Hannover (Alemania), 12 nov (dpa) – De su mente no paraban de brotar ideas y buscó respuestas para las grandes preguntas de la humanidad: Gottfried Wilhelm Leibniz, quien falleció un 14 de noviembre de hace 300 años, está considerado como el último genio universal.
Durante toda su vida emanó un inquebrantable optimismo. El filósofo, matemático y asesor de príncipes estaba convencido hasta su muerte de que podía mejorar el mundo. Quería superar la división de la iglesia y desarrolló un lenguaje universal para terminar con los malentendidos entre pueblos.
«Su visión de diferentes áreas inspiran a los científicos hasta el día de hoy», asegura el director del Archivo Leibniz, situado en Hannover, Michael Kempe. De hecho, hace poco, un desarrollador informático estadounidense viajó a la ciudad del norte de Alemania para buscar en los escritos de Leibniz inspiración para nuevos algoritmos.
La biblioteca Gottfried Wilhelm Leibniz de Hannover custodia el legado del gran pensador. Cerca de 200.000 documentos escritos a mano se encuentran en sus estanterías, entre ellos, también el intercambio epistolar, patrimonio de la humanidad de la Unesco, que mantuvo con 1.300 personas de todo el mundo.
Leibniz pensaba de manera global y buscaba acercarse a Rusia y China para aprender de otras culturas.
Ahora que se cumplen 300 años de su muerte, multitud de eventos culturales recuerdan su figura y su obra. La muestra «1716, el último año de vida de Leibniz», inaugurada en la biblioteca que lleva su nombre, da buena cuenta de los grandes temas que abordó el talentoso científico, que trabajó durante 40 años como consejero áulico y bibliotecario de la casa de los Hannover.
En el mundo de las matemáticas se adelantó a su tiempo. Sin el sistema binario descrito por Leibniz no habría hoy en día ordenadores. Sus consideraciones de que el espacio no es absoluto cuestionaban incluso la Teoría de la Relatividad de Einstein.
Leibniz no se limitó simplemente a la teoría, sino que constituyó un investigador con propensión a la aventura que incluso se adentró en minas y construyó molinos de viento.
Además, dado que, cuando se desplazaba en diligencia, le resultaba complicado escribir cartas debido al continuo tambaleo del carruaje, diseñó unos asientos especiales, más cómodos. Asimismo, aparte de escribir la historia de la casa de Hannover, que nunca completó, inició un tratado sobre el origen de la Tierra.
La base para tal estudio la encontró en algunos fósiles que él mismo poseía, como un diente de mamut que encontró en la localidad de Bad Pyrmont (cerca de Hannover) y que se puede ver en la exposición dedicada a su figura.
Los visitantes también podrán ver un recibo del Leibniz soltero que muestra que le gustaba beber vino «bautizado» con zumo de cereza. «Trabajó de forma asociativa y lo hizo todo de una vez», señaló Kempe. Así, escribía en una misma hoja una idea filosófica, una fórmula matemática, un cotilleo o hacía un dibujo técnico. Después rompía ese papel.
La obra del este gran genio alemán todavía no ha sido analizada en su totalidad y el director del Archivo de Leibniz en Hannover entiende que en un futuro todavía puede deparar muchas sorpresas. «Es el mayor legado académico de la historia mundial», señala.
«Leibniz se hacía preguntas que nosotros hoy en día todavía no nos hacemos», asegura.
Las múltiples exposiciones que durante el 300 aniversario de la muerte de Leibniz recuerdan su figura han servido para hacer más conocido a este genio alemán.
«Todavía hay gente que considera que él es el creador de la marca de galletas Leibniz y desconocen que es el padre del cálculo integral y diferencial. Pero poco a poco va cambiando», aclara el experto en Leibniz Georg Ruppelt. En su opinión, Leibniz no sólo puso la base del mundo digital, también fue una persona que buscaba la igualdad y la paz.
Por Christina Sticht