El escritor J. Leyva presenta su nuevo trabajo, El Violín de Sherlock Holmes, una novela que aporta una crítica ácida acerca de la realidad social más cruda de nuestro mundo. Cada capítulo contiene dos partes, nombradas con números romanos y números ordinales, que hablan sin embargo de la misma problemática actual.
Testigo sin palabras de la cháchara interminable de trece contertulios —padres eméritos de las tribus de Israel—, el vigilante jurado de un garito no quita ojo al entorno citadino: una urbe actual superpoblada, hostil, fría, inhumana, caótica, infernal, odiosa.
“Rubén dice que nunca responde a este nombre, odia la decadencia, el il- ne-va-plus de los crupieres, el dies-iræ de los responsos, el quórum de los consensos —queda claro lo que de él cabe esperar.
Simeón dice que donde termina la fuga empieza a cantar la muda, el prodigio rejuvenece el diapasón averiado.
Leví dice que prefiere los andurriales a la apestosa selva de rascacielos habitada por juiciosos cadáveres adictos a los tranquilizantes.
Judá dice que su papi le daba palizas de muerte hasta verlo resucitado, la procesión con los restos mortales se convertía en enojosa caminata de ida y vuelta del vertedero al crematorio.
Dan dice que dice lo que no quiere decir porque las palabras no le responden, prefiere el lenguaje de los sordomudos al verbigracia de los muertos.”
(Fragmento de El Violín de Sherlock Holmes)
Esta gran urbe aloja todo tipo de personajes, actos y escenarios grotescos tratados con un toque de humor cínico que acrecienta la crueldad de la ficción narrada en cada uno de los capítulos que componen la obra.
De ahí que la furgoneta de ayuda humanitaria compita con la megafonía —y esta con la pantalla gigante— impartiendo alimentos inverosímiles, cínicas admoniciones y avisos represores, en tanto la fauna líquida de transeúntes, mendigos, huérfanos, exiliados y migrantes abona ese caudal que nadie quiere embalsar en casa. La lupa del enmascarado detective escruta lo que se mueve, cuece y palpita con la minuciosa precisión de un microscopio Stradivarius.
“El matón de la camisa negra roba una moto y se refugia en penumbras protectoras —ya quisieran muchos corruptos hacer otro tanto en sus paraísos fiscales.
El coche patrulla arrolla a cuatro escolares que iban por donde no debían, el informe elude aclarar qué hacía el vehículo policial en el tejado de la escuela.
La conversación de dos viejos conocidos acaba con uno de ellos en las vías, el superviviente aún agita el puño cerrado en el sepelio del colega.
El tranvía va dejando caer cadáveres que a todo el mundo les suena de algo, tal vez actores, literatos, periodistas, jueces, diputados, académicos, fauna de un zoo al que solo se entra de incógnito.
La publicidad radiofónica promete descuentos de hasta un setenta y cinco por ciento en el alquiler de ataúdes con opción a compra —la oferta incluye una elegante mortaja de regalo.” (Fragmento de El Violín de Sherlock Holmes)
La novela explora desde el punto de vista del vigilante del local todo lo que pasa frente a sus ojos sin que tenga siquiera que desplazarse para ver las miserias y la destrucción de lo humano en una ciudad ficticia que podría ser cualquiera otro lugar del mundo en que vivimos.
- Leyva ha publicado, entre otros libros: Leitmotiv, La circuncisión del señor solo (Premio Biblioteca Breve), Heautontimoroumenos, La primavera de los murciélagos, La calle de los árboles dormidos, Europa, –Picasso, ¿estás ahí?, Donde dice asimismo debe decir pesimismo, Vía muerta (Poiuytrew), La fábrica de utopías, El rol de Rol-Dan, Refranes, dichos y sentencias del Quijote, La del alba sería y Flor y nata de la Andante Caballería. Además del relato Arturo Can, ilustrado por Carmen Trejo, es autor de una versión anotada del Quijote. Su última entrega es el poemario Cuadros de una exposición de Joan Miró.
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