(dpa) – ¿Tirarse a jugar con los nietos? Tal vez no acompañe la cadera. ¿Visitar a una amiga querida? Falleció tras una larga enfermedad. ¿Y viajes a destinos interesantes? De esas experiencias solo quedan las fotos en un álbum. Ya no habrá nuevos planes.
Con la edad, para muchos llega la sensación de perder algo y eso duele. Pero también hay algo para ganar y está en el interior de la propia persona: tranquilidad, aceptación, satisfacción. Y, con estas sensaciones, también un gran disfrute de las pequeñas cosas de la vida cotidiana.
¿Pero por qué esto lo logran algunas personas mejor que otras? ¿Y cómo es posible ganar algo más de este sosiego en la vida cotidiana?
¿Qué es la calma en general?
Depende de cómo se interprete el término. «Se puede hablar de bienestar en la vejez, de sentimientos positivos como el descanso o la relajación, pero que no son apasionantes», afirma la profesora Maria Pavlova, jefa del departamento de Gerontología Psicológica de la Universidad de Vechta, en Alemania.
Asimismo resulta factible explicar este concepto de manera diferente, «como un fenómeno por el cual algunas personas reaccionan menos intensamente a vivencias negativas».
¿Se desarrolla automáticamente la calma con la edad?
Por muy lindo que suene: «La serenidad no llega automáticamente con la edad». Esto es lo que dice el pedagogo y podcaster Bertram Kasper, que se autodenomina estratega de la edad. Porque el grupo de personas mayores es -tal como subrayan repetidamente las investigaciones- heterogéneo.
Pero, sin embargo, existe una tendencia a la serenidad. «En países ricos como Alemania, observamos que, en promedio, las emociones tranquilas se hacen más fuertes en la vejez: que se puede disfrutar de la vida o sentirse más relajado», dice Pavlova.
De todas maneras, la información importante aquí es que se trata de un promedio. «Hay grandes diferencias entre individuos».
El factor decisivo para ir con calma por la vida no es tanto la edad como la estructura de la propia personalidad. «Hay muchos indicios de que las personas tienen continuidad en su personalidad, en sus patrones de reacción», precisa Pavlova.
Los que siempre han podido ir por la vida relajados y con mucha estabilidad emocional tienen más facilidad para mantener la calma en la vejez, dice también Bertram Kasper. Los que siempre han estado pensando por demás lo tienen más difícil.
¿Qué efectos tiene la edad en la personalidad, sobre todo cuando se trata de enfermedades y pérdidas?
«Envejecer es un ejercicio constante de aceptación», dice Kasper. Porque es precisamente en esta fase de la vida cuando se hace patente, en forma de enfermedades, fallecimientos y quizá también preocupaciones económicas, que no podemos controlar todos los ámbitos de nuestra vida.
La buena noticia es que, si no se acumulan demasiadas cosas a la vez, las personas mayores pueden superar bien estas experiencias en muchos casos.
«Las pérdidas en el entorno cercano o las enfermedades suelen percibirse como algo natural en la vejez», indica Pavlova. En psicología se habla de acontecimientos normativos. La gente es más propensa a esperarlos que en sus años de juventud. Pero siguen siendo dolorosos.
Aunque cuando se convierte en demasiado -una enfermedad crónica, acompañada de dolor, y también la muerte de un compañero- puede ser desbordante, como describe Pavlova.
En investigaciones científicas hay indicios de que las personas mayores son menos capaces de hacer frente a esas situaciones de estrés agudo o múltiple que los más jóvenes.
¿Qué rol juega la experiencia de vida?
Puede aportarnos algo que nos ayude a afrontar mejor los retos. «Cuando las personas tienen toda una vida a sus espaldas -toda una vida profesional, por ejemplo- llegan a conocerse bien y a tener una buena noción de sus puntos fuertes y débiles», analiza Kasper.
Y las personas ya dominan las transiciones y las crisis. «Y han aprendido de eso lo que funciona bien en sus propias vidas y lo que brinda seguridad como individuo. Eso es valioso», añade.
Se refiere a los llamados «Cinco Grandes», un modelo de la psicología de la personalidad que describe cinco dimensiones principales de la personalidad.
Una de ellas es la tolerancia, es decir, el grado de empatía y consideración en el trato con otras personas. Según Kasper, aumenta en muchas personas a medida que envejecen. «A medida que me hago mayor, no tengo que demostrarme tanto a mí mismo y no tengo que entrar tanto en discusiones», precisa.
La escrupulosidad -otra dimensión- también está desapareciendo cada vez más en muchas personas mayores. «Para la serenidad, es bueno que la escrupulosidad disminuya, porque así es más fácil dejar las cosas como están», dice Kasper.
Entonces se pueden decidir cuestiones como «hoy me quedaré más tiempo en la cama y prescindiré de mi pequeña ronda matutina», y disfrutarlo.
¿Cómo podemos volvernos más relajados?
Practicar la serenidad suena a algo grande, difícil de alcanzar. Pero como, según Kasper, siempre se refiere a situaciones individuales, puede practicarse una y otra vez a pequeña escala. Por ejemplo, cuando la atención en la cafetería tarda mucho. O cuando uno se mira en el espejo el pelo, cada vez más fino.
Según Pavlova, para poder distenderse es importante poder distinguir entre situaciones importantes y poco importantes.
«O sea entre situaciones en las que debo pelear, porque pasa algo contra mi voluntad en un ámbito muy relevante para mí, o situaciones que no son tan importantes», puntualiza.
Esta es una manera inteligente de aplicar la energía. Sin embargo, una percepción para decidir en esta materia no necesariamente se vincula con la edad, indica. Es decir, que ya es posible desarrollarlo con anterioridad.
Finalmente, se trata de aceptar lo que no puede modificarse. Porque eso genera espacios para darle forma a los ámbitos de la vida sobre los cuales uno sí tiene influencia.
La mejor manera de lograrlo es anclarse en el presente, en lugar de perderse en cavilaciones sobre el pasado o el futuro. Bertram Kasper conoce una pregunta que puede ayudar: «¿Qué es bueno para mí en este momento y qué no lo es?
Quien escuche sus necesidades, puede manejar el aquí y el ahora. Y ahí, tal vez, aguarda la pequeña felicidad que eclipsa todas las sombras durante un breve instante.
Por Ricarda Dieckmann (dpa)