(dpa) – Samaná es considerada uno de los secretos mejor guardados de la República Dominicana: alejada del turismo de masas, la península del noreste ofrece naturaleza salvaje, pero también playas caribeñas de ensueño, combinadas con el sabor de Bacardí.
Pedro avanza lentamente por el estrecho sendero, imperturbable, sin mirar ni a derecha ni a izquierda. Probablemente, este animal podría recorrer el camino con los ojos cerrados. Si no fuera por las empinadas cuestas plagadas de piedras que exigen un juego de patas coordinado al subir y un paso cuidadoso al bajar.
Este caballo posiblemente entienda que su cena nocturna será especialmente generosa si conduce a su jinete con seguridad y suavidad por los senderos de trekking densamente bordeados de árboles y matorrales.
En realidad, pensamos llegar a pie a la cascada de El Limón. Pero justo al principio del sendero está la estación de alquiler de caballos y, rápidamente, nos convencen de que aceptemos la propuesta.
¿Quizás el terreno sea difícilmente transitable a pie después de la lluvia de ayer? «Con un caballo, avanza seguro por el camino», promocionan los guías. Y, además, dicen que siempre se puede recorrer el sendero de vuelta por cuenta propia.
El salto El Limón se encuentra ubicado en el corazón de Samaná. Esta península en el noreste de la República Dominicana ofrece mucho más que las playas que se extienden a lo largo de kilómetros, y donde se suceden las palmeras por las cuales se volvió famosa la nación caribeña.
Luego de tres cuartos de hora, Pedro ya cumplió con su trabajo. Ahora será necesario transitar a pie el último tramo del camino de bosque selvático.
Primero se oye un potente rugido y luego la vista se abre hacia una cascada. Las masas de agua asemejan densos y largos hilos de telaraña mientras se precipitan por una pared rocosa, enmarcada por frondosas hojas verdes.
El salto cae en una especie de piscina natural. El primer impulso es tirarse de cabeza a refrescarse. ¿Qué puede haber más lindo en un clima tropical que un baño que baje la temperatura corporal?
El siguiente punto del programa para el día sería en realidad la tirolesa de Samará, que permite sobrevolar los árboles a una velocidad de hasta 65 kilómetros por hora, colgando de una cuerda a hasta 100 metros de altura. Suena emocionante y se ve espectacular.
Pero, quizás sea mejor probarla otro día. Como el tiempo apremia, nos saltamos la aventura de la tirolesa y nos concentramos en un recorrido llamado «Monkeyland», con unas tres docenas de monos ardilla.
Con papayas y sandías, el guía Simson crea entusiasmo entre la multitud de monos que se abalanzan de repente sobre las frutas y convierten a los visitantes del parque en meros asientos de picnic. Cualquier superficie sirve como asiento, ya sea la cabeza, el hombro, el brazo o la cámara de los turistas, lo que da lugar a algunas situaciones muy cómicas.
Al arribar a Playa Rincón, nos queda absolutamente claro que Samaná también dispone de unas playas de ensueño. Sonidos de merengue nos llegan desde un pequeño restaurante, pero, aparte de un barco pesquero, apenas se ve gente en la bahía de tres kilómetros de largo.
«El panorama es distinto en el fin de semana», dice Carlos Romero, quien trabaja en el ministerio de Turismo en pos del desarrollo de Samaná. «Entonces es tiempo de fiesta para los jóvenes y de picnic para las familias», explica.
La amplia bahía, protegida del viento y con sus suaves arenas, se convierte entonces en un punto de encuentro para los lugareños. Los vendedores de la playa ofrecen pan de coco y barbacoas, mientras que algunos niños hacen sus primeros intentos de nadar en un arroyo afluente y poco profundo.
Otro día, en Santa Bárbara de Samaná, hacemos un tour en catamarán por el Parque Nacional Los Haitises. Tras 40 minutos en mar abierto, el barco serpentea por un paisaje repleto de escarpadas islas cársticas que sirven de nido a diversas especies de aves y de lugar protegido para criar a sus polluelos.
Pelícanos, garzas y otras aves marinas pasan planeando cerca de los visitantes. Especialmente llamativos son los machos de fragata, que señalan su disposición a aparearse con sus brillantes bolsas rojas en la garganta y compiten por el favor de las hembras. El catamarán se detiene en una bahía bordeada de manglares.
La propietaria de la agencia de excursiones, Ileana Messina, no pierde la oportunidad de acompañar personalmente a sus clientes por las grutas y la Cueva de la Arena, de casi un kilómetro de longitud.
La mujer explica los pictogramas, petroglifos y relieves que en su día dejaron los indígenas taínos durante sus expediciones de pesca. Prácticamente ningún visitante se habría esperado encontrar semejante universo de maravillas justo enfrente de las playas de palmeras.
En el viaje de vuelta, la tripulación del barco aviva el relajado ambiente a bordo sirviendo ron con cola y también carne de coco, lo que hace que la travesía hasta la isla de Cayo Levantado sea muy entretenida.
De hecho, se la vende como «isla Bacardí». Aquí, entre palmeras, arena blanca como la nieve y aguas azul turquesa, se asegura que se rodaron anuncios para la productora de ron en 1970.
Los pasajeros también sienten algo parecido a una sensación Bacardí: al menos, el ron servido en el barco abre el apetito para el almuerzo playero en la isla.
Información sobre Samaná
Llegada: los vuelos llegan a Santo Domingo, y desde allí son dos horas en vehículo de alquiler o en bus hasta Samaná.
Época ideal para una visita: Samaná es un destino para todo el año, con temperaturas tropicales casi constantes en torno a los 30 grados. Especialmente populares son los meses de enero a junio, cuando llueve menos.
Más información: www.godominicanrepublic.com
Por Michael Juhran (dpa)