Nueva York, 7 sep (dpa) – La tenista Naomi Osaka está un poco molesta porque no le dejan de preguntar sobre su identidad cultural. Trata de no parecer irritada cuando explica que nació en Osaka, hija de un haitiano y de una japonesa, pero que con tres años se mudó a Nueva York.
«Como mi padre es haitiano, crecí en un casa haitiana en Nueva York», cuenta Osaka, la gran sensación del Abierto de Estados Unidos. A punto de cumplir 21 años, mañana jugará el partido más importante de su vida: la final del US Open ante la leyenda de Serena Williams.
La estadounidense ya tiene un lugar reservado en el olimpo del deporte y persigue su Grand Slam número 24, con el que empataría en lo más alto de la lista histórica -femenina o masculina- con la australiana Margaret Court.
Osaka, mientras tanto, está ante su primera final de Grand Slam. Tiene el color de piel de una haitiana, los ojos de una japonesa y habla el inglés como si de una estadounidense se tratara. Entiende el japonés, pero prefiere expresarse en inglés. Ese complejo mestizaje la convierten en una jugadora diferente al resto en el circuito femenino. Una atracción en Flushing Meadows.
«Aunque crecí en una casa haitiana, mi madre es japonesa, así que también me crié en la cultura japonesa. Pero supongo que como he vivido en América, también tengo esa parte», comentó la jugadora que tiene la doble nacionalidad japonesa-estadounidense.
El interés de la gente en sus orígenes sube al mismo nivel que su nombre en el circuito. Es probable que cada vez tenga que responder más preguntas sobre sus antepasados. Casos como el suyo no se ven todos los días en el tenis.
La japonesa, porque compite por la bandera del país del sol naciente, venció el jueves por la noche a la local Madison Keys en la semifinal del US Open. Se convirtió en la primera japonesa que alcanza la final de un Grand Slam.
Ese éxito (será así gane o pierda mañana) y su victoria en marzo en Indian Wells la convierten en una de las jugadoras a tener en cuenta para el futuro. Con buen ojo, la WTA, el ente rector del circuito femenino, la nombró en 2016 como «novata» del año.
Osaka empezó a empuñar una raqueta muy pequeña y cuando tenía ocho años obligó a su familia a cambiar Nueva York por Florida. Sus padres estructuraron su vida en base al talento de la pequeña tenista y acertaron. Osaka sigue viviendo ahora en el Estado del sol y ahora brilla en el circuito.
Preguntada sobre qué es lo que más le gusta de sus tres culturas, Osaka se mostró entusiasmada con su alma japonesa. «¿La cultura de Japón? Me gusta todo. Me encanta la comida, todo el mundo es muy simpático».
Pero tampoco escatima en elogios hablando de Haití. «Si conoces a una persona haitiana, te darás cuenta de que son muy positivos. Si tienes un amigo de Haití, hará todo lo que esté en su mano por ti».
La jugadora disfruta ahora de su mejor momento: arrancó la temporada en el puesto 68 del ranking y escaló hasta el 19. Tras alcanzar la final en Nueva York, tiene asegurado saltar hasta el 12 y, en caso de que gane el título, aparecerá el lunes en la séptima posición.
Una de las claves de su explosión fue la incorporación de Aleksandar «Sascha» Bajin a su equipo. El técnico entrenó muchos años con Serena Williams y Caroline Wozniacki. Osaka, según sus propias palabras, es más optimista desde que trabaja con Bajin.
Y ahora le sobra confianza. «Siempre pensé que si era capaz de ganar un Grand Slam, lo quería hacer en el US Open», comentó tras alcanzar las semifinales. El jueves superó ya ese penúltimo obstáculo y ahora Serena Williams es lo único que separa del título a Osaka, una jugadora con una raqueta y tres almas.
Por Gretel Johnston (dpa)