En muchos concejos de Asturias, los autónomos y las pequeñas empresas son quienes mantienen viva la economía cotidiana. Son los que abren la persiana cuando todavía no ha amanecido, los que conocen a sus clientes por el nombre y los que, con pocos recursos, sostienen servicios que parecen invisibles hasta que faltan. Su papel es tan esencial que resulta difícil imaginar la vida local sin ellos.

Sin embargo, la realidad muestra una paradoja cada vez más evidente. Cuando se trata de pedir apoyo, colaboración o visibilidad, se piensa en los negocios del entorno. Pero cuando llega el momento de invertir, contratar un servicio o impulsar una campaña, muchas decisiones se van fuera. El resultado es un desequilibrio que debilita al tejido económico que da identidad a cada municipio.
El fenómeno no responde solo a una cuestión de preferencias. En ocasiones influyen los precios, la falta de oferta o la búsqueda de soluciones rápidas en plataformas nacionales o internacionales. Pero detrás de cada decisión hay un efecto acumulado: cada euro que se escapa del territorio local es un euro que no genera empleo ni desarrollo en la comunidad.
Las pymes representan la inmensa mayoría del tejido empresarial asturiano. La mayoría son negocios familiares o proyectos personales que resisten con esfuerzo, adaptándose a los cambios de consumo y a la digitalización. No piden trato de favor; piden competir en igualdad de condiciones y que se reconozca su valor real. Porque la cercanía no solo se mide en kilómetros, también en confianza y compromiso mutuo.
En los últimos años, muchas pequeñas empresas han dado pasos firmes hacia la modernización: presencia digital, redes sociales, comercio en línea o nuevos servicios adaptados a la vida actual. Lo han hecho sin grandes presupuestos, pero con ingenio y constancia. Lo que a menudo les falta no es talento, sino respaldo. Falta que instituciones, vecinos y otros empresarios comprendan que apostar por lo local no es un gesto simbólico, sino una inversión con retorno directo.
Cuando una imprenta, un diseñador o una tienda del municipio reciben un encargo, parte de ese dinero vuelve al entorno. Se traduce en consumo, en mantenimiento de empleo y en impuestos que permanecen en la zona. En cambio, cuando todo se externaliza, se vacía de contenido la idea de comunidad económica.
Apoyar al comercio de proximidad y a las pymes locales no significa renunciar a la calidad ni cerrarse al mundo. Significa entender que el progreso empieza por cuidar lo que tenemos cerca. La innovación también puede ser local: se puede ofrecer un servicio moderno desde un pequeño taller, una asesoría o una tienda que lleva décadas adaptándose al tiempo sin perder raíces.
El discurso sobre el apoyo al emprendimiento local se repite con frecuencia en campañas públicas y en redes sociales. Sin embargo, pocas veces se acompaña de una apuesta real y sostenida. La mejor forma de demostrar ese apoyo es con hechos: contratando, comprando, recomendando y difundiendo.
Cada pueblo, cada barrio y cada ciudad necesita un tejido económico que no dependa solo de las grandes cadenas. Las pymes y los autónomos son los que mantienen la luz encendida cuando la economía global se enfría. Y si desaparecen, con ellos se va una parte de la identidad colectiva.
El desafío no está en repetir el mensaje de “apoyar lo local”, sino en hacerlo posible. Porque el futuro no se construye con eslóganes, sino con coherencia. Favores en casa, inversiones fuera: una frase que debería hacernos pensar en cómo equilibrar la balanza. Quizá la respuesta no esté en gastar más, sino en decidir mejor dónde ponemos nuestro esfuerzo y nuestra confianza.
Redacción Candás 365