(dpa) – Eran las seis de la tarde del 26 de abril de 1937 cuando, en plena guerra civil española, las bombas comenzaron a caer intensamente sobre la localidad vasca de Guernica, provocando una masacre que se convirtió en icono antibelicista gracias a Pablo Picasso y su famoso lienzo, pintado ese mismo año.
En la tarde de un lunes cualquiera de mercado, los aviones de la Legión Cóndor alemana y de la Aviación Legionaria Italiana, aliados de Francisco Franco, destruyeron la mayoría de las casas de Guernica y sembraron el terror entre una población que, según algunas versiones, también fue ametrallada desde el aire.
En menos de cuatro horas, la villa quedó arrasada, envuelta en humo y destrozada, según las crónicas de la época.
Los corresponsales extranjeros que lograron llegar hasta allí en la noche del ataque y que plasmaron lo ocurrido en las páginas de los principales diarios del mundo, se encontraron el pueblo en llamas, las viviendas derruidas y las calles llenas de cascotes.
«Guernica, la más antigua ciudad de los vascos y centro de su tradición cultural, fue completamente destruida ayer a la tarde por un ataque aéreo de los rebeldes», comenzaba su crónica George Steer, corresponsal de «The Times» y «The New York Times».
Fue el periodista británico, que da nombre hoy a una calle de Guernica, quien llevó la masacre a la portada del diario estadounidense y quien desveló la autoría del ataque después de que el bando franquista lo atribuyera a las tropas republicanas.
Y fue su relato el que inspiró a Picasso, quien lo leyó en París, a casi mil kilómetros de la villa arrasada por las bombas.
El Gobierno español de la República, encabezado por Juan Negrín, había encargado al pintor español una obra para la Exposición Internacional celebrada ese año en París. El famoso lienzo, ahora expuesto en el Museo Reina Sofía de Madrid, fue realizado en París meses después del bombardeo y no pisó suelo español hasta 1981, seis años después de la muerte de Francisco Franco.
«La pintura no está hecha para decorar las casas. Es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo», dijo en una ocasión Picasso, afín al Gobierno de la República.
A raíz de la participación de la Legión Cóndor, Guernica fue considerado un «ensayo» de los nazis para probar el potencial de sus armas antes de la Segunda Guerra Mundial.
«Habían sido aviones alemanes que fueron enviados sobre Guernica para hacer un ensayo de guerra totalitaria», escribió un testigo del ataque, el sacerdote antifranquista Alberto de Onaindía.
«Era el primer ejemplo de este género de lucha: primero unas bombas para alarmar a la población (…) luego oleadas de bombarderos con explosivos seguidos de bombas incendiarias y, por último, aviones ligeros que ametrallaban a los desgraciados que pretendía huir para salvar sus vidas», añadió en sus escritos.
Alemania pidió públicamente perdón a España por el ataque en 1997 a través de una carta del entonces presidente alemán, Roman Herzog, a los supervivientes de la masacre coincidiendo con el 60 aniversario.
El número de muertos aún es hoy una incógnita. En los primeros momentos, la prensa extranjera habló de entre 800 y 1.600 fallecidos, aunque posteriores estudios han apuntado que fueron menos, entre 120 y 300.
Pero, ¿era Guernica un objetivo militar? Hay diferentes versiones para responder a esta pregunta. Según sostuvo Steer en su crónica sobre el bombardeo, el ataque buscaba «la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna vasca».
Otras voces, que defienden que la localidad vasca contaba con una fábrica de armas y estaba en ese momento muy cerca del frente, acusaron a los corresponsales de mentir para beneficiar al bando republicano y a éste de convertir el ataque en la mayor herramienta de propaganda a escala internacional.
Por Ana Lázaro Verde