(dpa) – Cuando la nevera ha quedado vacía y el hambre comienza a arreciar, Therese al-Dib y su marido, Hanna, recurren a una pequeña tienda en el barrio beirutí de Achrafieh. Hoy por fin han podido volver a llenar el carrito de la compra; del mango cuelga una bolsa extra con verduras frescas.
En la iniciativa de ayuda «Beit al-Baraka», la pareja de ancianos obtiene desde hace más de un año todos los alimentos básicos de forma gratuita. Prácticamente no tienen dinero para comprar en un supermercado normal.
Therese y Hanna al-Dib, de 77 y 83 años de edad respectivamente, se encuentran entre los cientos de miles de libaneses empobrecidos que sienten toda la fuerza de la grave crisis económica y financiera por la que atraviesa su patria.
Los habitantes de este país junto al Mediterráneo están acostumbrados a pasar penurias. Muchos vivieron la guerra civil que terminó hace 30 años, y desde entonces llevan sufriendo bajo el dominio de una élite política corrupta.
Apenas se quejan cuando la electricidad vuelve a fallar debido a la infraestructura deteriorada, o cuando no sale agua del grifo. Pero la crisis actual es una de las peores en los 100 años de historia del Líbano.
«Vivimos al día», asevera Therese al-Dib, y explica que la vida ya era difícil antes de la crisis, pero que ahora la situación ha empeorado. La pareja de ancianos debe subsistir sin los ingresos de una pensión en un Estado que no ofrece prácticamente ninguna forma de protección social.
Hanna al-Dib solía trabajar como jornalero realizando trabajos de pintura. En realidad, correspondería a sus cuatro hijos mantenerlos, como es costumbre en el Líbano. Pero ellos mismos apenas tienen suficiente dinero para alimentar a sus propias familias.
Para muchos libaneses, el alcance de la crisis se hizo tangible el año pasado. Pese a estar vinculado al dólar estadounidense, el tipo de cambio de la libra libanesa comenzó a caer.
Gradualmente, se derrumbó una política financiera y monetaria que los críticos ven como un esquema estatal piramidal que llevó a que la deuda del Líbano se disparara a niveles críticos.
En marzo de este año, el Líbano se vio obligado a suspender el pago de los títulos de bonos. Los bancos bloquearon las cuentas, por lo que muchos libaneses ya no pueden acceder a su dinero.
Y como si todo esto fuera poco, la situación se vio empeorada por la pandemia de coronavirus y la devastadora explosión en el puerto de Beirut que causó más de 190 muertos.
Los datos económicos actuales del Líbano son aterradores: según un informe del Banco Mundial, la economía se ha contraído este año en casi un 20 por ciento. La libra libanesa ha perdido en el mercado negro cerca del 80 por ciento de su valor.
Debido a que el país produce poco y depende en gran medida de las importaciones, los precios se han disparado. La inflación es de más del 130 por ciento, para los alimentos incluso más del 200 por ciento. Más de la mitad de los seis millones de habitantes del país vive en la pobreza.
Especialmente la clase media del Líbano está experimentando un grave deterioro.
Maya Ibrahimchah, fundadora y jefa de la iniciativa «Beit al-Baraka», señala que se trata de «los nuevos pobres» del país, y añade que con proyectos tales como la pequeña tienda gratuita ayuda en este momento a más de 200.000 personas, cifra que seguramente seguirá aumentando.
A medida que las reservas de divisas sigan disminuyendo, es posible que el Gobierno pronto se vea obligado a recortar las subvenciones a las importaciones. Los temores de que se llegue a una hiperinflación crecen. Ibrahimchah confiesa que la situación le da miedo: «Me siento como si estuviera en el Titanic».
El Líbano no podrá superar la crisis sin ayuda extranjera. Sin embargo, las negociaciones entre el Líbano y el Fondo Monetario Internacional (FMI) están congeladas desde hace meses. La directora del FMI, Kristalina Georgieva, denunció la falta de voluntad política por parte de los representantes de Beirut para emprender reformas.
Muchos libaneses han visto cómo el país ha sido explotado durante décadas por su élite política, a la que acusan de un enriquecimiento desenfrenado. Las protestas masivas que tuvieron lugar en el Líbano durante meses se dirigieron especialmente contra esta omnipresente corrupción.
Para nombrar un ejemplo, el experto financiero libanés Dan Azzi explica que, al principio de la crisis, responsables políticos y directivos de bancos transfirieron ilegalmente más de 3.500 millones de dólares al extranjero, dinero del que el país ahora carece.
Azzi no ve ninguna alternativa a la reducción de las subvenciones a las importaciones. Según su opinión, si no se da ese paso, las divisas se agotarán en 12 ó 18 meses: «Pero entonces las consecuencias serán peores, y no será suficiente con recortar las subvenciones».
El Gobierno libanés ya hace mucho tiempo que no actúa desde una posición de fortaleza. Desde su dimisión en bloque tras las explosiones en el puerto de la capital, solo ejerce funciones ejecutivas.
En realidad, ya hace tiempo que se tendría que haber formado un nuevo Gabinete en torno el ex primer ministro Saad Hariri, nuevamente nombrado, pero debido a las luchas de poder entre los bloques políticos, incluyendo el Hizbolá chiita, la formación del Gobierno está bloqueada.
Libaneses como Therese y Hanna al-Dib han dejado de creer en los políticos. «Nuestra esperanza está en Dios», afirma esta católica practicante. Una vez en casa, desempaca todo lo que han recibido en la tienda «Beit al-Baraka».
Ahora está sentada en un sillón de su estrecho apartamento de dos habitaciones, con cuadros de Jesucristo y santos cristianos colgados en las paredes. Al mediodía, una organización de ayuda trae pan y fideos para los dos ancianos.
Afuera continúa lloviendo. En Beirut, el invierno puede ser muy frío y húmedo. Pero Therese al-Dib y su marido ni siquiera tienen suficiente dinero para la calefacción. «Cuando tenemos frío, nos cubrimos con una manta».
Por Jan Kuhlmann (dpa)