En el fútbol actual, donde los focos iluminan a los jóvenes técnicos con ideas frescas y dominio tecnológico, los entrenadores veteranos parecen haber quedado en segundo plano. Son los que superan los 60 o 65 años, los que aprendieron el juego cuando se analizaba con intuición y mirada, no con pantallas. Hoy muchos se encuentran con una puerta cerrada. ¿Por edad? Esa es la primera gran pregunta.

El fútbol moderno se alimenta de conceptos como renovación o innovación. Y todo eso es válido. Pero en ese impulso por lo nuevo, a menudo se confunde juventud con modernidad y experiencia con pasado. La edad no borra el talento: lo moldea. El entrenador veterano no es una reliquia, es una biblioteca viva del juego, alguien que ha visto más fútbol del que cualquier manual puede enseñar.
El valor de lo aprendido
Un técnico veterano no solo conoce sistemas o tácticas. Conoce personas. Ha vivido generaciones distintas, entiende cómo cambia el vestuario y cómo influye la presión del entorno. Sabe cuándo un jugador necesita un abrazo o una reprimenda, domina la psicología del grupo y la soledad del banquillo.
Aunque vivió el fútbol sin datos, sabe integrar la tecnología, delegar y adaptarse. No se trata de nostalgia, sino de perspectiva. Cuando se margina a un entrenador por edad, se pierde más que un profesional: se pierde una forma de entender el juego, esa mirada pausada que analiza sin ruido y valora los procesos por encima del resultado inmediato.
El prejuicio invisible
En muchos clubes, sobre todo en categorías intermedias o locales, el criterio de la edad sigue pesando más que la experiencia. Se busca juventud para proyectar energía, pero se olvida que la energía sin dirección se dispersa.
La experiencia no se opone a la modernidad. Entrenadores como Carlo Ancelotti, Claudio Ranieri, Marcelo Bielsa o Roy Hodgson, todos mayores de 65 años, siguen compitiendo en la élite y demostrando que el conocimiento no caduca. Su liderazgo no se impone; se gana. Hablan poco, observan mucho y corrigen con sabiduría.
Un entrenador veterano no compite con los jóvenes, los forma. No busca el protagonismo, busca que el equipo crezca. Y ese valor, en tiempos de ruido y velocidad, es cada vez más escaso.
El arraigo y el valor del fútbol local
En el fútbol de base y en los clubes de barrio, los entrenadores veteranos representan la memoria viva de la comunidad. Conocen las calles, los hinchas, las historias y las derrotas que forjan identidad. Y, sin embargo, rara vez se les da la oportunidad. Se prefiere fichar promesas externas que llegan con discursos brillantes sobre “sentir los colores”, pero que muchas veces desconocen la historia real del club.
El entrenador local, el que creció en las gradas y conoce el valor de cada victoria, no siempre tiene la visibilidad que merece. Y eso es un error, porque el fútbol no solo se juega, también se pertenece.
Equilibrar experiencia y renovación
El fútbol necesita jóvenes técnicos, claro que sí. Pero también necesita memoria. Un entrenador veterano puede trabajar con un cuerpo técnico joven, combinar datos con intuición, unir la táctica moderna con la empatía del vestuario.
El equilibrio perfecto está ahí: en mezclar la frescura del nuevo con la calma del que ya ha pasado por todo. Porque aunque el fútbol evolucione, su esencia sigue siendo la misma: once personas, un balón y una idea común.
Cuando la edad no es un límite
Existen ejemplos que desmontan cualquier mito sobre la edad. Ancelotti, con más de 60 años, sigue dominando vestuarios repletos de estrellas. Ranieri, con 70, llevó al Leicester City a una de las mayores gestas del fútbol moderno. Luis Aragonés, con 69, hizo campeón de Europa a una generación que cambió la historia de España. Y Óscar Tabárez, con 74, fue símbolo de liderazgo y pedagogía en Uruguay durante más de una década.
Todos demuestran que la pasión y el conocimiento no envejecen, que la edad no resta, suma perspectiva.
No se entrena solo fútbol, se entrena vida
El fútbol no pertenece a una generación. Pertenece a quienes lo entienden y lo sienten. Un entrenador veterano no es el pasado: es una oportunidad para aprender del tiempo. Su presencia da equilibrio, evita errores y transmite valores que las estadísticas no registran.
Cuando el fútbol margina a quienes lo hicieron grande, pierde una parte de su esencia.
No se trata de mirar atrás, sino de mirar con profundidad. Porque al final, el fútbol sigue siendo una escuela de vida, y en esa escuela, los maestros con más años no sobran: faltan.
