Schönefeld (Alemania), 12 ago (dpa) – El nuevo aeropuerto internacional de Berlín, cuya apertura estaba prevista para 2011 pero que no ha llegado a producirse por una serie de diversos contratiempos devenidos en escándalo, se ha convertido de forma temporal en un aparcamiento para automóviles de la marca Volkswagen.
Cientos de vehículos de la fabricante alemana que no pueden ponerse a la venta porque carecen de los permisos pertinentes han sido trasladados en camiones en los últimos días a las dependencias del futuro aeropuerto, según informó un portavoz.
El almacenaje de coches continuará todavía en las próximas semanas, agregó el vocero. En total, la automotriz germana ha alquilado unas 8.000 plazas de aparcamiento en el nuevo aeropuerto que avergüenza a Alemania.
La introducción en septiembre de la nueva legislación sobre emisiones contaminantes WLTP para todos los vehículos nuevos, ha obligado al gigante automovilístico Volkswagen a almacenar miles de sus coches a la espera de poder certificar que se ajustan a los vigentes requisitos y que cuentan con los certificados necesarios para circular.
La nueva normativa sobre emisiones requiere una conversión de la gama de modelos para incluir un filtro de partículas y una nueva reprogramación (de los coches) antes del 1 de septiembre de este año, lo que está causando un gran quebradero de cabeza a las fabricantes.
El gran aeropuerto que iba a dar lustre a la tercera ciudad más visitada de Europa, por detrás de Londres y París, y que preveía acoger a unos 55 millones de pasajeros en 2040, sigue cerrado a cal y canto.
Su inauguración ha sido aplazada hasta en cinco ocasiones. Según las autoridades alemanas, comenzará a operar finalmente en octubre de 2020, nueve años después de lo previsto y tras verse afectado por acusaciones de corrupción, numerosos escándalos y contratiempos a causa de la deficiente planificación, los sobrecostes y los incontables problemas técnicos relacionados con el sistema contra incendios.
Los continuos retrasos y problemas del aeropuerto han motivado que a lo largo de los últimos años muchas voces cuestionaran en Alemania la idoneidad de los políticos a la hora de encargarse de la construcción de la infraestructura.
Desde que comenzó a construirse en 2006, los costes de este macroproyecto han ascendido de los 2.000 millones de euros (2.350 millones de dólares) a los 6.500 millones, alargando así la sombra de una obra fracasada.