Múnich, 30 dic (dpa) – Colas delante del mostrador de facturación y en los controles de seguridad, pasillos interminables, asientos incómodos en la terminal de salidas, pero también buenas compras en la tienda libre de impuestos y alegría previa al viaje: muchas personas tienen una relación amor-odio con los aeropuertos.
Sin embargo, la mayoría de los pasajeros tiene una opinión más favorable de algunos aeropuertos que de otros. La auditoría británica Skytrax elabora cada años una lista de los mejores aeropuertos del mundo y a tal efecto realiza una encuesta entre millones de clientes de compañías aéreas. En 2016, una vez más el mejor aeropuerto fue, con diferencia, el Changi de Singapur, seguido del Incheon de Seúl, en Corea del Sur. En tercer lugar se ubicó el de Múnich, Alemania.
Skytrax consulta a los pasajeros sobre casi 40 aspectos, empezando por la accesibilidad del aeropuerto hasta los conocimientos de idiomas del personal. La encuesta está centrada principalmente en cuestiones relacionadas con el confort y el servicio.
Sin embargo, para la experta Laura Frommberg, redactora jefa de la revista especializada alemana «Aerotelegraph», un factor muy importante para determinar si un aeropuerto es bueno o no es la cantidad de destinos a los que se puede viajar desde un mismo punto.
Una ventaja especial tienen aquellos en los que las compañías aéreas tienen su base con muchos aviones, lo que en la jerga profesional se llama «hub». Algunos ejemplos son Zúrich, la base de Swissair, o Heathrow, de British Airways, en Londres.
Para los pasajeros en tránsito es importante que existan posibilidades de distracción durante el tiempo de espera antes de abordar el siguiente vuelo. Algunos aeropuertos les ofrecen muchas alternativas. En Múnich, por ejemplo, existe el «Airbräu», una cervecería-restaurante alemana techada con su propia fábrica de cerveza. Hong Kong ofrece a sus pasajeros un cine, mientras que en la terminal 5 de Heathrow hay más de 50 tiendas para ir de compras.
Sin embargo, la cantidad de destinos adonde se puede volar y las posibilidades de diversión no lo dicen todo, ni mucho menos. Un buen aeropuerto también debe funcionar bien. Thomas Jahn, capitán de la compañía alemana Lufthansa, lo puede confirmar por experiencia propia.
Jahn lleva volando desde 1989 y ya ha pasado en el aire casi tres años de su vida. Lo que aprecia en un buen aeropuerto es, por ejemplo, la corta distancia entre las diferentes áreas, así como la rapidez en la facturación, en los controles de seguridad y en el control de pasaportes a la llegada.
Lo que resulta especialmente irritante es que después de un vuelo pase una maleta tras otra por la cinta para equipajes, pero no la de uno. En esos casos, los viajeros muchas veces tienen que esperar varios días hasta la reexpedición de la maleta, si es que no se ha perdido.
El menor riesgo de aterrizar sin maleta lo ofrecen las salidas en aeropuertos japoneses. En terminales como Tokio-Haneda, Osaka-Kansai o Centrair, cerca de Nagoya, casi nunca se pierde ningún bulto, dice Frommberg.
Para esta experta, hay otra cosa que importa mucho en los aeropuertos, además de todos los aspectos prácticos: el ambiente. Los pasillos estrechos generan una sensación de agobio que empaña el deseo de viajar. Y los aeropuertos más antiguos muchas veces son oscuros, como el de Berlín-Tegel.
La presencia de luz natural es ahora mucho más importante en el diseño de nuevas terminales, donde se pueden ver desde dentro las pistas y los aviones. «Es importante que al entrar en la terminal uno se sienta inmediatamente a gusto y con ganas de emprender el viaje», subraya la redactora jefa de «Aerotelegraph».
Por Tom Nebe