(dpa) – Cuando los turistas se abren camino por la Plaza de San Pedro quedan envueltos rápidamente por las espectaculares fachadas del Vaticano. A primera vista es un desierto de piedra. Lo que no sabe la mayoría de los visitantes es que detrás de la basílica de San Pedro hay una especie de edén en forma de jardín.
La parte trasera del Vaticano es verde. Más de la mitad de las 44 hectáreas de este Estado en el centro de Roma están ocupadas por la naturaleza. Se trata del misterioso jardín papal.
Para llegar hasta allí hace falta registrarse, por lo general con unos cuantos meses de anticipación, ya que el interés es enorme y la oferta limitada. Esto lo vuelve aun más especial.
A diferencia de lo que sucede en los Museos Vaticanos, allí las personas no se agolpan por los pasillos y las salas como en la Capilla Sixtina de camino a los frescos de Miguel Ángel. La visita a los Jardines del Vaticano sigue teniendo un aire de exclusividad.
En pocos minutos se pasa del barullo de voces de la por lo general repleta sala de boletos a un mundo completamente distinto, en el que solo se escucha el canto de los grillos. Una colina verde de calma. Los jardines se extienden por la Colina Vaticana que se encuentra detrás de la Basílica de San Pedro. Alguna vez, esta colina fue la zona en la que cazaban los papas, que se dedicaban a esta actividad al igual que cualquier príncipe.
Hoy en día no hay siquiera zorros en el Vaticano. Los altos muros que rodean el centro de la Iglesia católica mundial representan una barrera insuperable.
Sin embargo, es posible encontrar tortugas acuáticas nadando en un estanque de agua cristalina. Y por todas partes se oye el graznido de los loros que han hecho de este lugar su hogar. Pasan volando como proyectiles de color verde brillante y luego desaparecen en las copas de los árboles centenarios. El mejor lugar para observarlos es cerca de una fuente. Allí se los puede ver posando junto a pequeñas esculturas de ranas de piedra que escupen agua.
Una gruta artificial, un rosedal, una antigua villa y un bosque encantador con estatuas antiguas de la época romana garantizan que uno no se aburra nunca. Hacia el lado del Tíber se eleva por sobre las copas de las palmeras la poderosa cúpula de la basílica de San Pedro. Una vista espectacular.
Posibles encuentros con el sumo pontífice
La verdadera atracción es lo que sucede en las mentes de los visitantes: la ilusión de que, en cualquier momento, puede aparecer el papa en persona a la vuelta de alguna esquina. Entre otras cosas porque el papa anterior, Benedicto XVI, decidió irse a vivir a los Jardines del Vaticano. Desde que renunció al papado en 2013, Joseph Ratzinger pasa sus días en el monasterio Mater Ecclesiae, que se encuentra allí. Se trata de una villa amplia con capilla privada y con una huerta oculta tras un cerco de arbustos tupido y alto.
La guía turística Kinga cuenta que uno de sus colegas lo vio hace poco, recorriendo uno de los senderos en una silla de ruedas empujada por un grupo de monjas. «De inmediato, impartió su bendición a las personas presentes», comenta.
Los jardines también son atractivos, entre otras cosas, porque permiten echar un que otro vistazo tras las bambalinas de este pequeño Estado, como los contenedores de basura que se alinean en el patio interno. Vista desde aquí, la Capilla Sixtina, donde se reúnen todos los cardenales para elegir a un nuevo líder de la Iglesia católica tras la muerte de un papa, parece un viejo edificio fabril. Desde afuera, este famoso edificio se ve como una construcción de lo más común.
La fortaleza que protegió a un papa
La visita continúa hasta el Castillo de Sant’Angelo, la tradicional fortaleza en la que podían refugiarse los papas en caso de peligro. Así fue como se salvó el papa Clemente VII en 1527, quien llegó hasta el castillo, considerado inexpugnable, huyendo a través del pasaje Passetto di Borgo, que aún existe.
En ese momento, Roma fue asaltada por un ejército de mercenarios. Dos tercios de la Guardia Suiza perecieron al enfrentarse con valentía a unos atacantes muy superiores en fuerzas.
El «Sacco di Roma», el saqueo de Roma, fue uno de los acontecimientos más traumáticos en la historia de la Ciudad Eterna. La Guardia Suiza recuerda hasta el día de hoy a los 147 fallecidos con una ceremonia que se realiza todos los años el 6 de mayo.
Clemente resistió en la fortaleza siete meses, de lo que dan cuenta una letrina y una bañera que siguen allí. Luego capituló y se convirtió en prisionero del emperador Carlos V, que se consideraba un católico fiel.
El Castillo de Sant’Angelo cuenta con una plataforma que brinda una vista inigualable sobre el Vaticano y, un piso más abajo, un café mágico con mesas al aire libre desde las cuales también es posible tener una vista espectacular.
Otro buen punto para tener una vista panorámica del Vaticano es la terraza sobre el techo del hotel Atlante Star. Allí también corre una brisa refrescante, algo muy bienvenido en el caluroso verano.
En el camino hacia allí se puede pasar por la Piazza della Città Leonina: en la casa número 1 vivió de 1982 hasta su elección como papa en 2005 el cardenal Joseph Ratzinger, quien en ese entonces velaba por la pureza de la doctrina católica como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
La vivienda, de 300 metros cuadrados, cuenta con una capilla propia. Todas las mañanas salía de allí, con su boina y un maletín negro desgastado, cruzaba la plaza de San Pedro y llegaba a su lugar de trabajo en la Prefectura, en un imponente palacio en la Piazza del Sant’Uffizio.
Una trappazini para seguir camino
Un lugar ideal para hacer una parada y recuperar fuerzas es el café-restaurante Il Sorpasso en la Via Properzio, al que se puede llegar en pocos minutos a pie desde el Vaticano. Así y todo, está lo suficientemente lejos del Vaticano como para escapar de las masas y mezclarse entre los locales. La especialidad de la casa es una especie de pizza doblada a la mitad llena de verduras llamada trappazini.
¿Y luego? Solo queda cruzar el puente sobre el Tíber y perderse por las calles de Roma, que tiene aún más que ofrecer que la presencia del Estado más pequeño del mundo.
Información: siguiendo el rastro de los papas
Jardines del Vaticano: un ticket cuesta 17 euros o 16,60 dólares (a precio reducido 8 euros), a lo que se añade el coste de los auriculares y el guía. Hay que reservar primero en la página de los Museos Vaticanos: www.museivaticani.va
Castillo de Sant’Angelo: abre todos los días de 9:00 a 19:30 horas. Para evitar largas filas conviene reservar antes las entradas online. Un ticket cuesta 17,50 euros. Página web: www.castel-sant-angelo-ticket.com/
Informaciones: Central Intaliana de Turismo (www.italia.it/en)
Por Christoph Driessen (dpa)