(dpa) – Flavian Harry está parado en medio del bosque durante una mañana neblinosa y señala una casa venida abajo entre los matorrales. «Cuando era niño fui algunos años a la escuela en ese edificio», cuenta en voz baja. «No tengo buenos recuerdos de ese lugar. Allí pasaron muchas cosas malas», asegura.
Ya pasaron 50 años de esto, pero a veces Harry siente como si todo hubiera pasado ayer: los golpes, la violencia, el abuso. Al hombre de hoy 62 años no le gusta hablar sobre sus años en la escuela de jornada completa de Aupe. Pero al ver la ruina, no puede evitar los recuerdos.
Flavian Harry forma parte de la Homalco First Nation, un pueblo indígena que vive en la costa oeste de Canadá. Al igual que le sucedió a muchos habitantes originarios del lugar, cuando Harry era niño y adolescente, buscaron «reeducarlo».
«En las escuelas buscaron robarnos nuestra cultura e idioma indígenas. De ser necesario, con violencia», cuenta Harry mientras avanza entre la espesura de los helechos en Aupe. Debe prestar atención dónde pisa. Los senderos desdibujados por las pisadas están llenos de excremento de osos. Harry mantiene los animales a una distancia prudencial aplaudiendo regularmente de forma sonora.
Harry trabaja como capitán y guía turístico para Homalco Tours, una agencia de viajes local. Hoy llevó turistas a Aupe con su bote para contarles más sobre la historia y la cultura de los habitantes originarios de Canadá. Las salidas de Campbell River, en Vancouver Island, hacia el antiguo pueblo llevan unas cinco horas.
El lugar de su niñez se llamaba antes Church House y se ubica al final de un fiordo muy pintoresco entre la isla y tierra firme, en la provincia de British Columbia. Alguna vez vivieron en Aupe 200 personas. A fines de los 80, el lugar quedó despoblado debido a su ubicación apartada. Hoy en día solo es posible encontrar allí casas derruidas, árboles frutales salvajes y osos. Harry no se calla las experiencias traumáticas de su pasado durante el recorrido.
La historia de las instalaciones de reeducación
Se trata de uno de los capítulos más oscuros de la historia de Canadá. Durante mucho tiempo, los niños indígenas como Harry eran arrancados de sus familias y llevados a escuelas e internados, donde se los trataba de reeducar violentamente. Las últimas instalaciones de este tipo, creadas por el Estado y que solían administrar las iglesias, cerraron en los años 90. Se estima que unos 150.000 niños fueron sometidos a este régimen forzado.
La Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Canadá estima que hasta 6.000 niños murieron en las instalaciones, la mayoría de ellos de enfermedades y abandono, a veces por efecto de la soledad y los malos tratos. Muchos de los niños muertos fueron sepultados de forma anónima. Algunas de las fosas fueron encontradas recién ahora, lo que por supuesto generó titulares.
Pero Harry no quiere hablar solo de esto. También quiere hablarle a sus huéspedes del mundo cultural y espiritual de su pueblo, que ya vivía en las aguas cercanas al río Campbell River cuando aún ningún europeo había puesto pie en la zona.
Cerca de las orcas sagradas
«¡Miren, miren!», exclama de repente mientras conduce el bote a través de los fiordos durante el viaje de regreso. En el horizonte, se ven emerger del agua unas enormes aletas dorsales: primero una, luego dos. Un grupo de orcas se reunió no muy lejos del barco para salir a cazar juntas. Majestuosamente, los animales se elevan varias veces por encima del agua para volver a desaparecer en las profundidades en algún momento.
«Para nosotros, las orcas son animales sagrados», dice Harry mientras frena el bote. En muchas culturas indígenas, las orcas son consideradas guardianas de los mares y figuras espirituales por su comportamiento social y familiar. Los Homalco las llaman «nanqam», un vocablo que Harry usa varias veces en el día.
Ya sean ballenas, osos o águilas, la naturaleza, la fauna y los paisajes desempeñan, junto a la historia, un papel fundamental en las excursiones guiadas por los indígenas. También se ofrecen experiencias culturales: hay museos y hoteles dirigidos por indígenas. En ellos, los turistas pueden asistir a ceremonias tradicionales o ver trabajar a los artistas.
