(dpa) – La ciudad costera senegalesa de Saint Louis, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y a la que suele denominarse la «Venecia de África», está actualmente sumida en la lucha contra las graves consecuencias del calentamiento global.
Por ejemplo, la subida del nivel del mar y las mareas de tormenta amenazan a la población. De esto último puede dar testimonio directo el pescador Bamba Diop. Justamente allí donde Diop se encuentra sentado, el agua del Atlántico se elevó en metros una y otra vez durante los últimos años.
Diop, de 31 años, relata que muchos habitantes perdieron absolutamente todo lo que tenían. En el caso de las inundaciones más recientes en 2018, 2019 y 2020, decenas de casas fueron arrasadas por el mar y cientos quedaron sin techo.
El año pasado se construyó un dique de varios kilómetros contra las mareas de tempestad en la península arenosa de Langue de Barbarie, donde se encuentra el barrio pesquero de Saint Louis.
Diop, en pantalones cortos y camiseta, da palmadas en los bloques de piedra negra del dique sobre el que está sentado. Asegura que no tiene miedo, porque este le ofrece protección.
Pero, detrás de él, las casas destruidas por el agua sirven de advertencia: las ruinas marcan el límite de la zona residencial a lo largo de kilómetros.
Según datos de la Unión Europea, la costa senegalesa en su conjunto se ve afectada por la erosión y -como consecuencia del cambio climático- también por una subida del nivel del mar. En algunos sectores, la línea costera se desplaza cada año unos dos metros hacia el interior del territorio.
Y, de acuerdo con el Banco Mundial, más de la mitad de la población de la nación del Occidente africano, de 18 millones de habitantes, vive a lo largo de los 700 kilómetros de costa. Allí se concentra además alrededor del 70 por ciento del rendimiento económico.
Entre río y mar, en Saint Louis siempre ondea una brisa que huele a sal y pescado. El pescador Diop ni se plantea abandonar el lugar a causa del aumento del nivel del agua. Él vive junto al mar y con el mar, dice, al igual que muchos de sus 200.000 colegas en Saint Louis.
Diop muestra las palmas de sus manos, callosas por el agua salada, la madera de los barcos de pesca y las redes de nailon.
El dilema de los habitantes de las costas de Saint Louis ilustra lo que fue uno de los puntos en discusión durante la reciente conferencia mundial del clima en Egipto. Se trata de «pérdidas y daños» o, en la jerga inglesa de Naciones Unidas, «loss and damage».
Los países pobres, que emiten pocos gases de efecto invernadero y suelen tener un margen financiero limitado para protegerse, exigieron en Sharm-el-Shej con vehemencia a sus pares industrializados una compensación por daños inevitables en el marco de la crisis climática.
La ciudad de Saint Louis se encuentra ubicada en el norte de Senegal, a 270 kilómetros de la capital Dakar, en la frontera con Mauritania. Una parte de la metrópoli se encuentra sobre una isla y, ante ella, se despliega la península de Langue de Barbarie.
Del lado de la ciudad, se ve envuelta por las aguas del río Senegal y, del otro, se abre hacia el Atlántico. Por eso muchas veces se la denomina la «Venecia de África».
La sensación es completamente distinta en la aldea de tiendas de campaña del pueblo de Diougop, en las inmediaciones de Saint Louis. Aquí hace calor y hay arena, las cabras corretean, aquí viven los damnificados por las crecientes inundaciones.
Según explica el ingeniero civil Insa Fall, de la autoridad de desarrollo urbano, unas 1.500 personas que quedaron sin techo a causa de las inundaciones que fueron llegando desde 2019.
Fall participó en el armado de las 360 tiendas, cada una de ellas de 18 metros cuadrados para cinco personas. A largo plazo, se construirán nuevas viviendas para albergar a todos.
Este traslado forma parte de un programa del Banco Mundial y el Gobierno senegalés para preparar mejor a Saint Louis para las consecuencias del cambio climático. Pero muchos residentes no pueden ganarse la vida en esta aldea de tiendas de campaña.
«Sencillamente hacía demasiado calor y era demasiado lejos como para vender pescado. El Gobierno se preocupa demasiado poco por nosotros», afirma Marième Dieye en la playa de Saint Louis, rodeada por primos y niños.
Por esa razón, cuenta Dieye, abandonaron las tiendas de campaña y regresaron a las ruinas de la ciudad inundanda. De las 12 habitaciones que llegaron a poseer actualmente solo les quedan cinco, que ahora habitan nuevamente.
La amenaza de Saint Louis es una catástrofe silenciosa, pero que viene anunciándose desde hace tiempo. Ya a comienzos de 2000, las Naciones Unidas habían emitido una advertencia.
«En 2009 hubo una conferencia internacional sobre el clima en Saint Louis, pero la reacción fue lenta», comenta Latyr Fall, un representante del alcalde.
Según lo acordado, el terraplén de piedra de la playa debería complementarse con un dique más permanente y estable. Pero la ciudad busca aún financiación para lograrlo, explica.
Y no es solamente el Atlántico el que amenaza a Saint Louis. Un canal de desagüe del río Senegal creado literalmente de la noche a la mañana en 2003 aumentó mucho de tamaño, según los estudios, y perturba el delicado equilibrio medioambiental de agua salada y dulce.
Según detalló Fall, el canal fue una medida de emergencia a la que se recurrió debido a la amenaza de una crecida del río. «Lo que es seguro es que un canal de este tipo no debió haberse construido jamás sin estudios previos», considera Moumar Geye, un ingeniero hidráulico de Saint Louis.
Ahmeth Sène Diagne cuenta que este canal adicional de desagüe hizo desaparecer su pueblo, Doun Baba. El jefe de la aldea hace notar desde un bote unas ramas que emergen del agua del río a unos metros de una pequeña isla de arena: hasta allí se extendía el pueblo.
«Mi corazón se estruja cada vez», comenta. Y agrega que, por supuesto, está enfadado porque los países industrializados contribuyeron en gran medida al calentamiento global.
Sin embargo, Diagne quiere realizar su aporte para lograr una solución: este hombre de 61 años siembra incansablemente plantas como los manglares, que con sus raíces evitan la erosión de la arena. De esta manera se propone recuperar tierras del río Senegal.
Por Lucia Weiss (dpa)