(dpa) – Hay mucho ruido en las profundidades de los océanos. Los motores de los barcos, sonares militares o los trabajos de construcción de los parques eólicos rompen repetidamente el silencio bajo el agua.
Para muchas criaturas marinas, y especialmente para las ballenas, el ruido es peligroso.
Estos mamíferos utilizan los sonidos para orientarse, buscar comida y comunicarse con otras especies. Y si hay demasiado ruido en su hábitat, pueden perder su orientación. Frente a las costas de Chile, las ballenas van a ser protegidas de la contaminación acústica con un sistema de boyas inteligentes.
«El ruido genera problemas de comunicación entre las ballenas, lo que significa que no pueden encontrarse para la reprodución», explica Yacqueline Montecinos, de la organización Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en Chile.
La experta señala que «además les dificulta la búsqueda de alimento, lo que impacta de forma directa en el crecimiento de la población de esta especie».
La organización alemana de protección del medio ambiente Nabu indicó que, en las últimas décadas, el nivel de ruido de fondo en los océanos se ha duplicado o hasta triplicado en algunos casos.
A menor volumen o mayor distancia de la fuente de ruido, se producen los llamados efectos de enmascaramiento: la percepción de las señales sonoras por parte de los habitantes del mar se ve perturbada por el ruido de fondo.
Con volúmenes más altos, los animales también pueden sufrir lesiones en sus canales auditivos o, en casos extremos, incluso morir.
También son frecuentes las colisiones entre barcos y ballenas a causa del creciente tráfico marítimo en los océanos del mundo.
La Comisión Ballenera Internacional registró casi 1.500 colisiones entre 2007 y 2016. Sin embargo, la cifra real es probablemente mucho mayor, ya que muchas colisiones pasan desapercibidas o no se denuncian.
El Ministerio de Medio Ambiente de Chile y la fundación Meri impulsan por ello el proyecto The Blue Boat Initiative para proteger mejor a las ballenas de los choques con barcos y del ruido submarino.
Boyas con sensores acústicos localizan a las ballenas en la zona. Si registran mamíferos marinos, envían una señal en tiempo real a la Armada chilena, que a su vez avisa a los barcos que se encuentran en las proximidades. A continuación, se indica a los capitanes de dichos barcos que reduzcan la velocidad o cambien de dirección.
La primera boya inteligente fue colocada hace pocas semanas. Lleva el nombre de «Suyai», que significa esperanza en la lengua de los indígenas mapuches.
Nueve especies diferentes de ballenas viven en el Golfo de Corcovado, entre la costa continental chilena y la isla de Chiloé. La región es especialmente importante para las ballenas azules porque el diez por ciento de la población global de los animales más grandes del mundo acude a este golfo para buscar alimento y tener a sus crías.
Por otro lado, la vía navegable de más de 50 kilómetros de ancho también es muy transitada, en especial por los barcos de las numerosas piscifactorías de salmón de la región que cruzan el golfo.
«En los próximos meses, colocaremos otras cinco boyas en el Golfo de Corcovado. A largo plazo, queremos instalar todo un sistema de boyas a lo largo de toda la costa americana del Pacífico hasta Canadá», dice la directora de la Fundación Meri, Sonia Español Jiménez.
Las boyas, desarrolladas en la Universidad de Barcelona, también pueden medir la temperatura, el valor de ph, la salinidad y la saturación del agua con nutrientes y oxígeno.
Los investigadores esperan que los datos proporcionen más información sobre los cambios en el hábitat de las ballenas. Para los científicos, la protección de los mamíferos marinos representa también una contribución a la lucha contra el cambio climático.
«Las ballenas son consideradas ‘ingenieros’ de los océanos, ya que absorben, distribuyen y liberan nutrientes, contribuyendo así a la formación del fitoplancton», explica Español Jiménez.
«Estas algas descomponen el CO2 mediante la fotosíntesis y producen gran parte del oxígeno de la atmósfera», señala la experta, y añade que, además, las propias ballenas aglutinan grandes cantidades de CO2 perjudicial para el clima.
También Montecinos subraya que «las ballenas tienen un gran valor para el planeta». «Según las estimaciones, cada ejemplar absorbe unas 33 toneladas de CO2. Eso equivale a la capacidad de mil árboles», precisa.
Por Denis Düttmann (dpa)