(dpa) – La Agencia Espacial Europea (ESA) ha acordado aumentar su presupuesto para los próximos tres años. Con él se financiarán numerosos proyectos espaciales, incluido el lanzamiento de cohetes. Lo que a menudo se ha pasado por alto hasta ahora es que los lanzamientos de cohetes para vuelos espaciales tienen un mayor impacto sobre el clima del que se suele suponer. Estos producen óxidos de nitrógeno nocivos, contribuyen al agotamiento de la capa de ozono y aceleran el calentamiento global.
El número de estos vuelos espaciales es aún reducido, pero los científicos esperan un enorme aumento, debido también al incipiente turismo espacial que planean empresas como Space-X, Blue Origin y Virgin Galactic.
«Estos vuelos espaciales son perjudiciales para el clima y un despilfarro de recursos solo porque algunos ricos lo han descubierto como símbolo de estatus», afirma Knud Jahnke, del Instituto Max Planck (MPI) de Astronomía de la ciudad alemana de Heidelberg. Un equipo dirigido por Robert Ryan, del University College de Londres, ha calculado que tres años de turismo espacial podrían bastar para producir el doble de emisiones perjudiciales para el clima que todas las misiones espaciales científicas.
«Los lanzamientos de cohetes se comparan habitualmente con las emisiones de gases de efecto invernadero y contaminantes atmosféricos de la industria aeronáutica, algo que, según demostramos en nuestro trabajo, es erróneo», explica Eloise Marais, coautora del informe. Las simulaciones demostraron que las partículas de hollín procedentes del combustible quemado calientan la Tierra unas 500 veces más en la estratosfera que cerca del suelo. Aunque hasta ahora los cohetes solo aportan el 0,02 por ciento de las emisiones mundiales de hollín, ya son responsables del 6 por ciento del calentamiento global causado por estas partículas sólidas.
Los científicos también critican el impacto que tienen los lanzamientos de cohetes, la caída de las etapas quemadas de los mismos y el regreso de las naves espaciales sobre la capa de ozono, que protege a la Tierra de la agresiva radiación solar ultravioleta.
El aumento del turismo espacial incrementaría masivamente la pérdida de ozono sobre la región polar norte. «La única parte de la atmósfera que, según el Protocolo de Montreal, tiene una fuerte recuperación de ozono es la estratosfera superior», asevera Ryan. «Y es ahí donde los efectos de las emisiones de los cohetes están golpeando con más fuerza», añadió.
Por su parte, Ioannis Kokkinakis y Dimitris Drikakis, de la Universidad de Nicosia (Chipre), han centrado sus estudios en el penacho de escape de los cohetes. Según informan los investigadores en la revista Physics of Fluids, el efecto de los productos de la combustión cambia considerablemente en función de la altura. Esto se debe a que la composición química del aire cambia, pero sobre todo también a que la densidad disminuye enormemente. A una altura de 70 kilómetros, el dióxido de carbono (CO2) emitido por un cohete moderno en un tramo de vuelo de un kilómetro equivale al contenido de este gas que hay en 26 kilómetros cúbicos de aire en esa altura.
A alturas de hasta diez kilómetros, la mayor presión atmosférica mantiene el penacho de escape del cohete comprimido y, por tanto, caliente, de modo que pueden formarse óxidos de nitrógeno (monóxido de nitrógeno y dióxido de nitrógeno). Según los científicos, la cantidad de óxidos de nitrógeno de los gases de escape del cohete es tan grande que podría ser perjudicial para la salud de las personas. «Esperamos que empresas de vuelos comerciales como SpaceX, Virgin Galactic y Blue Origin, así como los fabricantes de motores asociados, tengan en cuenta estos efectos en futuros diseños», señaló Drikakis.
Aunque la huella de gases de efecto invernadero de los vuelos espaciales científicos es controlable, cada vez son más los astrónomos que piensan en cómo hacer que sus investigaciones sean más respetuosas con el clima. En un estudio presentado en la revista Nature Astronomy, científicos dirigidos por Jürgen Knödlseder, de la Universidad de Toulouse, Francia, han investigado la huella de carbono de la infraestructura de investigación astronómica.
Estos calculan que la cantidad de gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera por las actividades de los astrónomos asciende a unos 20,3 millones de toneladas equivalentes de CO2 al año. El potencial de calentamiento global de otros gases, como el metano, se convierte a una cifra equivalente de CO2. Esto supone, según los científicos, 36,6 toneladas equivalentes de CO2 por astrónomo. Si se tiene en cuenta que, según los expertos, la naturaleza en la Tierra solo puede compensar unas dos toneladas de CO2 por persona y año, la astronomía emite actualmente una cantidad de CO2 18 veces mayor.
Jahnke y sus colegas del Instituto Max Planck calcularon la huella de CO2 de su instituto. Este llegó a un valor de 18,1 toneladas equivalentes de CO2 por astrónomo para 2018. Algo menos de la mitad procedía de los más de 1.000 vuelos para asistir a conferencias o realizar mediciones en observatorios de todo el mundo. «Somos una comunidad científica pequeña y tenemos que colaborar a escala internacional», afirma Jahnke para explicar el elevado número de vuelos. Sin embargo, añade, la pandemia de coronavirus ha demostrado que muchas reuniones presenciales pueden sustituirse por videoconferencias.
Según Jahnke, otras partidas importantes en el balance de CO2 del instituto son el consumo de electricidad, sobre todo para cálculos en superordenadores, y la calefacción de los edificios. «Es bueno que ahora tengamos estas cifras, porque solo se puede gestionar lo que se mide», puntualiza el científico.
Por Stefan Parsch (dpa)