(dpa) – Sobre los tejados nevados de Estocolmo se elevan los cuernos de Zilke, mientras Älvira yace entre ramas de abeto en la nieve. La pareja de alces vive en el museo al aire libre y parque zoológico Skansen, que ofrece una impresionante vista de la capital sueca cubierta de nieve. Las gélidas temperaturas invernales hacen que los alces se sientan especialmente a gusto.
Sin embargo, las temperaturas están subiendo. El cambio climático no se detiene ni siquiera en la fría Escandinavia. Según el Instituto Sueco de Meteorología e Hidrología (SMHI), el país se ha calentado casi dos grados desde finales del siglo XIX. Esto también tiene consecuencias para los alces, habitantes típicos de los bosques nórdicos.
A diferencia de sus congéneres en libertad, Zilke, de tres años, y Älvira, que es un año más joven, viven en Skansen más protegidos, sin enemigos ni tener que competir por su alimento, pero nadie puede salvarlos tan fácilmente de la crisis climática.
«En Suecia hemos visto efectos en la población de alces», asevera Victor, empleado y cuidador del parque zoológico, y añade que especialmente las olas de calor estivales, que ha sufrido en particular el sur del país en los últimos años, no son buenas para los animales.
A los alces les gusta el frío. Según Anders Nilsson, de la asociación de cazadores suecos, las bajas temperaturas son decisivas para los animales. Cuando Nilsson sale de su oficina en el refugio de vida silvestre Öster Malma, a unos 70 kilómetros al suroeste de Estocolmo, la nieve le llega a los tobillos. Las bajas temperaturas crean buenas condiciones para los cinco alces que viven en estas tierras protegidas.
Según Nilsson, los animales se sienten cómodos con temperaturas invernales de no más de cinco grados, mientras que en verano la marca máxima no debe superar los 15 grados. En el sur de Suecia, que es más cálido, los animales podrían tener dificultades en el futuro a medida que suban las temperaturas.
Según el investigador de fauna silvestre Hendrik Bluhm, el cambio climático también influye en la calidad de los alimentos disponibles para los alces. El experto alemán del Instituto de Geografía de la Universidad Humboldt de Berlín explica que los periodos vegetativos o de crecimiento de las plantas están cambiando, y que ya no coinciden tan bien con la época de nacimiento de las crías de alce. Según Bluhm, esto significa que, cuando las madres necesitan realmente alimentos que aporten energía, las plantas ya no son tan frescas y ricas en nutrientes.
Nilsson informa que la consecuencia es que, especialmente en el sur de Suecia, los terneros pesan menos, y que incluso los animales adultos, que pueden pesar hasta media tonelada, ya no son tan grandes. «Cuando pierden peso corporal, su capacidad reproductora es normalmente menor, y eso es, por supuesto, un problema a largo plazo», afirma el sueco. Además, explica que una hembra de alce joven y sana suele tener una cría a los dos años y medio, pero que, si su salud empeora, puede que la reproducción tenga lugar solo a los cuatro o cinco años.
Según el investigador de fauna silvestre Fredrik Widemo, no solo el tamaño de las crías, sino también su número está disminuyendo en toda Suecia. Esto puede atribuirse, al menos en parte, a las consecuencias del cambio climático. En otras regiones del mundo ya se han constatado fenómenos similares. El experto de la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas precisa que en las zonas meridionales del área de distribución geográfica en América del Norte, por ejemplo, ya no quedan alces debido a la crisis climática. «Es probable que esto ocurra también en el sur de Suecia si no conseguimos invertir la tendencia actual», advierte el científico.
Pero, ¿cómo puede invertirse esta evolución, además de propiciar una protección climática más decidida? Widemo sugiere, por ejemplo, plantar más vegetación, como arbustos de arándanos y pinos para facilitar el acceso de los alces a la comida. Su colega alemán Bluhm sostiene que en las fases cálidas y secas son importantes las zonas que proporcionan refrigeración, como los humedales, los lagos y los bosques densos. El tiempo dirá «si hay un límite absoluto a partir del cual ya no sea posible revertir la situación, o si hay ciertos aspectos que ahora no son óptimos, pero a los cuales los animales sean capaces de adaptarse y así poder sobrevivir y ser productivos», añade Bluhm.
El alce es un animal bastante exigente. Victor, el cuidador de los alces de Skansen, también lo ve durante la alimentación diaria, que en invierno consiste, entre otros, en corteza de pino. «Los arbustos de arándanos son su golosina preferida», señala, y añade que a los animales no les gusta mucho experimentar.
Según el director del parque zoológico, Tomas Frisk, el museo al aire libre de Skansen recibe 1,4 millones de visitantes al año, la mitad de ellos vienen del extranjero. Los turistas procedentes de Alemania, prosigue Frisk, constituyen el grupo más numeroso. Según el director de Skagen, los visitantes extranjeros se interesan especialmente por los renos y los alces. Y por el momento aún pueden verse muchos de ellos en libertad en Suecia: según la asociación de cazadores, en verano viven en el país entre 240.000 y 360.000 alces.
Según Nilsson, la crisis climática y su impacto en los animales podría influir también en el turismo: «En un futuro lejano, los alemanes quizá tengan que viajar más al norte para ver un alce», explica Bluhm, argumentando que en el sur de Suecia, la población podría disminuir. La razón: si el aumento de las temperaturas y los fenómenos extremos, como sequías u olas de calor, se convierten en la norma y no en la excepción, el área de distribución geográfica de los alces en el país podría reducirse.
Victor teme que un día ya no haya alces en el sur de Suecia. Pero de momento ve un rayo de esperanza en Zilke y Älvira, ya que sospecha que la pareja de alces está en la dulce espera, lo que enriquecería el museo y parque zoológico de Skansen con una pequeña cría.
Por Demy Becker (dpa)