(dpa) – La jornada laboral de Fernanda Nunes y Lidya Gualano comienza poco antes de la medianoche. Es entonces cuando buscan los productos con los que van a trabajar en el barrio Brás, en la populosa São Paulo, donde las tiendas y puestos abren a esa hora como si se tratara de un mercado de frutas y verduras. Pero lo que ellas buscan no son bananas y tomates, sino tops y jeans.
Fernanda y Lidya van de tienda en tienda en Brás. En casa planchan las prendas y se retocan el maquillaje. Sin haber dormido, aparcan su coche por la mañana en la Rua Suécia, una de las direcciones preferidas de estas modelos móviles en el lujoso barrio Jardim Europa. El baúl está lleno de prendas de vestir, zapatos y bolsos. A su lado arman una tienda de camping y colocan una maleta y zapatos.
En el país de las mujeres hermosas, del que es originaria la supermodelo Gisele Bündchen, se desarrolló un nuevo nicho laboral con el que decenas de modelos «selfmade» como Fernanda y Lidya hacen buen dinero al margen del destellante mundo de la moda y en base a trabajo duro, locaciones elegantes y buen marketing. Algunas incluso se convierten en estrellas.
«El mercado creció mucho», dice a dpa Paloma Sánchez Carvalho. Paloma es conocida en Brás y se considera más bien una artista. «Somos modelos independientes, trabajamos con una producción completamente independiente y hacemos que nuestro arte sea independiente», afirma.
Fernanda, Lidya y Paloma no tienen contratos con agencias de modelos y tampoco son influencers que colaboran con marcas de ropa, hoteles o productos de belleza de lujo. En lugar de ello, promocionan productos de masa de las tiendas de Brás en Instagram y les dan de esta forma mayor difusión.
Brás se encuentra a apenas diez kilómetros de Jardim Europa, pero es otro mundo. Un barrio de trabajadores en el centro de São Paulo y uno de los principales centros textiles de Brasil y América Latina, en el que se venden prendas baratas y que están de moda. Son más de 50 calles con casi 10.000 tiendas y fabricantes, cientos de miles de empleos y hasta un millón de visitantes al día. Las prendas están por todos lados, en los maniquíes de los escaparates, en los estantes, en las mesas de saldo y en los percheros.
Desde la pandemia, las modelos de Brás trasladaron cada vez más sus sesiones de fotos de los estudios a exteriores, especialmente a barrios como Jardim Europa, donde las casas ocupan toda una manzana y las empleadas de uniforme sacan a pasear a los perros. Este elegante barrio también ensalza en cierta medida las prendas más bien baratas que se ven luego en las fotos.
Casi todos los días pueden verse en Jardim Europa modelos trabajando. Fernanda y Lidya van dos veces por semana a la zona en la que las calles llevan nombres de países europeos, como la Rua Suécia. Desfilan por la acera en jeans ajustados y tops cortos y posan delante de portones y muros. Comparten un mismo fotógrafo, el marido de Lidya. Mientras una de ellas se cambia en la tienda de camping, la otra posa con distintos conjuntos para la cámara.
Las modelos se sacan fotos con unos 100 looks distintos al día en promedio, según cuenta Paloma, autoproclamada «Lady de Brás». «Solo así vale la pena», señala. Dependiendo de la calidad, la locación, los accesorios y la popularidad en las redes sociales, reciben en promedio 70 reales (14,75 dólares) por foto. Paloma, que tiene más de 100.000 seguidores en Instagram, asegura que gana unos 20.000 euros (19.677 dólares) por mes.
Tanto Fernanda, Lidya como Paloma son de algún modo agencias unipersonales que asumen numerosas tareas y se ocupan de todo, desde su look hasta sus fotos en Instagram. «Es agotador, pero es divertido», asegura Fernanda. El barrio de Brás, que asemeja a un bazar, y las condiciones precarias de trabajo contrastan con el rico barrio de Jardim Europa y también con el glamour de la moda y el mundo de apariencias de las redes sociales.
De algún modo, todo esto va bien con São Paulo, que es la locomotora industrial de Brasil y Sudamérica, que, al igual que Nueva York, nunca duerme, y donde las personas son creativas y buscan abrirse camino. Aquí se nota de inmediato que, a diferencia de Rio de Janeiro, São Paulo tiene otro ritmo, más acelerado.
«Quien mira las fotos no ve las corridas que hay por detrás», afirma Paloma. Tampoco los conflictos con los habitantes del barrio, que se dan cada tanto. «Entendemos que se trata de un trabajo artístico y que las participantes de las sesiones fotográficas ejercen su derecho a moverse libremente como ciudadanas», señala una declaración de los vecinos.
Sin embargo, a algunos no les gusta que la fachada de su casa sea expuesta en las fotos, lo que en este barrio rico puede representar un riesgo para la seguridad de sus dueños. «Hacer fotos delante de la puerta de alguien es complicado, ¿no?», señala Fernanda, comprensiva. «Lo aceptamos e intentamos hacer el menor revuelo posible», añade.
Explica que los números de las casas no aparecen en las fotos y que en las publicaciones ponen como localización tan solo «Brás». No obstante, confiesa que algunas colegas ya fueron echadas del lugar con chorros de agua, acosadas e incluso asaltadas. Pero el mayor desafío es para Fernanda y Lidya tener que aguantarse una necesidad muy humana hasta entrada la noche: en toda la Rua Suécia no hay ni un baño público.
Por Martina Farmbauer (dpa)