Hamburgo, 1 oct (dpa) – Alturas extremas, riesgo de caída, pero unas vistas espectaculares sobre el puerto: sólo los escaladores de rascacielos pueden atreverse a limpiar las 1.100 ventanas de la Filarmónica del Elba, en Hamburgo.
Desde abajo, parecen escenas de una película de acción. Como Spiderman, pero sin tela de araña, nueve hombres con maquinaria pesada suben por la fachada de ladrillo rojo del antiguo almacén del puerto de Hamburgo sobre el que se construyó la Filarmónica del Elba.
A continuación se cuelgan de unas cuerdas y un pequeño motor tira de ellos gradualmente hacia arriba. Después de unos minutos, los hombres han llegado a su destino: la fachada de cristal del nuevo y espectacular edificio de Hamburgo.
Desde alturas vertiginosas -el punto más alto tiene 110 metros de altura-, este grupo de aventureros comienza a descender lentamente. Pero no son agentes secretos en nombre de Su Majestad. Su misión: hacer que los 1.100 cristales vuelvan a brillar.
«Es el mejor trabajo del mundo», declara el escalador de edificios Steffen Falkenberg, que forma parte del equipo encargado de limpiar las ventas desde que la Filarmónica abrió sus puertas el 11 de enero de 2017.
«La vista allá arriba es simplemente magnífica», comenta. A veces hay que tener cuidado de no distraerse demasiado con los barcos que pasan, reconoce.
«Todo comenzó con la escalada en la Suiza sajona (en el este de Alemania). En algún momento también quise escalar profesionalmente», dice este berlinés, que antes trabajaba como cerrajero y bombero. El trabajo sobre la Filarmónica del Elba es algo especial cada vez. «Es como una fiesta. Los visitantes de la Filarmónica del Elba nos ven trabajar todo el tiempo».
Las ventanas de la «Elphi», como la apodan cariñosamente los hamburgueses, deben limpiarse tres veces al año. Los escaladores tienen alrededor de tres semanas para adecentar los 16.000 metros cuadrados, aproximadamente el tamaño de dos campos de fútbol.
El mayor desafío de esta gran operación de limpieza es el clima. «Nunca sabes qué esperar», dice Karl Polack, otro de los intrépidos limpiaventanas. Los escaladores utilizan unas ventosas para sujetarse a los cristales, pero si el viento sopla demasiado fuerte, deben interrumpir momentáneamente su trabajo.
«Cada escalador puede estar colgado un límite de tres horas seguidas y durante un máximo de seis horas al día», explica Polack. Para poder reaccionar a las emergencias, los rescatistas de altura de los bomberos también se preparan para una posible acción.
Con un cepillo con mástil telescópico, los escaladores limpian las ventanas. El agua llega a través de una manguera. Al estar ionizada se limpia especialmente bien y no es necesario emplear productos especiales.
Cuando se encuentran en plena acción, este grupo especial de saneamiento parece una agrupación de montañeros parapetados con casco, equipo de lluvia, botas de protección, material de escalada y varios mosquetones.
Los costes de personal por cada operación de limpieza ascienden a unos 50.000 euros, a los que hay que sumar 2.000 euros para andamios y materiales. Esto significa que una limpieza de ventanas en la Filarmónica del Elba cuesta 52.000 euros.
Durante su trabajo, los limpiaventanas no sólo disfrutan de unas vistas increíbles, sino que en algunos momentos se acercan a los vestíbulos donde también pueden disfrutar de los músicos.
Esta cercanía entre los dos trabajos quedó plasmado en un video que la Filarmónia del Elba envió la pasada Nochevieja. En él se puede ver a un grupo de escaladores limpiando los cristales a la altura de una sala donde ensaya una violinista. El «Window Waltz» ha sido visto desde entonces más de tres millones de veces en Facebook y Youtube y convirtió a los limpiadores en auténticas estrellas.
Por Carola Große-Wilde (dpa)