras tomaba notas. Y así durante días, semanas, hasta que sintió que había comprendido cómo funcionaba el arte de domar las olas.
«Mi novia de entonces estaba totalmente celosa porque lo único que me interesaba era surfear», recuerda.
Entretanto, Harris tiene hoy 50 años y hace tiempo que se mudó a Rockaway, una península de su Queens natal, cerca del aeropuerto John F. Kennedy. «Me gustaba tanto que no quise tomar el metro de regreso».
Rockaway, severamente dañado por el huracán Sandy en 2012, es uno de los barrios más pobres de la metrópoli. Hay muchos edificios de varios pisos y sencillas casas de maderas.
Gracias a sus extensas playas de arena, Rockaway registra desde hace unos años un proceso cada vez más intenso de gentrificación, con hoteles de lujo, elegantes puestos en la playa con tacos de pescado y «iced latte» y coloridas bicicletas que circulan por su paseo marítimo.
Desde Manhattan hay que viajar cerca de una hora en la línea A del metro hasta estas playas. Cuanto más cerca, más gente con tablas de surf sube al subterráneo.
El surf se practica en las olas frente a Rockaway, el único lugar de Nueva York donde está oficialmente permitido, desde hace ya muchos años.
Según relata la leyenda, Duke Kahanamoku, el inventor del surf moderno de Hawái, pasó por el barrio neoyorquino de Queens en 1912 y fue el primero en cabalgar las olas de la península.
En Rockaway no hay playas con palmeras ni olas gigantes. Es más, en invierno la arena se cubre de nieve. Pero según afirma Harris, «es el único lugar en el mundo en el que se puede ir a surfear un par de horas y luego tomar el metro para ir a ver una obra en Broadway».
«Y la gente aquí es muy ecléctica, una mezcla de todo», asegura.
Cuando Harris comenzó a surfear, raramente veía a personas negras como él en el agua.
Cuando volvía a casa con su traje de neopreno y su tabla de surf bajo el brazo, siempre alguien -a menudo jóvenes adolescentes afroamericanos- le gritaba: «Los chicos negros no hacen surf». Esto le molestó al principio, dice Harris, pero también le hizo pensar.
«¿Por qué te enoja esto? Estos niños simplemente no tuvieron las mismas posibilidades que tú», le dijo su madre, según recuerda. Harris creció en condiciones acomodadas, aprendió a nadar de muy pequeño y más tarde tuvo su piscina propia en casa.
Las clases de natación suelen ser muy caras en Estados Unidos y millones de niños no aprenden a nadar, las minorías étnicas se ven afectadas de forma desproporcionada.
Cuando Harris se entera de un incidente en el que un niño de 13 años prende fuego a un colchón en Coney Island, un distrito playero de Brooklyn, alegando el aburrimiento como motivo y provocando un incendio que causa la muerte de un agente de policía, su decisión está tomada: dar clases de natación gratuitas para niños en Rockaways. «Solo quería mantener a los niños ocupados».
En esa misma época, Harris se entera de la existencia de un club para surfistas negros en la costa oeste y funda una filial en la costa este, «Black Surfing Association East Coast».
Harris dice que en los últimos 15 años enseñó surf a más de 200 niños de toda Nueva York y más allá y a muchos les proporcionó sin coste tablas de surf, equipamiento y de vez en cuando también comida.
«A menudo he hecho también tareas escolares con ellos, y he hablado sobre la vida. Les digo a estos chicos: ¡no malgasten el dinero de vuestros padres! No se limiten a pasar el rato y a beber. Terminen su educación y luego podrán salir de fiesta y tomar una copa», señala.
Durante mucho tiempo, Harris trabajó a tiempo parcial como portero en el elegante Upper East Side de Manhattan, pero gracias a la atención de los medios de comunicación y a las donaciones, ahora puede centrarse en el entrenamiento de surf.
Harris ha «reinventado el surf», escribió el «New York Times». «Ha hecho que las olas de Nueva York sean más inclusivas», comentó la revista «Vice».
Entretanto, Harris asegura que ahora ve más surfistas afroamericanos en el agua.
Cuando estallaron las protestas contra el racismo y la violencia policial en todo el país tras el asesinato de George Floyd, los miembros de su club de surf salieron en solidaridad al agua en un «paddle out».
Pese a sus problemas en las rodillas, Harris entra casi todos los días al agua para dar clase, ahora casi siempre con su esposa y su hija.
Este verano boreal, los avistamientos de tiburones han causado un gran revuelo en repetidas ocasiones y las playas de Rockaway y otras de la zona de Nueva York fueron cerradas por seguridad.
Harris dice que esto les genera nervios a los niños, pero no a él. «Este es también el hábitat de los tiburones, pero están mucho más afuera. No me preocupa eso», asegura el veterano surfista. «Trato de atrapar las olas y eso es como una terapia».
Por Christina Horsten (dpa)