Fráncfort, 22 oct (dpa) – Acudir a la Feria del Libro de Fráncfort supone sumergirse en una especie de sudoku codificado por letras y números que condena al fracaso a quienes carecen de buena memoria o sentido de la orientación.
Los stands se disponen de manera ordenada, buscando la atención de un público que de forma continua tiene la sensación de perderse la presentación más interesante del año.
En el mayor escaparate literario del mundo tienen lugar en cuatro días más de 4.000 eventos. Talleres, charlas, coloquios, debates y presentaciones conviven en armonía con carreras de última hora y cafés derramados.
Entre la muchedumbre se reconoce sin dificultad a aquel que ha venido exclusivamente a hacer negocios, el reparto incesante de tarjetas de visita le delata, pero también a los cazadores de tesoros, quienes salen de la feria con un par de kilos a sus espaldas en forma de regalos promocionales.
Recorrer los kilómetros de exposición de la 68 edición de la Feria del Libro de Fráncfort sirve para confirmar que la literatura es mucho más que el arte de las palabras, lo abarca todo.
Junto al universo de color que constituyen los stands dedicados al público infantil, es posible encontrar un libro sobre Pablo Escobar, “El patrón”, darse de bruces con la cara de Leonel Messi, protagonista de las publicaciones editadas por el Fútbol Club Barcelona e incluso hojear una versión revisada de la Biblia de Lutero.
La tecnología también se impone en sus diferentes vertientes y abre la puerta a viajar en el tiempo y en el espacio. Por cinco euros, en la sección de libros antiguos, se brinda la oportunidad de retroceder al siglo XV para manejar una imprenta similar a la inventada por Gutemberg, un precio módico ya que este pago permite incluso volver a casa con un documento elaborado gracias a los revolucionarios tipos móviles.
Los más modernos, tal y como hizo el primer ministro francés Manuel Valls, pueden desplazarse a mundos imaginarios sin apenas moverse del sitio a través de la realidad aumentada. Unas gafas en el pabellón de Holanda y Flandes, los invitados de honor, lo hacen posible.
Y entre tanto ajetreo y actividad frenética, camuflado entre los stands de las editoriales, se encuentra un remanso de paz. En un pequeño consultorio se ofrecen masajes cuyo precio oscila entre los 25 y los 110 euros.
«Los escritores y los ejecutivos pasan muchas horas sentados escribiendo y estas posturas les acarrean dolores, por lo que creo que es muy sensato que entren a darse un masaje», explica a dpa la fotógrafa Isabelle Grubert.
Ella ha colocado su pequeño estudio justo al lado del fisioterapeuta que se esconde tras la cortina pasada. «Es muy bueno, yo ya he probado uno de sus masajes, hemos hecho un intercambio: yo le he hecho unas fotos y él me ha regalado una sesión», dice.
Por María Prieto