(dpa) – Reuniones de trabajo, encuentros familiares, rondas de juegos con amigos: desde hace casi un año, todo esto se realiza principalmente por videoconferencia. Sin olvidar a todos aquellos que, hastiados por el confinamiento, intentan distraerse con un maratón nocturno en Netflix.
Un efecto secundario de esta evolución es el debate acerca del impacto medioambiental del intenso uso de los servicios de «streaming», el trabajo remoto y los encuentros virtuales en la red. Pero, ¿cuán elevada es realmente la huella ecológica? ¿Y cómo puede ser contrarrestada?
A primera vista, las cifras parecen astronómicas. Según DE-CIX, una organización alemana con sede en la ciudad de Fráncfort que ofrece servicios de interconexión de alta gama, en 2020 se midieron en su punto de intercambio de Internet, el más importante del mundo, 32 exabytes de tráfico de datos, es decir, 32 billones de bytes.
Los proveedores de servicios señalaron que esta cifra corresponde a ocho millones de años de videollamadas, y que el volumen de datos ha aumentado sobre todo en los ámbitos del trabajo remoto, el streaming y los videojuegos.
En marzo de 2020 se batió el primer récord con nueve terabits de caudal de datos por segundo; este se volvió a superar en noviembre con diez terabits por segundo. No hay dudas de que esto conlleva graves consecuencias.
En un estudio modelo, un equipo de investigadores estadounidenses ha calculado que, a raíz de la pandemia de coronavirus, el uso global de Internet en los hogares ha aumentado entre un 15 y un 40 por ciento.
Según el estudio publicado en enero, el consumo de energía adicional que se genera en los centros de datos y durante la transmisión de contenidos es responsable de hasta 3,2 millones de toneladas adicionales equivalentes de CO2.
Esto es más de lo que emite un país como el pequeño Montenegro, en el sureste de Europa, de solo 13 800 kilómetros cuadrados de superficie.
Para aquellos a quienes les pese la conciencia ecológica durante los maratones de series, los autores del estudio tienen a mano consejos concretos.
Estos explican que la transmisión de vídeos en calidad HD durante unas cuatro horas al día corresponde a una emisión mensual de 53 kilogramos de equivalentes de CO2, y que pasar de la calidad HD a la estándar reduce esta cifra a 2,5 kilogramos y ahorra un equivalente a unos 150 kilómetros de recorrido con un coche.
El estudio también ofrece cifras para las videoconferencias diarias, e indica que, por ejemplo, alguien que tiene 15 reuniones de una hora a la semana tiene una producción mensual de 9,4 kilogramos de CO2.
Según el informe, si durante la conferencia se anula la transmisión de video, este valor se reduce a 377 gramos, y que las emisiones ahorradas son aproximadamente comparables a las que se producirían si se cargara un teléfono móvil cada noche durante más de tres años.
Es importante señalar que estas cifras representan una media global. La ingeniera medioambiental Renee Obringer, que participó en el estudio, advierte que es difícil extrapolar estos datos a países concretos: «Puede ser que un usuario que está viendo un video por streaming en Berlín esté conectado a un servidor que se encuentra en China o Estados Unidos».
Según la experta, la diferencia radica en la combinación energética de cada país y en lo modernos que sean los sistemas de transmisión.
Según el Ministerio Federal de Medio Ambiente de Alemania (UBA), las vías de transmisión son especialmente importantes. Sus expertos explican que, con algo menos de dos gramos de emisiones de CO2 por hora, una transmisión de vídeo en calidad HD por cable de fibra óptica es unas 50 veces más eficiente que una transmisión por UMTS, es decir, la red de datos G3.
«La fibra óptica evita que haya pérdidas», explica Marina Köhn, que dirige el proyecto de investigación «Green Cloud Computing» iniciado por el UBA en colaboración con el instituto de investigación alemán Fraunhofer IZM.
Köhn precisa que esto se debe a que, a través de la fibra óptica, se pueden transmitir mayores volúmenes de datos a una mayor distancia sin necesidad de repetidores, y añade que la contribución de los centros de datos a la huella de CO2 del streaming de vídeos es «sorprendentemente baja» en comparación con la transmisión.
«Al contrario de muchos estudios basados en modelos, nuestro método de cálculo se basa en datos reales de un centro de datos», explica Köhn el procedimiento del estudio de la UBA, cuyos resultados se publicarán en las próximas semanas.
Según la científica, esto, hasta ahora, solo había sido posible para los proveedores de streaming de vídeo. Köhn añade que también se está llevando a cabo un estudio sobre el tema de las videoconferencias, pero que aún quedan datos que recoger al respecto.
La investigadora enfatiza que, en general, se puede decir que siempre es una buena idea bajar la calidad del vídeo para ahorrar CO2.
Más allá de las cifras sobre el consumo de energía de las transmisiones de vídeo: las conferencias son sin duda más respetuosas con el clima que los viajes largos.
Un estudio presentado por un club automovilístico alemán en cooperación con el Instituto Borderstep, dedicado a la investigación en torno a la innovación y sostenibilidad, calcula que las videoconferencias son más respetuosas con el clima a partir de una distancia de solo cinco kilómetros de recorrido en coche.
Jens Clausen, autor del estudio, explica que un viaje de negocios de dos personas en tren —el medio de transporte de menor impacto climático entre las opciones consideradas— de Berlín a Stuttgart (aproximadamente 500 kilómetros) genera unos 65 kilogramos de CO2.
El experto añade que, por otro lado, si se reúnen cuatro personas durante cuatro horas por vídeo, se produciría alrededor de un kilogramo de CO2 entre el centro de datos, los canales de comunicación y los dispositivos terminales.
Si, tras el fin de la pandemia, se eliminara alrededor de un tercio de los viajes de negocios en Alemania y se sustituyeran por videoconferencias, como prevé el estudio, el efecto sobre el clima sería enorme: el Instituto Borderstep estima el ahorro posible en unos tres millones de toneladas de CO2 al año.
Lo que equivale de nuevo a las emisiones anuales de Montenegro.
Por David Hutzler (dpa)