Colonia (Alemania)/Berlín, 24 dic (dpa) – En el colegio tenía malas notas en deporte, pero eso no fue ningún impedimento para que Rolf Wolfshohl se convirtiera en uno de los grandes ciclistas alemanes en la década de 1960.
Fue tres veces campeón mundial de ciclocrós, ganador de la Vuelta a España en 1965, vencedor de la carrera tradicional Paris-Nizza en 1968 y, en ese mismo año, terminó sexto en la clasificación final del Tour de Francia. Durante dos días vistió el maillot amarillo, todos estos son hermosos recuerdos. El 27 de diciembre, Wolfshohl, «Le Loup» (el lobo), como se le llamaba en Francia en alusión a su apellido, celebra su 80 cumpleaños.
«Es un día como otro cualquiera. Por la mañana iré como siempre a trabajar a nuestra tienda de bicicletas, por la tarde cenaré con mi familia. No soy una persona a la que le guste presentarse en público», declaró el ex deportista a la agencia dpa unos días antes de su cumpleaños. No obstante, el ágil jubilado añadió: «Cuando cumpla cien años haré una fiesta más grande».
En verano, Wolfshohl aún le da periódicamente a los pedales de su bicicleta de marca propia «Rowona». «Hago 30 kilómetros para ir al trabajo y 30 de vuelta. En invierno solo pedaleo los fines de semana», confiesa. Wolfshohl está convencido: «El cliclismo es la mejor medicina. A pesar de mi edad no necesito ni un solo medicamento».
El ex deportista de Colonia nunca fue muy mediático. Quizás por eso tampoco llegó a ser tan popular como Rudi Altid, su compañero tres meses mayor que falleció hace dos años y medio. En 1968, Wolfshohl estuvo muy próximo a conseguir la primera victoria del Tour de un ciclista alemán. En esa época formaba parte del exitoso cuarteto del ciclismo germano junto con Altid, Hennes Junkermann, hoy de 84 años, y Karl-Heinz Kunde, fallecido a comienzos de año.
Los grandes nombres de entonces -Anquetil, Merckx, Gimondi- no estaban en la salida, y Raimond Poulidor sufrió una caída. «En un equipo oficial quizá lo hubiera conseguido», piensa hoy Wolfshohl. Su desventaja en aquella oportunidad fue que en 1968 fue la última vez que participaron equipos nacionales en el Tour. Wolfshohl tuvo que recurrir entre otros al berlinés Dieter Puschel, que no era una gran ayuda en montaña. «Después de ocho días solo quedamos cuatro en el equipo», recuerda.
Wolfshohl tuvo que ganarse a pulso su éxito deportivo, ya que no estaba dotado del talento de otros ciclistas germanos, tales como «Didi» Thurau o Jan Ullrich. A pesar de todo, hizo su camino, que no siempre fue fácil. Pero siempre lograba incorporarse, aún después de sufrir graves caídas. Solo hubo un golpe que nunca pudo superar: su hijo Rolf-Dieter sufrió una caída en 1984 en la que se rompió las cervicales y quedó tetrapléjico. Hace siete años, su hijo falleció a consecuencia de un cáncer.
Por Andreas Zellmer (dpa)