La relación entre deporte y prensa vive un cambio profundo: menos cercanía, más control y una comunicación dominada por la imagen.

Durante décadas, el periodismo deportivo fue algo más que un oficio: era un puente entre los protagonistas y el público. Los reporteros viajaban con los equipos, convivían en los entrenamientos y conocían los vestuarios por dentro. La relación entre prensa y deporte era cercana, directa, casi humana.
Hoy, esa imagen pertenece a otro tiempo. En pleno 2025, el vínculo entre los medios y los deportistas ha cambiado de forma radical. Los clubes controlan cada palabra que se dice, los jugadores filtran su mensaje a través de redes sociales, y las entrevistas se han convertido en ejercicios de protocolo. El acceso libre se ha sustituido por el guion institucional.
De la confianza al control
Antiguamente, un periodista deportivo podía construir su carrera siguiendo a un equipo o a un jugador, compartiendo kilómetros, viajes y confidencias. Esa cercanía generaba historias auténticas: crónicas con alma, retratos humanos, relatos de esfuerzo y caída.
Con el paso del tiempo, el deporte se convirtió en una industria global y, con él, cambió la lógica de la comunicación. Los clubes empezaron a ver la información no como un bien público, sino como un activo corporativo. El discurso se planificó, las declaraciones se midieron y las preguntas incómodas comenzaron a desaparecer de las ruedas de prensa.
Hoy, muchos periodistas ya no informan: retransmiten mensajes oficiales. Los deportistas, a su vez, desconfían de los medios porque sienten que se les busca más por el titular que por la historia. Y en medio de esa distancia, el público pierde el contacto con lo más genuino del deporte: la verdad de quien lo vive.
El muro de los gabinetes
Cualquier redactor deportivo actual sabe que el mayor obstáculo no está en la falta de información, sino en la intermediación constante. Antes, un periodista podía hablar con un jugador tras el entrenamiento; ahora necesita permiso del gabinete de comunicación, aprobación del club y a veces un guion predefinido.
Los departamentos de prensa son hoy estructuras con poder. Controlan la narrativa, seleccionan las declaraciones y definen el ritmo informativo. En algunos casos, llegan incluso a dictar qué temas se pueden o no abordar. No es censura directa, pero sí una forma de control blando que condiciona la labor periodística.
Esto no ocurre solo en el fútbol. En el tenis, el ciclismo o el baloncesto, las entrevistas espontáneas se han sustituido por formatos de patrocinio y contenido de marca. El deportista habla, pero rara vez dice.
Las redes sociales: libertad o filtro
El auge de las redes sociales prometía devolver al deportista su voz directa. Y, en cierto modo, lo ha hecho. Hoy, un jugador puede dirigirse a millones de seguidores sin intermediarios. Pero esa libertad también tiene un precio: el mensaje se convierte en parte de su marca personal, no en una conversación con el público.
Las publicaciones en redes están medidas al milímetro, muchas veces gestionadas por agencias externas. No son palabras improvisadas, sino parte de una estrategia. Así, el deportista habla más que nunca, pero dice menos que antes.
Mientras tanto, el periodismo deportivo se enfrenta a un dilema: competir con las fuentes oficiales que controlan el relato o recuperar la profundidad que lo hizo relevante.
Cuando el periodismo era relato
En los años noventa y dos mil, nombres como Enric González, Santiago Segurola o José María García marcaron una época en la que el deporte se contaba con mirada crítica y narrativa literaria. Se hablaba de fútbol, sí, pero también de sociedad, política, cultura y valores humanos.
Hoy, el espacio para esa mirada se ha reducido, sustituido en gran parte por debates televisivos, ruido en redes y titulares veloces. La inmediatez ha ganado al contexto. Pero aún hay medios que, como Candás 365, apuestan por recuperar el análisis y la reflexión.
Porque el deporte, en su esencia, no es un espectáculo de cifras ni una sucesión de polémicas: es una historia humana de esfuerzo, error y superación. Y eso solo puede contarse desde la cercanía y la honestidad.
Asturias y la mirada local
En Asturias, la relación entre deporte y prensa mantiene algo de esa autenticidad perdida. Los clubes, aunque profesionales, conservan una escala humana. Entrenadores, jugadores y periodistas se conocen, se saludan, se respetan.
Esa cercanía, sin embargo, también está en riesgo. Las dinámicas nacionales se imponen: ruedas de prensa filtradas, mensajes oficiales y cada vez menos espacio para el periodismo independiente. Los clubes de la región, desde el Sporting de Gijón al Real Oviedo, viven en ese equilibrio entre proteger su imagen y mantener la transparencia.
El reto está en no perder la conexión con la gente, con la afición que siente el fútbol como parte de su vida cotidiana.
Lo que el deporte necesita de la prensa
El periodismo deportivo no debe ser enemigo del deportista, sino su espejo. Un espejo honesto, capaz de reflejar tanto el éxito como la caída, la gloria y la duda.
Si el periodismo renuncia a esa función, el deporte se convierte en publicidad.
El periodista debe seguir preguntando, investigando, contextualizando. El deportista, por su parte, necesita entender que sin medios libres no hay relato, solo marketing.
Ambos, en el fondo, se necesitan mutuamente.
En fuera de juego
El título de este artículo podría parecer pesimista, pero no lo es. “En fuera de juego” no significa que la relación esté perdida, sino que está mal posicionada. Aún hay tiempo para recuperar la confianza, para volver a mirarse a los ojos, para que el deporte vuelva a ser contado por quienes lo entienden y no solo por quienes lo gestionan.
El futuro del periodismo deportivo pasa por reconectar con la verdad del deporte, con su humanidad. En un mundo saturado de titulares, la credibilidad será la nueva victoria