(dpa) – «¿Cómo puede ser que no hagas nada? Al menos, consíguete unas prácticas». «¿No es ya pronto tu examen? Deberías organizarte y hacerte un plan de estudio». «¿No te interesan las clases de la universidad? A veces simplemente hay que sobreponerse e ir».
Para muchos padres, no es fácil dejar que sus hijos inicien su propia vida. Y para muchos adultos jóvenes, esa situación es difícil de soportar. Sobre todo, cuando se trata del rumbo profesional, de decisiones respecto de la formación, de progresos en el estudio o de un cambio de trabajo.
Muchas veces las madres y los padres se sienten obligados a acompañar a sus hijos, a impulsarlos a elegir el camino correcto. Es comprensible y, en general, lo hacen con las mejores intenciones. Pero muchas veces tienen ideas completamente diferentes a las del hijo o la hija.
Los padres argumentan con su propia experiencia de vida. «Pero las condiciones en las que ellos tomaron sus decisiones profesionales hace dos, tres décadas no se pueden comparar con la situación actual», dice Eva Scharf, del Centro de Formación Profesional de Fráncfort, Alemania. Allí, los adolescentes y jóvenes son acompañados desde la orientación profesional hasta el inicio exitoso de la vida laboral.
Hoy en día, los jóvenes muchas veces necesitan más tiempo para decidirse por una profesión, señala Scharf. «Ese tiempo en el que no hacen nada es difícil de llevar para los padres. Pero esta es otra generación», añade. Y el resultado de esta fase de orientación más prolongada es a menudo más persistente, por ejemplo, porque hubo suficiente tiempo para tomar consciencia de las propias capacidades y metas.
En caso de conflicto, buscar el diálogo
Cuando los padres no están de acuerdo con la decisión profesional de sus hijos y preferirían verlos, por ejemplo, trabajando en una oficina en vez de en una formación como pintor, «eso a los jóvenes muchas veces les pega como un mazazo», asevera Scharf.
¿Qué se puede hacer en esos conflictos? Scharf aconseja: «Intentar explicar a los padres qué es lo importante para el joven y por qué hizo esa elección. Y preguntar a los padres qué es lo que valoran de sus hijos y por qué no confían en esa decisión».
Entonces muchas veces se detecta que la reacción de los padres tiene menos que ver con el hijo y más con las propias experiencias, deseos y valores. «Quizá ellos mismos desempeñan un oficio manual y no están satisfechos con ello», indica Scharf. Y se olvidan de que en el caso de su hijo todo puede darse de manera diferente.
Muchas veces también se da el caso al revés: los padres desean que sus hijos sigan sus pasos profesionales. Porque la compañía fue fundada por el bisabuelo. Porque padres y abuelos fueron abogados. Porque toda la familia es médica.
A muchos hijos, al principio, este camino les parece acertado, porque sienten un vínculo o porque el entorno laboral de los padres les resulta familiar. A menudo se dan cuenta más tarde de que esa decisión tiene más que ver con lealtad y principios familiares y menos con sus verdaderos intereses y talentos.
«En las sesiones de asesoramiento, aparecen a veces personas de 30 años que dicen: siempre hice lo que mis padres querían, ahora quiero descubrir qué quiero yo», relata la psicóloga Anne Otto, quien para un libro analizó la cuestión de cómo personas ya adultas pueden llevar a la vez una relación adulta con sus padres.
No romper el diálogo
Encontrar el camino propio y tomarlo a menudo implica estresantes debates con los padres. «En esos casos hay que tratar de mantener separado el nivel de los hechos y el de la relación», sostiene Otto.
¿Es eso posible cuando los padres presionan para que uno termine los estudios porque necesitan saber cuánto tiempo deben seguir poniendo dinero, estando ya jubilados, por ejemplo? En esos casos se puede calcular objetivamente cuánto apoyo económico es necesario y si tal vez trabajar durante el estudio soluciona el problema.
¿O se trata en realidad de expectativas que no se cumplieron? «Estas conversaciones son más difíciles de llevar a cabo, porque hay muchas emociones en juego», dice la psicóloga. Ella recomienda, sin embargo, ser siempre abiertos y claros. «Muchas veces los padres quedan consternados cuando se dan cuenta de cuántas expectativas cargaron sobre sus hijos», explica.
También puede ayudar algo de distancia: un semestre de estudio en otro país, por ejemplo, o mudarse a una vivienda con otros estudiantes. Cuando desaparecen las peleas cotidianas, puede ser más fácil retomar el diálogo.
El consejo de los padres es importante, aun cuando uno ya es adulto. «Vemos a muchos jóvenes cuyos padres no se ocupan y que se sienten dejados solos», dice Scharf.
Por eso aconseja a los padres intentar el contacto siempre, aun cuando parece que a los hijos no les interesa. No hay que dar consejos que nadie pidió, pero sí escuchar y responder con seriedad a las preguntas. Esa es la mejor estrategia. Y no perder la paciencia: «Posiblemente hagan falta varios intentos para llegar a una conversación», indica. «Y eso quizá se deba a que el hijo mismo aún no sabe la respuesta».
Por Eva Dignös (dpa)