(dpa) – Dot salta alegremente por el recinto. Su nombre en inglés significa mancha, que es lo que tiene justo debajo de su ojo derecho.
Junto con otros cinco canguros hembras, Dot lleva una buena vida en el zoológico Wild Life Sídney. La marsupial es confiada y simpática, y ante la posibilidad de recibir algo para comer mira a los visitantes con los ojos muy abiertos.
Dot estuvo a punto de morir junto a su madre, que fue atropellada por un coche en la Isla Canguro, frente a la costa sur de Australia.
«En ese momento, Dot estaba en la bolsa de su madre y en gran medida protegida del impacto», señala Jessica Dick, que trabaja como cuidadora en el zoológico del famoso distrito de Darling Harbour de Sídney y tiene una especial debilidad por los canguros.
Un peatón se dio cuenta de que el bebé estaba en la bolsa y llamó a las autoridades. Dot tuvo que ser alimentada con biberón y no pudo ser liberada en la naturaleza.
«Su historia se asemeja a la de muchos canguros que viven en los parques naturales de Australia», resalta Dick mientras alimenta a la pandilla saltarina con bocadillos de batata.
«No conozco a nadie en mi círculo de conocidos que no haya tenido una colisión con un canguro en el coche», comenta Louise Anderson, que vive en Melbourne. Ella misma no es una excepción.
Según las estimaciones, hay al menos dos canguros por cada australiano, lo que supondría unos 50 millones de ejemplares en el país. Pero la relación de los «aussies» con su animal nacional es ambivalente.
«Los canguros son nuestro ícono nacional y son celebrados en todo el mundo como ‘típicamente australianos'», destaca Mick McIntyre, que hace cinco años estrenó un premiado documental titulado «Kangaroo – A Love-Hate Story» (Canguro, una historia de amor-odio). Sin embargo, esta relación ambivalente de los australianos con su símbolo nacional es apenas conocida internacionalmente.
La película muestra cómo se mata a miles de canguros noche tras noche. Se trata de una caza ilegal, porque en Australia está prohibido matar, comprar, vender o poseer un canguro. No obstante, en respuesta a la elevada población de canguros, el Gobierno expide licencias que permiten su matanza. Pero los animales también se matan sin licencia, y a gran escala.
Los canguros son explotados comercialmente hasta el extremo, «sin tener en cuenta su lugar en la ecología de este continente y su bienestar», apunta McIntyre. «Cada noche se inflige una enorme crueldad a estos animales por la presión de la industria del canguro en Australia, que también suministra carne y pieles a Europa», agrega el documentalista.
A los australianos les gusta utilizar el emblema del canguro como mascota de sus equipos deportivos y como logotipo de las empresas, «pero al mismo tiempo ningún otro animal salvaje terrestre es sacrificado a tal escala como el canguro», subraya McIntyre, que con su compañera Kate pasó años investigando para realizar el documental.
Entre otros, la imagen del marsupial aparece en los aviones de la compañía aérea nacional Qantas.
Un recorrido por el tradicional barrio de Sídney, The Rocks, muestra cómo es el comercio con los animales: una vendedora ofrece bolsos y carteras confeccionadas con piel de canguro. Pero además, los restaurantes, desde Adelaida hasta Darwin, tienen filetes o hamburguesas de canguro en su menú.
Según McIntyre, es una «vergüenza nacional» utilizar la carne y las pieles de canguro para productos de lujo, alimentos para mascotas y restaurantes gourmet.
Durante el rodaje del documental, el equipo descubrió que la falta de respeto por estos animales probablemente todavía provenga de la historia colonial europea en Australia. En opinión del cineasta, desde entonces, muchos agricultores creyeron que el marsupial herbívoro era una amenaza para la agricultura.
Sin embargo, añade que son un milagro de la evolución y que poblaron el continente durante 25 millones de años. Los aborígenes, por su parte, veneran al canguro como su tótem.
«Esta es su tierra», dice Max Dulumunmun Harrison, del pueblo Yuin, en el documental. «Forman parte de nuestras ceremonias», agrega.
Hay cuatro especies principales: el canguro gigante rojo, el canguro gris oriental, el canguro gris occidental y el canguro antílope.
Los machos alcanzan a menudo casi dos metros de altura y pesan unos 90 kilos. Con saltos de hasta nueve metros, logran velocidades de hasta 65 kilómetros por hora. Los tendones de las patas traseras son como resortes y la poderosa cola les ayuda a mantener el equilibrio.
Este año ya se produjeron varios ataques de canguros contra personas en zonas residenciales, y muchas de las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas.
«Cuando no se sienten amenazados, están bastante relajados, pero depende de la especie», detalla la cuidadora Jessica Dick.
Las hembras suelen estar ocupadas criando a sus hijos, a los que amamantan aproximadamente durante un año. Con seis semanas de vida, los canguros tienen el tamaño de un pulgar, por lo que parece increíble que se conviertan en animales tan robustos en pocos años.
Las madres pueden volver a tener descendencia mientras siguen amamantando a una cría mayor. Por eso, producen dos tipos diferentes de leche: la cría más pequeña recibe leche con anticuerpos de una tetina y la más grande recibe leche rica en grasa que acelera su crecimiento.
Entretanto, el cineasta creó la organización «Kangaroos Alive» para fomentar el bienestar de los canguros.
«Ahora estamos haciendo campaña para que los australianos aprendan a vivir con los canguros y aprecien su lugar en este país, no solo como mascotas deportivas o para los logotipos de las empresas», destacó McIntyre, quien insiste que estos animales son el símbolo nacional de Australia y un verdadero tesoro en el mundo animal.