Fráncfort, 15 oct (dpa) – Hoy, de nuevo, Jörg Mewes ha llevado 20 cajas de fruta llenas de libros al punto limpio. Son ejemplares que no se venden, que en su librería sólo ocupan sitio y ocasionan gastos. Por eso ha decidido deshacerse de ellos.
Ganar dinero con libros viejos resulta cada vez más complicado, asegura este anticuario de una ciudad de poco más de 25.000 habitantes situada en el centro-oeste de Alemania. «La oferta aumenta pero la demanda cae». En su opinión, pasa igual que con la leche: «cada vez es más barata pero nadie la quiere».
Sibylle Wieduwilt, que también regenta un negocio en el que se venden libros de segunda mano, tiene una experiencia muy diferente. Ella trabaja en Fráncfort y en el interior de su establecimiento comercial no hay ninguna estantería repleta de cajas con baratijas.
El libro más caro que tiene a la venta, que actualmente está de oferta, cuesta 22.500 euros (24.800 dólares). Se trata de una obra científica de gran formato del año 1771. «La reducción del precio afecta especialmente al siglo XX», explica Wieduwilt. Con libros raros, especiales y de gran valor se puede ganar dinero.
Hoy en día no existen menos tiendas de libro antiguo que en el pasado. Se estima que en el ámbito germanoparlante podría haber entre 1.000 y 1.200 negocios de este tipo. Entre ellos, los llevados por personas que venden artículos antiguos de forma ocasional, los dirigidos por mayoristas que imponen precios con los que no se puede competir o los regentados por proveedores que ofrecen rarezas.
«El libro viejo no ha muerto», dice Wieduwilt, que también es presidenta de la Federación de Anticuarios alemanes. «Sólo se han mudado, ahora están en Internet», recalca Mewes.
Internet constituye, de forma simultánea, tanto la bendición como la maldición de este tipo de negocios. Hace cerca de 20 años se creó en Alemania el llamado «Directorio central de libros antiguos». Las antiguas tiendas montadas en un garaje se vendieron y ahora pertenecen a una filial de Amazon.
Su equivalente, hoy en día, es una plataforma cooperativa que tiene la ventaja de que permite realizar búsquedas rápidas. Los clientes pueden encontrar online lo que buscan, no importa lo lejos que esté. El gran inconveniente es que debido a Internet hay una especie de sobreinformación. Uno acaba dándose de bruces con una gran cantidad de títulos.
Como resultado, un gran número de anticuarios se ven abocados al cierre o, como mínimo, a buscar fuentes de ingresos alternativas como es el caso de «Schutt», un negocio situado en Fráncfort que esconde libros en un patio trasero. Al frente de este establecimiento está Angelika Schleindl. En él apenas se venden libros. De hecho, explica, la mayoría de la gente que entra viene para deshacerse de ejemplares que tiene en casa.
¿Su facturación? Prácticamente inexistente. Vende un par de libros a través de la plataforma online booklooker.de, pero en la tienda apenas logra colocar una obra al mes. Y, pese a todo, se niega a cerrar el negocio. «Esta es mi sala de juegos. Es lo que siempre quise tener desde que era una niña», afirma Schleindl.
El alquiler del local en el que se encuentra lo paga gracias a los ingresos de una librería situada en la parte delantera del edificio y a través del subarriendo: una de las salas de esta dependencia está muy solicitada para la celebración de actos culturales, dado que el libro antiguo se erige como el escenario perfecto.
«Menos es más» constituye la máxima de Sibylle Wieduwilt. La anticuaria prefiere pagar mil euros por un libro que adquirir mil libros a un euro cada uno. «Los artículos de gran consumo son letales», recalca.
Hace 20 años, recuerda Mewes, adquirió dos tercios de una inmensa biblioteca integrada por 5.000 libros. Hoy, precisa, compra el diez por ciento. «A veces los herederos insisten en que me lleve todo y yo les digo: os pago 2.000 euros por todo y 2.500 si me dejáis escoger las obras que quiero», relata.
En la Feria del Libro de Fráncfort, la más grande del mundo, los libros antiguos juegan un papel irrelevante. En el pabellón número cuatro se puede encontrar una pequeña representación de este tipo de negocios. Después de 12 años presentes en la cita literaria, nunca han participado más de cuatro decenas de librerías que comercian con ejemplares antiguos.
Sería interesante para todos aquellos anticuarios que piensan en internacionalizar su negocio, porque aquí pueden encontrar clientes de fuera de Europa o contactos que les ayuden a llegar al mercado asiático o estadounidense. Pero para un librero que vende libros de segunda mano, insiste Wieduwilt, la feria es demasiado cara.
Además, actualmente son pocos los que quieren tener las paredes repletas de libros. «Ni los intelectuales tienen hoy una biblioteca. Los académicos se mudan a menudo y prefieren la sobriedad. Las estanterías llenas de libros ya no son un símbolo de estatus», dice Mewes.
Quien hereda una librería o una biblioteca y pretende vender los libros debe esforzarse para encontrar un anticuario dispuesto a hacerse con el legado. «Los herederos pueden sentarse en su montaña de libros», concluye.
Por Sandra Trauner