Múnich, 24 dic (dpa) – El nombre de Hanna Schygulla es inseparable al del director de cine Rainer Werner Fassbinder, y la actriz alemana, que cumple 80 años el 25 de diciembre, es una de las pocas germanas que logró entrar en el mundo de Hollywood.
Schygulla acaba de terminar un rodaje en una isla del mar del Norte, ya tiene un nuevo encargo para una película, y cuando tiene un descanso, sigue adelante con sus propios proyectos, ya sea la traducción de su biografía al francés o un cortometraje sobre refugiados.
«Yo misma estoy impresionada», comenta en declaraciones a dpa, «aunque a veces vaya más despacio. Pero eso también es bueno». Cuando se le pregunta por su lema, responde: «Que viva la alegría de vivir, que haya algo nuevo de vez en cuando. Y lo más importante: humor».
También prueba algo nuevo en su cumpleaños, que nunca celebró a lo grande, pero para los 80 lo hace en Berlín «como Dios manda», con amigos que vienen de París y Bruselas.
El camino de Schygulla hacia la actuación no fue una línea recta. Estudió filología románica y alemana y quería escribir su tesis final sobre el actor y cómico alemán Karl Valentin, a quien admiraba.
Fue Fassbinder quien la llevó por primera vez al teatro en los años 60. Con él se inició en el cine, y fue con sus películas -entre ellas «Effi Briest», «El matrimonio de Maria Braun» y «Lili Marleen»- con las que se hizo famosa.
«Sin duda fue el hombre decisivo para mi carrera, porque sin él no me habría convertido en actriz. Yo ya había dejado la escuela de arte dramático. Fue entonces cuando se acordó de mí», relata. Más tarde, Schygulla trabajó con grandes directores europeos como Volker Schlöndorff, Jean-Luc Godard, Carlos Saura y Marco Ferreri.
Su colaboración con Ferreri le valió un premio en Cannes en 1983. El efecto que causaba Schygulla era estar entre el sueño y la realidad, pero despierta y presente, características que cautivaron al público. En Hollywood, interpretó a Catalina la Grande en la serie de televisión «Pedro el Grande».
Schygulla aparcó en parte su carrera para cuidar de sus padres, que tuvieron poco tiempo para sí mismos «durante y después de la catástrofe de las guerras mundiales», dijo una vez. «Quise compensarlo lo mejor que pude hacia el final».
A partir de los años 90, la multipremiada actriz también se presentó como cantante de chanson y se puso cada vez más detrás de la cámara. Por ejemplo, realizó cortometrajes que se proyectaron en Nueva York y Berlín.
Vivió muchas décadas en París, que sigue siendo el centro de su vida junto con Berlín. «En algún momento se reducirá a una sola residencia. Pero mientras pueda, me sigue pareciendo estimulante», señala, apuntando que la capital alemana no le parece tan bonita como París, que quedó prácticamente intacta durante la guerra, pero en cambio tiene muchas facetas diferentes.
Schygulla se movió pronto entre dos culturas cuando llegó a Múnich con su madre como refugiada de la Alta Silesia en 1945. Su huida, su infancia en Baviera y la relación con su padre después de que este regresara a casa tras haber sido tomado como prisionero de guerra, dejaron huella en ella.
Por aquel entonces, oscilaba entre el niño que a su padre le habría gustado que fuera, la bella princesa, la niña refugiada y la muchachita muniquesa, la pequeña testaruda y la que soñaba despierta.
Hasta el día de hoy, Schygulla está conectada con los que llegan como refugiados y que, como ella, deambulan entre culturas. Por ejemplo, enseñó a niñas kurdas de Berlín a hacer cortometrajes.
Recientemente, como miembro de un jurado en línea, entró en contacto con jóvenes cineastas ucranianos. «Me conocían y estaban encantados con mi participación. Me sorprendió ver cómo se siguen haciendo películas de gran contenido a pesar de las situaciones de riesgo».
Antes de Navidad, Schygulla rodó en el mar del Norte la segunda parte de su trilogía sobre lo que implica ser forastero con el director Ameer Fakher Eldin, nacido en Ucrania, criado en los Altos del Golán y residente en Hamburgo.
Allí interpreta a una isleña cuya vivienda es repetidamente arrasada por el mar. En enero, el Museo del Cine de Múnich presentará cortometrajes de la actriz.
Schygulla no se ocupa de ocultar su edad ni de teñirse el pelo: «Quizá sea una de las pocas actrices que tienen el aspecto que han adquirido. La moda de la belleza está muy lejos de eso. Cada edad tiene su belleza».
También trabaja actualmente en la traducción de su autobiografía, que se publicará en francés diez años después de haber salido a la venta en alemán, y también está repasando su vida en profundidad: «Estoy asombrada de lo rica que ha sido».
Por Sabine Dobel (dpa)