La frontera entre Pakistán y Afganistán, escenario de vínculos religiosos y étnicos durante décadas, se ha transformado en un nuevo foco de conflicto armado. Los recientes enfrentamientos entre ambos países han dejado decenas de muertos y marcan el deterioro de unas relaciones que, hasta hace poco, se mantenían bajo cooperación táctica frente a grupos insurgentes.

La escalada comenzó el fin de semana del 11 y 12 de octubre, cuando fuerzas talibanas atacaron varios puestos militares pakistaníes a lo largo de la línea fronteriza. Islamabad informó la muerte de 23 soldados, mientras los talibanes reconocieron la pérdida de nueve combatientes. Nuevos choques registrados el 15 de octubre elevaron la cifra total de fallecidos a medio centenar, incluidos civiles, sin que exista todavía un balance oficial.
El origen inmediato del conflicto se sitúa en un bombardeo aéreo sobre Kabul dirigido contra Noor Wali Mehsud, líder del Movimiento de los Talibanes Pakistaníes (TTP). Fuentes de seguridad de Pakistán aseguraron que la operación pretendía eliminar al dirigente del grupo yihadista, aunque su paradero sigue sin confirmarse. En respuesta, el portavoz talibán Zabihullah Mujahid declaró que las fuerzas afganas realizaron ataques “en represalia” durante la noche del sábado.
El TTP mantiene desde 2007 una campaña de violencia dentro de Pakistán. Nacido de facciones pastunes inspiradas en los talibanes afganos, ha protagonizado atentados contra mercados, mezquitas y bases militares. Uno de los más graves ocurrió en 2014, cuando un asalto a una escuela en Peshawar causó la muerte de más de 130 menores. A raíz de aquel suceso, el Ejército pakistaní emprendió una ofensiva que desplazó a gran parte de sus combatientes hacia territorio afgano.
El regreso de los talibanes al poder en Kabul, en 2021, alteró el equilibrio regional. Islamabad recibió inicialmente el cambio con optimismo, al pensar que un gobierno islámico estabilizaría la frontera. Sin embargo, desde entonces los ataques del TTP en suelo pakistaní se han incrementado. Según el Centro de Estudios de Seguridad de Islamabad, solo en los primeros tres trimestres de 2025 se contabilizaron 2.414 muertes atribuidas a esa organización, lo que refleja un repunte sostenido de la violencia.
En el trasfondo del conflicto resurge la disputa por la Línea Durand, la frontera trazada por el Imperio británico en 1893 sin consenso local. La demarcación dividió comunidades pastunes entre ambos países y sigue siendo motivo de tensión: Pakistán la reconoce como límite internacional, mientras Afganistán la considera una imposición colonial. Desde 2017, Islamabad ha levantado un muro y vallas a lo largo de buena parte del trazado, alimentando el resentimiento en las regiones fronterizas.
A pesar de la gravedad del enfrentamiento, algunos diplomáticos restan dramatismo a la posibilidad de una guerra abierta. El exembajador pakistaní en Afganistán, Asif Durrani, considera “mínima” la probabilidad de una escalada mayor, recordando que Afganistán “carece de una fuerza militar convencional comparable”. No obstante, advirtió que la falta de cooperación en torno al TTP mantiene la tensión constante.
Tras un nuevo bombardeo en Kabul el 15 de octubre, ambos gobiernos acordaron un alto el fuego de 48 horas, aunque los intercambios de fuego continúan en varios puntos fronterizos. El tránsito de personas y mercancías entre ambos países se ha reducido drásticamente, y las acusaciones mutuas sobre refugio a militantes y violaciones del espacio aéreo siguen alimentando la desconfianza.
Más de un siglo después de la Línea Durand, Pakistán y Afganistán vuelven a enfrentarse en un conflicto marcado por la historia, la religión y la frontera, donde los viejos aliados se observan ahora como adversarios en una región cada vez más inestable.
Con información de NotiPress.