(dpa) – Víctor habla un inglés bastante elemental, solo entiende algunas palabras en alemán y por principio se niega a dialogar en el idioma de su gran vecino, España.
Sin embargo, el guía portugués de 40 años se las arregla bastante bien con su teléfono móvil. Gracias a las aplicaciones de traducción, sus pasajeros aprenden todo lo que necesitan saber sobre la isla de Fayal, en las Azores.
En el centro de la isla, de 173 kilómetros cuadrados, donde habitan 15.000 personas, se alza el pico volcánico Cabeço Gordo o Pico Gordo, de más de 1.000 metros de altura.
El archipiélago en medio del Atlántico es un lugar perfecto para experimentar al menos tres estaciones del año en un solo día.
«El tiempo cambia cada diez minutos», anuncia la voz metálica del celular de Víctor, mientras la lluvia cae sobre el parabrisas. El agua beneficia sobre todo a los enormes arbustos de hortensias, a los que Fayal debe su apodo de Ilha Azul: isla azul.
La isla es visitada sobre todo por aficionados al senderismo, fanáticos de las ballenas y exploradores de volcanes. La montaña más alta de Portugal, el Pico, tiene 2.351 metros de altura. Está situado en la isla vecina del mismo nombre y está siempre a la vista.
Los más deportistas suben a la Caldeira, un cráter volcánico en el centro de la isla, cuyas paredes escarpadas desaparecen bajo un manto verde de cedros, enebros y helechos.
Las personas que no sufren vértigo pueden recorrer el estrecho sendero a lo largo de la gigantesca caldera, en cuyo fondo se desplegaba en el pasado un profundo lago azul. Desde allí, se disfruta de la vista panorámica y, con buen tiempo, aparecen incluso las siluetas de San Jorge y Graciosa, dos más de las nueve islas del archipiélago.
Tras la pista de las ballenas
Los cetáceos y los cachalotes, así como los delfines, merodean por la costa. Los arpones ya no los rastrean, solo las cámaras de los turistas. La caza comercial de ballenas se prohibió en la década de 1970, y la antigua fábrica de ballenas de la bahía de Porto Pim se convirtió en un centro de información.
En la actualidad, las torres de vigilancia circulares que se utilizaban para la caza son aprovechadas por los operadores turísticos para el avistaje de ballenas.
A primera vista, Fayal se presenta como un lugar paradisíaco. El tiempo parece detenerse en los pueblos que bordean la carretera costera y cuyas iglesias de piedra caliza blanca y basalto negro se erigen de un modo sobredimensionado. Decenas de capillas pintadas de colores brillantes atestiguan la religiosidad de los isleños.
El peligro como compañero constante
Las azaleas, los lirios, la correhuela y las omnipresentes hortensias inundan la isla en un derroche de color desde mayo hasta diciembre. Pero el idilio es engañoso.
Regularmente, terremotos pequeños y grandes sacuden a los habitantes de Fayal. El peligro de sufrir erupciones volcánicas es un compañero constante de la población. La catástrofe más reciente se produjo hace poco más de 50 años. Durante un año, de 1957 a 1958, el volcán Capelinhos escupió fuego y humo.
Aquella erupción provocó que la isla ganara unos dos kilómetros cuadrados de superficie, pero diezmó la población a la mitad. Miles de personas de los pueblos más afectados del oeste de la isla emigraron a Estados Unidos tras perder sus casas y granjas.
El paisaje lunar del extremo occidental de Fayal, alrededor del antiguo faro, es el atractivo por excelencia de la isla de las Azores. Fuera de función, el faro se encuentra entre montículos de ceniza y escombros, con el sótano medio hundido en la arena y con ventanas que miran al mar como ojos vacíos. El reluciente desierto rojo, marrón y negro parece sacado de otro planeta.
Un café como institución de los marinos
Un paisaje completamente diferente presenta la pintoresca capital de la isla, Horta. En los años 30, los hidroaviones de la ex compañía aérea estadounidense Pan Am aterrizaban aquí, e incluso el propio Charles Lindbergh, icono de la aviación, había consagrado el puerto de la isla como escala en sus travesías sobre el Atlántico. Hoy en día, es una parada casi obligada para los veleros de todo el mundo, de camino al Caribe o de regreso.
Por la noche, el lugar de encuentro de turistas y marineros es el legendario Peter Café Sport, cuya veleta con forma de cachalote no pasa desapercibida. Desde hace 103 años, el bar más famoso de las Azores es una institución entre los navegantes.
En el también llamado Café de Peter, cuyo propietario se llama Henrique Azevedo, se toma sopa de pescado y se come bacalao seco. En el bar, las tripulaciones reciben ayuda cuando se rasga una vela, se rompe un mástil, hay que reponer alguna pieza o se necesitan provisiones.
El Peter Café Sport es un punto fijo en la isla, una curiosidad como ya no hay muchas. En este bar tan particular no solo se pueden reservar excursiones de avistamiento de ballenas, excursiones de buceo en el banco Princesa Alice y otras salidas en aguas del Atlántico, sino que también se guarda la correspondencia hasta que el destinatario vuelva a pasar nuevamente por la isla portuguesa.
Por Roswitha Bruder-Pasewald (dpa)