Pianista de formación clásica y espíritu curioso, Miguel Madero Blásquez defiende que el escenario es un punto de encuentro entre tradiciones, públicos y lenguajes. Entre ensayos, charlamos con él sobre su búsqueda artística, el rol del silencio y por qué cree que la música —toda— es un territorio sin fronteras.

“La música se parece más a una conversación que a un museo”
Cuando dices que “la música es un territorio sin fronteras”, ¿a qué te refieres exactamente?
R. A que las etiquetas ayudan a ordenar, pero no a crear. Un bolero, un preludio o un huapango pueden dialogar si respetas su esencia. Para mí, la frontera real es la falta de escucha: cuando escuchamos de verdad, todo puede convivir.
¿Cómo aterriza esa idea en tu piano y en tus programas?
R. Con arquitectura y honestidad. Arquitectura para diseñar recorridos coherentes —qué pieza abre, qué pieza responde— y honestidad para no “disfrazar” estilos. Si toco una obra barroca y luego una pieza contemporánea mexicana, intento que el aplauso sea un puente, no un muro.
Técnica de acero, toque de seda… ¿cómo se consigue ese equilibrio?
R. Horas de estudio inteligente y mucha conciencia corporal. Fortalecer la mecánica —peso, articulación, independencia— te da libertad para buscar colores y respiración. El mismo pasaje puede sonar a mármol o a terciopelo según el ataque y el pedal.
¿Qué te obsesiona ahora en tu práctica diaria?
R. El silencio previo. Ese segundo antes de la primera nota condiciona todo: pulso, escucha, tensión del público. Y también la afinación emocional: no es lo mismo tocar a las 11:00 en una escuela que a las 21:00 en un teatro. Ajusto tempi y dinámica al contexto.
¿Cómo dialogas con la tradición sin quedarte en la cita?
R. Leyendo, investigando fuentes, pero sobre todo cantando las líneas sin piano. Si puedes cantarlo, puedes tocarlo con sentido. La tradición es una casa con muchas puertas; no hace falta derribarla, basta con abrir ventanas.
¿Un consejo para jóvenes pianistas que sienten presión por “destacar”?
R. “Destacar” no es lo mismo que decir algo. Busquen repertorio que les ponga en riesgo musical, no solo en riesgo técnico. Y toquen con otros: trío, cuarteto, voz. El piano es orquesta, pero también es escucha compartida.
México está muy presente en tu discurso. ¿Cómo entra tu país en tu sonido?
R. En el ritmo interno y en la melodía. Hay una cadencia de habla y de paisaje que se cuela en las frases. No siempre es explícita; a veces es una forma de suspender la última nota como si el aire todavía estuviera caliente.
¿Qué te ilusiona del circuito iberoamericano?
R. La mezcla: salas históricas, auditorios modernos, festivales al aire libre. Y un público que agradece cuando programas con curiosidad: poner a dialogar a un clásico del canon con un compositor latinoamericano vivo es una fiesta de matices.
¿Cómo eliges el orden de un recital?
R. Pienso en tres actos: presentación de un mundo sonoro, conflicto de energías y resolución. Es dramaturgia musical. Si el público sale con la sensación de haber viajado sin moverse de la butaca, el programa funcionó.
¿Qué papel juega la improvisación en tu trabajo?
R. Más del que parece. No improviso “jazz” en un recital clásico, pero sí microdecisiones: respiraciones, rubati, pedal. La partitura es un mapa; cada noche el clima cambia.
 
		