El turismo como una oportunidad para los grupos indígenas
Hasta hace unos pocos años, este tipo de ofertas eran raras. Pero cada vez más grupos indígenas ven el turismo como una fuente de ingresos y una oportunidad de cuidar y preservar su cultura. Su asociación de turismo estima que hay unos 2.000 operadores de turismo indígenas en Canadá y que alrededor de 20.000 personas viven de esto.
Wisqii, del pueblo de los Huu-ay-aht, también forma parte de esto. Este hombre, de 50 años, vive en Barkley Sound, en la escarpada costa oeste de la isla de Vancouver, cerca de Bamfield. El viaje hasta allí no es nada fácil: los visitantes pueden conducir desde Port Alberni por una carretera forestal sin asfaltar de 90 kilómetros o pueden utilizar un carguero que sale de allí tres veces por semana.
Wisqii usa un sombrero tejido de corteza de cedro con parches naranjas. El naranja es considerado en Canadá un símbolo de las víctimas indígenas de los internados y, al mismo tiempo, del deseo de perdón y reconciliación. «El turismo puede ayudarnos a tender puentes y llevar nuestras historias al mundo», dice Wisqii convencido.
Vistazos a un lugar espiritual
Por eso, tras largas discusiones, el pueblo se decidió a abrir uno de sus lugares sagrados a los visitantes: se trata del asentamiento hundido de Kiixin, considerado un centro espiritual. Es una de las pocas viviendas tradicionales de las First Nations en la isla de Vancouver donde aún se pueden apreciar restos arqueológicos del siglo XIX.
Traducido, Kiixin quiere decir «allí donde las olas se precipitan sobre los guijarros», y ese nombre lo dice todo. El asentamiento hundido se encuentra en una pintoresca bahía, llena de guijarros, y se puede llegar a él en bote o tras una caminata de una hora por la selva tropical. En los meses de verano, guías como Wisqii llevan hasta allí a pie a un pequeño grupo de visitantes una vez al día.
Antaño había allí casas de caciques y viviendas de cedro pintadas de colores. «Kiixin era el asentamiento del verano. Desde aquí salíamos a cazar ballenas», explica Wisqii. Clanes rivales libraron muchas batallas en este lugar de importancia estratégica.
Escondidos entre los arbustos, no lejos de la playa, algunos postes, vigas y travesaños de los antiguos edificios sobrevivieron al paso del tiempo. Cubiertos de enredaderas y musgos, parecen testigos místicos de un mundo desaparecido.
«Esta construcción fue una vez una casa potlatch», dice Wisqii y señala una superficie cubierta de pasto sobre la que se reconocen unos cimientos.
Las fiestas potlatch eran reuniones en las que las First Nations celebraban su cultura y sus tradiciones familiares. Se prohibieron entre 1885 y 1951 como parte de la política de asimilación.
Desde entonces, la conciencia cambió en Canadá, y muchos indígenas vuelven a tener esperanzas en el futuro, en parte también gracias al turismo.
Información: turismo indígena en al costa oeste de Canadá
Llegada: para llegar a la costa oeste de Canadá se puede volar a los aeropuertos de Vancouver o Victoria. De Victoria a Campbell River son 260 kilómetros en auto, y luego 280 kilómetros a Bamfield, de ellos 90 kilómetros sobre gravilla.
Llegada: los ciudadanos de los países de la UE necesitan un permiso de ingreso electrónico eTA. Debe ser solicitado de manera online.
Mejor época para viajar: el clima en las regiones costeras de British Columbia es templado y llueve mucho. La época ideal para viajar es a fines de septiembre.
Turismo indígena: la asociación de operadores turísticos indígenas en British Columbia cuenta con el portal www.indigenousbc.com, donde hay información acerca de tours y alojamientos, entre ellos campings, tipis, hoteles y lodges.
Cambio: 1 dólar canadiense = 0,74 dólares estadounidenses = 0,68 euros
Más información en Destination British Columbia, www.hellobc.com
Por Jörg Michel (dpa)