Moscú/Sochi, 5 jul (dpa) – Rusia y Sochi: el bello balneario a orillas del Mar Negro es otra vez epicentro deportivo para el país anfitrión del Mundial de fútbol. Pero el lugar donde la «Sbornaya» quiere escribir historia el sábado ante Croacia tiene también un lado sombrío por los escándalos de doping del deporte ruso.
Para el partido de cuartos de final, Sochi espera a unos 6.000 hinchas movilizados en trenes por la federación de fútbol rusa desde Moscú, San Petersburgo o Rostov del Don, en busca de concretar el sueño de volver a unas semifinales mundialistas por primera vez desde 1966, cuando la entonces Unión Soviética llegó a esa instancia.
Con ello, la gran fiesta rusa volverá a Sochi cuatro años después de los Juegos Olímpicos de invierno. A un lugar, «que representa como pocos las dos caras de la ambición del deporte ruso», como recordó el diario «Kommersant».
Por un lado, el presidente Vladimir Putin construyó en la ciudad balneario una nueva Rusia, a imagen y semejanza del zar Pedro el Grande, el fundador de San Petersburgo. Gracias a sus modernas instalaciones deportivas Sochi alberga en tanto un Gran Premio de Fórmula 1.
Pero, por otro lado, a la lluvia de medallas para los anfitriones de los Juegos de 2014 le siguió el escándalo masivo de doping que tiene la imagen del deporte ruso hasta hoy por los suelos.
«Sochi es para muchos el símbolo de un posible fraude organizado por el Estado», advirtió el periódico deportivo «Sport Express».
Y si el Mundial ruso representa para el Kremlin la oportunidad de mostrar una nueva cara al mundo con un equipo de futbolistas libres de sospechas, Sochi también incluye un riesgo: que la «Sbornaya» fracase justo en la escena del crimen del doping. Un adiós cargado de simbolismo.
«Para los hinchas rusos, Sochi refleja los problemas del fútbol local», cree el periodista deportivo Vladimir Rausch. El estadio Fisht, con capacidad para 45.000 espectadores y construido con unos costos de más de 800 millones de dólares, no tiene un club propio. Sin el Mundial, en el Fisht no habría fútbol.
El Estado ruso quiere cambiar eso. Para evitar el abandono después de los seis partidos mundialistas -entre ellos partidazos estelares como el Portugal-España o el Alemania-Suecia de la primera ronda-, las autoridades han previsto que el Dynamo San Petersburgo, de la Segunda División, se mude tras el torneo a orillas del Mar Negro desde el Golfo de Finlandia, a unos 2.000 kilómetros de distancia.
Los planes dejan sin embargo escépticos a muchos. «Es poco probable que el Fisht se llene en partidos contra el Tom Tomsk o el Fakel Voronezh», señaló Rausch.
Sochi, sin embargo, es un proyecto bandera para el nuevo orgullo ruso después del traumático final de la Unión Soviética en 1991. El Kremlin quiere mostrar ahí su fuerza renovada y sus nuevos atractivos. La arquitectura tiene mucho de un lugar de vacaciones, mientras que las inmensas instalaciones del Parque Olímpico brillan con luces de colores. Los detractores de Putin hablan de gigantismo.
El futuro de Sochi es importante para la nueva Rusia. Por ahora, el sector hotelero reporta buenas cifras de visitantes en las sedes de deportes de invierno Roza Jútor y Krasnaya Poliana, y muchas empresas de turismo esperan que los turistas rusos descubran los atractivos locales en medio de las tensiones políticas con los países occidentales y la ralentización económica. Otra apuesta son los visitantes de China.
A la vuelta de la esquina está, eso sí, el mayor sueño posible: una victoria de la «Sbornaya» sobre Croacia y el pase a semifinales. Hasta 17 por ciento de los rusos cree incluso que un triunfo el sábado sería sólo una parada más camino al título, según algunos sondeos.
Una semana atrás la cifra era sólo del ocho por ciento, pero la impensada victoria sobre la poderosa España ha devuelto a Sochi su lugar como una de las estaciones del gran sueño deportivo ruso.
Por Wolfgang Jung (dpa)