Moscú, 1 jul (dpa) – Trece años, ocho grandes torneos, ocho entrenadores, cuatro presidentes de AFA y ningún título de la selección mayor. El fútbol argentino podría escribir un manual sobre todo lo que hay que hacer para desperdiciar a uno de los grandes jugadores de la historia.
Se trata de Lionel Messi, claro, y de su historia con la selección argentina. Un libro lleno de frustraciones que sumó un nuevo capítulo, otro más, con la eliminación el sábado en los octavos de final del Mundial de Rusia ante Francia en Kazán.
Fue la crónica de una muerte anunciada, como dijo un Diego Maradona que pese a todo puede ver con claridad lo obvio: sin una idea y un proyecto, sin fútbol, con el alma no alcanza. «Después de Messi somos un equipito más», dijo Maradona con crudeza en su programa en Telesur.
El futuro de Messi en la selección argentina es, a sus 31 años recién cumplidos, una incógnita. Qatar 2022, al que llegaría con 34 años, queda muy lejos. El año próximo está la Copa América en Brasil, pero aventurar quién jugará y quién dirigirá a Argentina en ese torneo es un ejercicio imposible en este momento.
La única certeza es que, en casi 13 años, Argentina nunca logró aprovechar a un mito viviente del fútbol. Un entrenador tras otro pasó por el banco y siempre el mismo quebradero de cabeza sin solución: ¿cómo crear el entorno propicio para que aparezca el mejor Messi?
El propio crack del Barcelona, desde ya, también tiene su cuota no menor de responsabilidad. Falló en momentos en que no debía fallar y nunca logró liberarse del todo con la camiseta albiceleste, más allá de apariciones brillantes como las del año pasado en Ecuador con la agónica clasificación al Mundial. Un entorno hostil hizo el resto.
Desde que debutó con la selección mayor el 17 de agosto de 2005 en un amistoso ante Hungría, un partido en el que fue expulsado apenas 47 segundos después de haber ingresado al campo por un manotazo a un rival, Messi fue dirigido por ocho entrenadores diferentes: José Pekerman (2004-2006), Alfio Basile (2006-2008), Diego Maradona (2008-2010), Sergio Batista (2010-2011), Alejandro Sabella (2011-2014), Gerardo Martino (2014-2016), Edgardo Bauza (2016-2017) y Jorge Sampaoli (2017-).
Pero no sólo se trató del cambio de nombres, sino de una mutación permanente de la idea y del estilo de juego. Con la propuesta rocosa de Bauza y el fallido plan ultra-ofensivo de Sampaoli como ejemplos extremos.
En esos casi 13 años, pasaron a su vez cuatro presidentes diferentes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA): Julio Grondona, Luis Segura, Armando Pérez y su comisión normalizadora y actualmente Claudio «Chiqui» Tapia.
En ese contexto de caos dirigencial, Messi jugó cuatro Mundiales y cuatro Copas América. Llegó a la final en Brasil 2014, a los cuartos en los Mundiales de 2006 y 2010, y alcanzó tres finales continentales (2007, 2015 y 2016). Pero el ansiado trofeo se le escapó una y otra vez, más allá del oro olímpico de Pekín 2008 y el título mundial juvenil de 2005.
«El error es buscar siempre por qué no aparece Messi, hay que buscar por qué no aparece el equipo», señaló el ex capitán argentino Juan Pablo Sorín a dpa tras la eliminación albiceleste. «Hay que pensar en una reconstrucción del fútbol argentino, a nivel dirigencial para que haya una coherencia en la formación, como sí la tuvo la era Pekerman (en los juveniles)», pidió.
La misma reconstrucción de la que se habla después de cada eliminación en Argentina, de cada golpe tras un gran torneo. El problema es que, cuando se empiece alguna día con esa tarea siempre pendiente, tal vez ya no esté Messi.
Por Tomás Rudich (dpa)