(dpa) – El yate avanza entre las olas con tanta inclinación que nos quita el aliento, pero en la popa va una mujer de pantalones cortos azules, blusa blanca, y un temple totalmente calmo. Va detrás del timón, con pulso seguro hacia el puerto de Portoferraio. Pronto estaremos en la capital de la isla italiana de Elba.
Poco antes de entrar en el puerto, rizamos las velas, sujetamos el fender en la borda, y el yate avanza con un leve rugido del motor, pasa por delante de la octogonal Torre del Martello, por el fortín que es parte del puerto construido hace siglos, y finalmente entra, marcha atrás, en un pequeño espacio entre otros botes. Apenas queda sujeto al muelle, ya se escuchan tintinear las copas a bordo.
La tripulación del bote vecino está brindando y alza sus copas para saludar a la skipper, mientras los turistas que están sentados en un café a la calle observan curiosos la escena. «¿Cuánto tardará uno en aprender a navegar un yate así?», le pregunta un hombre a su mujer, que responde: «Una eternidad, ¡y además los barcos cuestan una fortuna!».
Pero Jochen Rieker, que dirige la redacción de la revista «Yacht», dice que eso no es más que un prejuicio muy extendido. Si bien es cierto que el alquiler de algunos yates cuesta una barbaridad, hay otros, asegura, que no son más caros que una habitación de hotel con vista al mar. «Quienes mantienen un barco propio suelen comprar uno usado por el mismo valor de una moto o una caravana», asegura el experto.
Efectivamente, muchos ofrecen sus yates al precio de un apartamento de vacaciones. «En abril, podrías alquilar un yate para seis personas a partir de los 588 euros (unos 660 dólares)», comenta la portavoz de la empresa Sunsail, Katja Meinken-Wiedemann.
De todos modos, Rieker no cree que los interesados se asusten por los gastos. «Yo creo que lo que lleva a creer que la navegación es elitista es más bien que no todos saben hacerlo», señala. Sin embargo, el redactor asegura que es mucho más sencillo de aprender de lo que muchos creen.
Mucha gente que tiene yates o veleros ofrecen paseos por una tarifa modesta y utilizan la suma, al menos en parte, para cubrir costos de mantenimiento y guardería. Rieker asegura que hacer ese tipo de salidas con skippers o timoneles experimentados es ideal como primer paso para posibles interesados en la navegación.
«Si uno, estando allí, hace ‘click’, el próximo paso será buscar una buena escuela», comenta Rieker. Por lo general no es difícil encontrar algún club o escuela especializada, incluso en zonas tradicionalmente turísticas como la isla de Elba, donde hay numerosas escuelas de este tipo. Entre las más grandes está la escuela que fundó una pareja de alemanes, Helga y Gereon Verweyen.
Andreas Lehn vive en la isla, la tercera mayor de Italia, y da clases allí. Suele hacer salidas con el «yate escuela» desde Bagnaia hacia decenas de bahías a las que sólo se puede ir por mar. Lehn conoce el archipiélago de la Toscana como la palma de su mano, desde Córcega hasta Capraia, Giglio, los puertos de San Vincenzo en el continente y el puerto Santo Stefano en la península de Monte Argentario.
Después de que sus estudiantes hayan hecho al menos 300 millas de navegación, Lehn los prepara durante cuatro días para el examen práctico. Una de las partes más complejas del examen es cuando se le exige a la tripulación que rescate del agua, en pocos minutos, una boya caída haciendo uso de determinadas maniobras. En caso extremo, puede correr riesgo la vida de los tripulantes, asegura Lehn. Por eso se ejercitan este tipo de maniobras muchísimas veces y se hace foco en ellos en el examen.
Si uno cree que los examinadores son algo más flexibles en los sitios de vacaciones, se equivoca. «En promedio el 20-30 por ciento de los que se presentan no aprueban el examen», apunta Lehn. A él tampoco le parece mal que sus estudiantes se vean exigidos, sobre todo porque los futuros skippers deben tener nervios de acero. Además, si están preparados pueden atracar en el muelle con una muñeca tan suelta como la skipper de Portoferraio.
Por Bernhard Krieger (dpa)