Aunque no se pueden borrar los años de existencia, puesto que de todos ellos se pueden extraer experiencias positivas, este año 2020 nos deja un amargo sabor por motivos obvios y que nadie podrá olvidar.
La pandemia que se ha desarrollado por todas las esquinas del planeta, nos ha dejado impactados, en primer lugar por la cantidad de personas que han fallecido en todo el mundo y, en especial, por aquellas más cercanas, tanto en nuestro núcleo familiar como vecinal y por cómo nos han cambiado nuestros hábitos diarios.
Acostumbrados a una vida un tanto rutinaria, debido a todas las obligaciones y actividades que nos genera la sociedad y en algunos casos, nosotros mismos, nos hemos visto obligados a cambiar nuestro estilo de vida y a reescribir unas páginas en nuestro día a día, que, en algunos casos, nos han afectado física y anímicamente.
Este año que va a finalizar, lo recordaremos por muchos motivos, pero las fiestas navideñas que van a comenzar en unos días, aunque sean también diferentes, deben de suponer un motivo de esperanza para que nuestras vidas se recompongan con la mayor rapidez posible.
La vacuna contra el coronavirus, objeto de deseo de todos los gobiernos, es la solución que nos recomiendan las mentes científicas, la que nos imponen las autoridades sanitarias y la que nos ofrecen las más poderosas farmacéuticas del planeta, con la que aumentarán sus cuantiosos beneficios, pero para el resto de los mortales significa un halo de esperanza para olvidarnos de esta pesadilla y para asegurarnos de que todo va a ir mejor, aunque me temo que un elemento como la mascarilla, que antes solo se utilizaba en determinados ámbitos laborales, ha venido para quedarse y para formar parte de nuestra vida, aunque sea de forma parcial y en momentos puntuales.
Me gustaría finalizar con una reflexión, que la mayoría ha hecho durante todo el período de confinamiento que hemos vivido: «todo lo que hemos soportado durante estos meses y lo que nos queda por aguantar, hasta que nuestro día a día se vea normalizado, nos debe de servir como enseñanza para darnos cuenta de lo importante que es el poder vivir como personas normales, con nuestros defectos y virtudes, pero siendo aún mejores y más solidarios de lo que somos en la actualidad».
Si lo conseguimos, lo que hemos vivido nos habrá servido como experiencia vital para el resto de nuestra vida.
Por Luis Alfonso Prendes Doyagüez
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