Leer (Alemania), 18 feb (dpa) – Han pasado unos 80 años, pero la cifra que le recuerda su martirio sigue ahí: 116.927. Albrecht Weinberg ve los números en su antebrazo izquierdo, ahora algo descoloridos, por lo menos una vez al día, cuando se lava cada mañana, y con ellos regresan los recuerdos de Auschwitz.
«Es increíble que algo así ocurriera de verdad», dice a sus 98 años desde la pequeña ciudad de Leer, en el noroeste de Alemania. Los nazis le tatuaron el número de prisionero cuando fue deportado al campo de concentración en abril de 1943. Durante mucho tiempo, Weinberg guardó silencio en lugar de hablar del horror, pero ahora es uno de los pocos testigos vivos que aún puede hablar de ello.
Por eso, junto con el periodista de la revista «Stern» Nicolas Büchse, Albrecht Weinberg ha escrito la historia de su vida en un libro. Se titula «Para que el recuerdo no se desvanezca como el número de mi brazo», y fue publicada hace unos días por la editorial Penguin.
En el libro relata cómo se propagó el antisemitismo en Frisia Oriental en los años veinte y principios de los treinta, hasta ir marginándolo a él y a su familia judía. También cómo la noche del pogromo de noviembre de 1938 desgarró a todos, y cómo los nazis acabaron por eliminar casi por completo a su familia: sus padres, tíos, tías, primos y primas.
Albrecht Weinberg sobrevivió a tres campos de concentración: Monowitz, también conocido como Auschwitz III, Mittelbau-Dora, en las montañas del Harz, y Bergen-Belsen, cerca de Celle, así como a varias marchas de la muerte.
A pesar del sufrimiento, los recuerdos de Albrecht Weinberg son nítidos, por ejemplo los de la liberación de Bergen-Belsen. «En aquel momento, yo era un Muselmann», dice Weinberg, en referencia al término con el que se designaba en los campos a los prisioneros al borde de la muerte. «Un hombre cubierto de piel y huesos, ni un gramo de carne».
Estaba más muerto que vivo, rodeado de montones de cadáveres. Pesaba solo 29 kilos. «Entonces llegaron los tanques. Pensé que era el fin», afirma. «Nunca creímos que nos liberarían. Pensábamos que nos fusilarían a todos». Pero eran las tropas británicas, que liberaron el campo de concentración el 15 de abril de 1945.
En total, murieron en el campo unas 52.000 personas, además de casi 20.000 muertos en el campo de prisioneros de guerra vecino. Albrecht y sus dos hermanos Friedel y Dieter sobrevivieron. Dieter murió en un accidente en 1946, y entonces Albrecht y su hermana Friedel emigraron a Nueva York en 1947 para empezar una nueva vida, con poco más de 20 años.
Estaban seguros de que nunca volverían a Alemania. «No queríamos volver a ver ni oír nada de Alemania», dice Albrecht.
Pero, 40 años más tarde, en 1985, viajaron a Frisia Oriental invitados por la ciudad de Leer. Siguieron otras visitas, surgieron amistades, y cuando la salud de Friedel se deterioró en 2012, ambos regresaron por fin por completo.
Albrecht estuvo al lado de Friedel en una residencia de ancianos hasta que ella falleció poco después de su llegada. Allí conoció a la cuidadora Gerda Dänekas, que fue quien finalmente consiguió que Albrecht hablara de lo que había vivido, ya que él se había negado incluso cuando lo contactó el director de Hollywood Steven Spielberg para una entrevista en los años 90.
Pero Gerda Dänekas estaba convencida de que contar la historia no solo ayudaría a la posteridad, sino también al propio Albrecht, y así fue.
Aún hoy Albrecht Weinberg cree sin embargo que nadie puede entender lo que vivió, ni siquiera él mismo. Por eso escucha una y otra vez documentales radiofónicos y Gerda Dänekas le lee artículos de prensa y libros sobre el Holocausto.
Le sigue indignando el antisemitismo. Cuando hace unos días derribaron unas lápidas en el cementerio judío de Leer, fue muy duro para él: «No quise saber nada, me fui a mi habitación y pensé en que nunca había sido diferente para mí: el odio y la discriminación».
Incluso 80 años después del Holocausto, la policía sigue teniendo que proteger sinagogas. «No me lo puedo creer», señala.
Albrecht y Gerda se han mudado juntos a un piso protegido para personas mayores. «Es lo mejor que he hecho en mi vida», dice Gerda, ya jubilada y pese a que mucha gente le decía que no lo hiciera. Ambos viajan, han estado en Nueva York e incluso hicieron un viaje escolar con alumnos a Israel en 2022.
Se siente bien formar parte de la familia de Gerda, afirma Weinberg. «Nunca me lo había pasado tan bien en mi vida».
Por Lennart Stock (texto) y Sina Schuldt (fotos) (dpa)