(dpa) – Colmar, con su idílico estilo de entramado de madera y su romántico casco antiguo, se encuentra en Alsacia, ¿o no? Algunos se frotan los ojos en la jungla de Malasia cuando en medio del verde aparece un clon tropical del pueblo francés.
La cálida voz de Charles Trenet suena en los altoparlantes al pasar por coloridas casas de entramado de madera con ventanales y torrecillas. «La Mer…», entona el cantante.
La gente pasea por la calle de adoquines; de una «boulangerie», una panadería al mejor estilo francés, emana el aroma a croissants crujientes. Un rincón típico de Francia, si no fuera por las lluvias monzónicas y la jungla que rodea el lugar.
La solución al enigma está en Malasia. A tan solo una hora de coche al noreste de la capital, Kuala Lumpur, se levanta una réplica de Colmar, la pequeña ciudad de la región de Alsacia declarada Patrimonio de la Humanidad. El nombre, apropiado, del clon en la selva tropical es Colmar Tropicale.
El exjefe de Gobierno de Malasia Mahathir Mohamad, de 97 años, fue el autor de esta idea bizarra.
Tras un viaje a Europa, Mohamad regresó tan cautivado por el encanto de esta pequeña ciudad francesa que convenció -en los años 90- a su amigo Vincent Tan, multimillonario y empresario de la construcción, de llevar ese lugar idílico a Asia y financiar una «pequeña Colmar» en la selva de Berjaya Hills.
Así, de acuerdo a los planos del arquitecto francés Jean Cassou, se construyó en este lugar una especie de parque temático que reúne restaurantes, cafés y un complejo turístico con 235 habitaciones de hotel. Una réplica del castillo famoso Haut-Koenigsbourg de Alsacia -cuya versión original se encuentra a unos 25 kilómetros de Colmar- se alza en tanto en una colina contigua.
De los tejados a dos aguas con dibujos a los balcones de madera, de las fachadas en tonos pastel a los postigos decorativos, de los maceteros con flores a las mesas de bistró, de las fuentes que salpican a los paseantes a los pasteles elaborados según receta original francesa, Colmar Tropicale es cualquier cosa menos una imitación barata. Y tampoco es una especie de Disneylandia alsaciana.
La ilusión francesa es casi perfecta, más allá del aire ecuatorial. Al menos para los visitantes que nunca han estado en Europa.
«Para nosotros, es una forma de conocer otro mundo sin tener que viajar a Francia», dice Nor Atikah Omar, una profesora del sureño estado malayo de Johor. Es la primera vez que visita el lugar con su marido, por recomendación de unos amigos.
La visitante asegura que hay mucho para recorrer y que la comida es fantástica. «Es realmente una gran atracción turística», afirma entusiasmada esta mujer, de 43 años.
Pero, por supuesto, no todo es fiel al original porque, probablemente, eso habría estado fuera del alcance financiero incluso de un multimillonario.
«Intentamos importar material de las canteras de Adamswiller, pero era demasiado caro», declaró el arquitecto Cassou a la revista francesa «L’Express» durante las obras, en 1998. «Tuvimos que conformarnos con piedras de la India», admitió en aquel momento.
La mayor parte del mobiliario interior también se hizo con mano de obra local malaya.
El entonces director del proyecto, Daniel Leong, recalcó a «L’Express»: «Nuestro deseo no es competir con Alsacia, sino simplemente copiar Colmar lo mejor posible». O en pocas palabras: evocar el ambiente del Occidente medieval en Malasia. «Para nosotros, los castillos son una especie de mito», afirmó.
El momento cúlmine llegó por fin en el año 2000, cuando la réplica de Colmar abrió sus puertas. Desde entonces, atrae a visitantes tanto de lugares cercanos como lejanos. Incluso el veterano político Mahathir y el multimillonario Vincent Tan viajan de vez en cuando para pasear por su visión hecha realidad.
«Al principio, me sentía como en Francia», dice Al Fatah, que desde hace un año atiende a los clientes en la «boulangerie». Maneja de forma experta las palancas de la cafetera y sirve un «Café au Lait» (café con leche) en la taza, acompañado de la voz de Edith Piaf.
¿Cómo se siente hoy? «Como si estuviera en Malasia», ríe. «Colmar Tropicale es un destino extraordinario para la mayoría, y a la gente le encanta», asegura. Aproximadamente la mitad de los clientes procede de Malasia, y la otra mitad de países árabes, China y Rusia.
Para quien no conozca la ciudad original, la réplica parece coherente. Sin embargo, si se examina más de cerca, queda claro que también hubo algunas trampas. Por ejemplo, los creadores integraron en la Colmar tropical varios monumentos conocidos de otros municipios alsacianos, como la torre del reloj de Riquewihr y la torre vigía de Kaysersberg.
A la entrada, justo después del puente levadizo, dos coloridos loros esperan graznando para fotografiarse con los turistas. Eso no encaja mucho con Alsacia.
También puede sorprender que una casa con entramado de madera y postigos rosados tenga un cartel de Starbucks. Pero tiene sentido. Y no solo porque también hay una sucursal en la auténtica Colmar, sino sobre todo porque el multimillonario Vincent Tan, con su «Berjaya Group», controla toda la cadena estadounidense de cafeterías en Malasia desde 2014.
Por Carola Frentzen y Genevieve Tan Shu Thung (dpa)