(dpa) – Los expertos consideran a las ballenas como los «sistemas de alerta temprana» de los océanos. En vísperas de una ronda de negociaciones sobre un tratado para proteger la altamar, que tuvo lugar en Nueva York desde el 20 de febrero hasta el 3 marzo, la investigadora de ballenas de la Universidad sudafricana de Pretoria, Els Vermeulen, afirmó que el malestar de los mamíferos es una señal de alarma para todo el ecosistema marino.
Vermeulen supervisa un proyecto que lleva más de 40 años registrando el comportamiento reproductor de las ballenas francas australes (Eubalaena australis). Además de realizar censos en la costa sudafricana, donde las ballenas francas australes acuden cada año para dar a luz a sus crías, su equipo ha colocado transmisores por satélite a 15 hembras.
De este modo, los investigadores monitorean la migración de las ballenas a lo largo de miles de kilómetros para comprender cómo afectan los cambios climáticos y medioambientales a sus rutas migratorias, su comportamiento alimentario y su reproducción. Según Vermeulen, los últimos resultados muestran «cambios drásticos» en las tres áreas.
En el mes de octubre del año pasado, durante la última temporada de avistamiento de ballenas en Sudáfrica, el equipo de investigación contó 304 hembras con cría y 50 ballenas adultas sin cría. Aunque el número de hembras con cría es ligeramente superior a las 249 contabilizadas en 2015, está «muy por debajo de lo que cabría esperar en ‘condiciones normales'», explica Vermeulen. Además, prosigue la científica, el número registrado de ballenas francas australes adultas sin cría sigue siendo, a igual que en la última década, «extremadamente bajo».
Vermeulen explicó que esto indica que los animales no están llegando a la costa sudafricana en el mismo número que décadas atrás. Lo «normal», añadió, sería una tasa de avistamientos que aumentara en torno al 6,5 por ciento anual, como se ha observado en el caso de las ballenas francas australes frente a Sudáfrica desde que entró en vigor la prohibición mundial de la caza comercial de ballenas en 1986. «Sin embargo, vemos cifras enormemente fluctuantes», asevera Vermeulen.
Según la científica, las hembras paren a intervalos más largos e irregulares. «Solo dan a luz (en la costa sudafricana) cada cuatro o cinco años, en lugar de cada tres años como en el pasado», puntualiza. El motivo es, presume, que el tamaño corporal de las hembras se ha reducido de media en una cuarta parte. «Suponemos que esto se debe a la menor disponibilidad de alimento en el océano Antártico, especialmente de plancton, como consecuencia del cambio climático», afirma la experta, y añade que, posiblemente, la pesca de kril también puede ser un factor determinante.
Las hembras de ballena franca dependen de las reservas de grasa que acumulan en el océano Antártico durante los meses de verano. Estas son necesarias en los meses de invierno, cuando nadan frente a las costas de Sudáfrica para parir. Según Vermeulen, una menor tasa de natalidad y una peor condición física significan que las ballenas del océano Austral se alimentaron peor o tuvieron que recorrer distancias más largas para conseguir tanto kril como antes. Por lo tanto, puntualiza, una menor condición física está directamente relacionada con la tasa de natalidad.
No solo las ballenas, sino también muchos otros animales marinos se alimentan de plancton, del cual forman parte organismos diminutos como el kril. Entre ellos se encuentran focas, cangrejos, mejillones y muchos peces. Los investigadores llaman al plancton, que constituye casi el 98 por ciento de la biomasa de los océanos del mundo, la «base de la vida en el mar». «Con menos plancton, el ecosistema podría colapsar», advierte Vermeulen.
Un estudio publicado en la revista Global Change Biology muestra que los embarazos de las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) frente a la península Antártica Occidental dependen directamente de la disponibilidad de kril. En 2017, por ejemplo, tras un periodo de gran abundancia de kril, el 86 por ciento de las hembras de ballena jorobada de esta región estaban preñadas. En 2020, en cambio, tras un año con menos kril, solo el 29 por ciento lo estaba. Las cantidades de kril varían de un año a otro. Según los investigadores, su disponibilidad en el año anterior al embarazo de una ballena es crucial, ya que las hembras necesitan engordar para su próxima gestación.
Ahora se sabe que el kril, contrariamente a lo que se creía, no es una fuente ilimitada de alimento para las ballenas, explica el autor principal del informe, Logan Pallin, de la Universidad de California en Santa Cruz. «Es probable que el calentamiento continuo y el aumento de la pesca a lo largo de la península Antártica Occidental, que reducen aún más las poblaciones de kril, afecten a esta población de ballenas jorobadas y a otras especies que se alimentan de kril en la región», afirma Pallin.
Las ballenas son indicadores especialmente buenos de la salud de muchos ecosistemas porque pueden recorrer grandes distancias y, por lo tanto, aportar datos sobre muchas zonas de la altamar. Una ballena jorobada observada por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) nadó unos 19.000 kilómetros por el océano Antártico, atravesando aguas costeras de 28 países, además de altamar.
Seis de las 13 grandes especies de ballenas están ahora clasificadas como en peligro o incluso en peligro crítico, aún después de décadas de protección, afirma Chris Johnson, responsable de la iniciativa mundial de conservación de ballenas de WWF. Según el experto, esto tiene muchas causas: el transporte marítimo mundial, las operaciones pesqueras y la contaminación por plásticos, además de los efectos del cambio climático, que ahora llegan a casi todos los rincones de los océanos.
Según Johnson, estos factores de estrés superpuestos afectan a la recuperación de algunas poblaciones de ballenas y reducen enormemente el número de otras. Con solo 336 animales actuales, prosigue, la ballena franca del Atlántico Norte, por ejemplo, se encuentra en su nivel más bajo desde hace unos 20 años.
Gran parte del problema es que solo el uno por ciento de la altamar está protegido, afirma Johnson. Esto hace de la altamar «uno de los lugares menos gestionados del planeta», según WWF.
Tras años de negociaciones en torno a un futuro tratado sobre la altamar, los expertos en ballenas esperan que se creen directrices estrictas con un instrumento jurídicamente vinculante para proteger la vida marina y sus hábitats fuera de las jurisdicciones nacionales.
Por Kristin Palitza (dpa)