(dpa) – Antes esta terminal de TWA en el aeropuerto JFK de Nueva York solía estar repleta de pasajeros subiendo a un avión. Era una joya arquitectónica que estuvo años abandonada. Ahora, tras saltar a la fama por una película de Hollywood, vuelve a llenarse de vida y se convierte en un hotel de lujo.
¿Cómo sería estar en un bar de cocktails en un avión original de 1958? ¿Y en una piscina con vistas hacia las pistas de despegue y aterrizaje? En la ex terminal de la desaparecida aerolínea TWA todo esto es posible.
En la inauguración de este hotel de lujo había comparsas de personas bailando y cantando disfrazadas de pilotos y de tripulación de cabina al estilo de los años 60. Les daban la bienvenida a los invitados, que iban a poder disfrutar de una primera noche en las instalaciones del hotel.
Los huéspedes pueden alojarse por unos 300 dólares la noche en la terminal, que fue diseñada por el arquitecto finlandés Eero Saarinen. Desde que fue inaugurada en 1962, la construcción, que cuenta con dos grandes alas de cemento, fue considerada una joya de la arquitectura.
De hecho, hoy sigue siendo tema de doctorados y estudiosos que dedican horas al diseño de sus curvas, a los grandes ventanales, a las alfombras y a los sofás en un rojo furioso.
Su arquitecto dijo alguna vez que «la mayor parte de la gente está ciega (…). Si uno es demasiado sutil con la arquitectura, la gente entra, da una vuelta y ni nota la diferencia», observó.
En realidad esta terminal ya era antigua cuando fue inaugurada, al menos desde el punto de vista de su funcionalidad, ya que incluso mientras estaba siendo construida comenzaron a utilizarse grandes aviones tipo Jumbo (Boeing 747) que sobrepasaban las capacidades de la terminal.
¿Qué se hizo entonces? Se le agregaron partes. Saarinen no llegó a verlo, porque murió en 1961, cuando el aeropuerto aún se llamaba Idlewild Airport y era bastante más pequeño. Alrededor de la terminal no había más que campos desiertos.
En 2001, tras la quiebra de la aerolínea Trans World Airlines (TWA), la terminal fue cerrada y permaneció casi 16 años vacía, juntando polvo y viniéndose abajo, mientras el aeropuerto que la circundaba iba creciendo. Actualmente el edificio está casi aplastado entre la terminal 5, el tren Airtrain y las calles llenas de tránsito.
Hoy, por el JFK (John F. Kennedy) circulan más de 56 millones de personas al año y es uno de los aeropuertos más activos de todo Estados Unidos. Hace poco el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, dijo que era una «joya de la corona de la aviación».
En 2002 la terminal de TWA saltó a la fama gracias a una película protagonizada por Tom Hanks: «Catch Me If You Can», de Steven Spielberg, que además contaba con un astuto Leonardo DiCaprio circulando por los pasillos como parte del elenco. Poco después del rodaje la terminal fue declarada patrimonio histórico.
Las inversiones no se hicieron esperar. El grupo hotelero MCR renovó todo el predio por unos 265 millones de dólares y llevó adelante la obra para que la terminal recuperara prácticamente su estado original.
«Es la estrella de este proyecto», aseguró Kaunteya Chitnis, de MCR, durante las tareas de remodelación. Alrededor del edificio hay dos torres con 512 habitaciones y un centro de conferencias. La terminal propiamente dicha se convirtió en un lobby con más de 12 restaurantes y bares que se encuentran, en parte, donde solían estar los mostradores para el check-in.
«Desde el momento en que los huéspedes e invitados llegan al hotel TWA se encuentran con la atmósfera de la cultura acaudalada de 1962, con la arquitectura, con sus sonidos y su ambiente», sostiene el director de MCR, Tyler Morse.
«Cuidamos hasta el más mínimo detalle para honrar este maravilloso patrimonio histórico de aquella época tan especial de la historia de Estados Unidos», añade.
Que haya un hotel en un aeropuerto no es nada nuevo, comenta la revista «Forbes». Es difícil hallar algo llamativo en el mundo de la hotelería de este tipo, continúa. Sin embargo, la antigua terminal de TWA «es un hotel de aeropuerto que incluso se ha convertido en un destino al que vale la pena viajar», comenta la revista.
Por Christina Horsten (dpa)