Fráncfort, 30 may (dpa) – Su poder abruma. Para algunos es incluso inquietante. El Banco Central Europeo (BCE) no solo tiene capacidad para decidir la tasa de interés del dinero que deben pagar millones de europeos. De un tiempo a esta parte, el guardián del euro también se ha convertido en un resorte que incita a actuar a la clase política.
El próximo 1 de junio, la entidad monetaria que se creó en Fráncfort a imagen y semejanza del Bundesbank alemán cumple 20 años.
El BCE sopla las velas en tiempos de incertidumbre, después de superar una crisis del euro que amenazó con el fracaso de la moneda única y de desafiar tabúes de la ortodoxia germana con la puesta en marcha de un multimillonario programa de compra de activos para evitar el colapso.
Han pasado dos décadas desde que se alcanzara el compromiso de fundar un banco central en Europa que, en ningún caso, en sus inicios debía estar comandado por un alemán o un francés. El holandés Wim Duisenberg asumió en el verano (boreal) de 1998 el mandato de una institución que se fijaba como principal objetivo mantener una moneda estable en la eurozona.
«El 25 de mayo de 1998 los Gobiernos de once países europeos nombraron al presidente, al vicepresidente y a los cuatro miembros restantes del directorio del BCE. Su nombramiento tenía efecto a partir del 1 de junio de 1998 y cimentaba la creación del BCE», según quedó registrado en las actas fundacionales.
Un mes después, una fiesta celebrada en Fráncfort a la que fue invitada la flor y nata de la política europea serviría de colofón para celebrar el hito. Duisenberg tomaba la batuta haciendo toda una declaración de intenciones: los ciudadanos podían estar seguros de que la nueva moneda que se pondría en circulación iba a ser tan estable como el marco alemán, el franco, el florín o la peseta.
«El euro es su moneda y van a poder confiar en que mantiene su valor», escribió Duisenberg en el libro de visitas del recién creado banco central.
Más tarde, sin embargo, el holandés entendió que su tarea no estaría exenta de dificultades, como describió el periodista del Wall Street Journal Matt Marshall en el libro «El Banco» (1999).
«El gran desafío de Duisenberg consiste en pilotar el convoy de la política del BCE por el campo minado de las sensibilidades nacionales», indicó.
En una eurozona que posteriormente se amplió a 19 países, las dificultades fueron a más. Mientras que el sur de Europa celebraron el bajo precio del dinero tras la reciente crisis financiera de 2007, en otros países como Alemania el BCE se ha vio obligado a justificar con detalle todos sus movimientos.
«Si el Banco Central Europeo continúa así, acabará también comprando bicicletas de segunda mano a cambio de emitir dinero nuevo», llegó a decir un político alemán del partido liberal en 2011.
La elección de Mario Draghi como sucesor del francés Jean-Claude Trichet hace siete años fue recibida con recelo en Alemania, donde diarios como el sensacionalista «Bild» no tardaron en cuestionar su idoneidad para el puesto. «¡Mamma mia!, para los italianos la inflación forma parte de su día a día, tanto como echarle salsa de tomate a la pasta», publicó en aquel entonces el rotativo.
Sin embargo, los temores de una posible subida del precio del dinero no se confirmaron y eso que Mario Draghi puso a disposición de los bancos una barra libre de liquidez sin precedentes.
Compras de deuda pública, inyecciones a bancos en apuros, tipos de interés del cero por ciento, penalizaciones a los bancos por depositar su dinero en Fráncfort (en vez de prestarlo a familias y empresas) son algunas de las medidas con las que el BCE, en aras de impulsar la inflación y la coyuntura de la eurozona, se alejó del consabido pragmatismo del Bundesbank alemán.
En Alemania, un país tradicionalmente ahorrador, los ciudadanos se lamentan desde hace años por que el dinero que tienen depositado en el banco apenas les produce réditos.
«El BCE necesita más impronta alemana», recalcaba en 2016 el jefe de Gobierno de Baviera, el conservador Markus Söder. La gran esperanza en Berlín pasa ahora por que el presidente del Banco Central alemán, Jens Weidmann, herede en 2019 el cargo de Mario Draghi como máximo responsable del BCE.
De esta forma, un alemán estaría por primera vez al frente de una de las institituciones europeas con mayor influencia en el viejo continente. De su inmenso poder dio buena cuenta Draghi en agosto de 2012 cuando con tan solo pronunciar una frase borró de un plumazo todas los nubarrones que se cernían sobre la eurozona.
«El BCE hara todo lo necesario para salvar el euro. Todo lo que sea necesario», fueron las palabras mágicas con las que el presidente del BCE aplacó la mayor crisis que tuvo que enfrentar la eurozona en su corta historia.
A día de hoy, en Europa todavía muchos recelan de la autoridad de la que goza un organismo que no es elegido democráticamente y que, en opinión de los más conservadores, se ha excedido en sus competencias al comprar cantidades masivas de deuda.
Ni los litigios judiciales que el BCE afronta por su gestión de la crisis financiera han frenado a un Draghi que se muestra imperturbable. «Nuestra política monetaria ha tenido éxito», ha dicho el banquero romano en más de una ocasión.
A punto de cumplir los 20 años y con Italia en el punto de mira de los inversores, la entidad monetaria tendrá que hacer de nuevo malabarismos para que los incendios que se originan en el ámbito político no lleguen a comprometer su independencia.
Por Jörn Bender y Friederike Marx (dpa)