Buenos Aires, 10 nov (dpa) – «Los años que he vivido en Europa son ilusorios, yo he estado siempre (y estaré) en Buenos Aires», escribió Jorge Luis Borges en «Fervor de Buenos Aires». Y la ciudad lo homenajea en estos días con la inauguración del Espacio Borges en el marco de la reapertura de la Biblioteca Miguel Cané, donde el autor argentino trabajó entre 1937 y 1946.
La renovada biblioteca en el barrio porteño de Boedo ofrece ahora cinco salas que visibilizan distintas facetas del más universal de los escritores argentinos. Allí puede visitarse el pequeño cuarto que recrea el estudio donde se recluía a leer y trabajar en sus textos, así como las salas Borges autor y Borges lector, una línea de tiempo que recorre su biografía y un espacio audiovisual con diversas entrevistas.
La muestra permanente revela que la experiencia casi kafkiana de empleado municipal también tuvo su contracara fecunda. «No es exagerado decir que aquí, invisible, casi clandestinamente, nació ese Borges que cambió la literatura del siglo XX», apunta el curador de los textos Pablo Gianera.
El auxiliar primero contaba por entonces ya con varios libros publicados. Sin embargo, según rememoraba en su autobiografía, en el trabajo «los demás no se interesaban sino por las carreras de caballos, los partidos de fútbol y los chistes obscenos».
«Irónicamente, por ese entonces, yo era un escritor conocido, excepto en la biblioteca», se lamentaba. Pero con el paso del tiempo su perspectiva sobre esa etapa pareció ir cambiando, hasta llegar al reconocimiento de «una deuda de gratitud».
«Nueve años trabajó, mucho tiempo, como bibliotecario para la red de bibliotecas públicas. Fue el periodo del 37 al 46 donde él se termina de transformar en un escritor de ficción», destaca a dpa el coordinador general de la Dirección del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura, Ezequiel Mario Martínez.
Una de las joyas de la exposición es la recreación del espacio en el que Borges (1899-1986) solía recluirse por entonces, ambientado con silla, lámpara y escritorio antiguos, mientras se oye el rasgueo incansable de una estilográfica sobre el papel.
«Es un escritorio de época», comenta Martínez. «Quizás lo utilizó, no lo sabemos. Pero lo que sí sabemos es que se refugiaba en el sótano y en este lugar a leer y a escribir. Él contaba que en una hora y media, dos, cerraba todo el trabajo que tenía que hacer y después el resto de las horas leía. Acá leyó a Vicente Fidel López, a Paul Groussac. Y ‘La Divina Comedia’, en el viaje de tranvía 7 que hacía todos los días, una hora de ida y una hora de vuelta».
En una vitrina del estudio puede verse la ficha municipal del cuentista, poeta y ensayista, con el número de legajo 57323. Allí detalla «sí» detrás de «lee y escribe», así como sus estudios secundarios («bachiller») y los «idiomas que posee»: castellano, inglés, alemán y francés.
La viuda de Borges María Kodama recordó durante la inauguración el jueves pasado que «Las ruinas circulares», que el autor escribió en esa biblioteca, llegó a sus manos cuando ella tenía unos diez años y la impactó.
Además relató que en una entrevista que Victoria Ocampo le hizo a Borges, éste confesaba que nunca pudo volver a escribir algo con la intensidad con la que escribió ese cuento durante una semana. «Esa intensidad es lo que le tocó, sin entender intelectualmente nada, a una chica de diez años», comentó Kodama, quien hizo un llamamiento a «leer y sentir».
En la sala Borges autor descollan bajo las vitrinas las primeras publicaciones en la revista «Sur» en 1939 de «Pierre Menard, autor del Quijote» y de «La Biblioteca Total», ensayo que originó «La Biblioteca de Babel». Ambos relatos, asimismo imaginados entre las paredes de la Cané, también integran su celebrado libro «Ficciones» (1944).
Igualmente se destacan del acervo de la red de bibliotecas primeras ediciones de «Historia universal de la infamia» (1935), «Seis problemas para don Isidro Parodi» (de H. Bustos Domecq, seudónimo de Borges y su amigo Adolfo Bioy Casares, 1942) y «El informe de Brodie» (1971).
Y en la sala Borges lector se despliegan obras que leyó en sus viajes en tranvía y en las instalaciones de la biblioteca, así como una breve constelación de libros que antologó, tradujo o reseñó. El autor de «El Aleph» opina por ejemplo sobre «La Divina Comedia» de Dante Alighieri: «es un libro que todos debemos leer. No hacerlo es privarnos del mejor don que la literatura puede darnos».
Años después de trabajar en el barrio de Boedo, el escritor quedó ciego en la década del 50. El gobierno militar que derrocó a Juan Domingo Perón lo nombró director de la Biblioteca Nacional en 1955, cargo que desempeñaría hasta 1973.
Los días de Borges en la Cané terminaron precisamente en 1946, con la llegada al poder del peronismo, al que siempre se opuso. Por entonces fue «ascendido» a la inspección de aves y conejos en los mercados públicos, según él mismo evocaba.
En las vitrinas del Espacio Borges pueden descubrirse también las palabras que el escritor pronunció con motivo de su renuncia, recuperadas por «Sur»: «Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo decurso clasifiqué un número infinito de libros».
Por Gabriela Mayer (dpa)