Durante décadas, la vida en Carreño se ha sostenido gracias a oficios que hoy apenas sobreviven. Carpinteros de ribera, zapateros, herreros o canteros formaban parte del paisaje cotidiano y daban carácter a la economía local. Aunque muchos han desaparecido, su recuerdo sigue vivo en la memoria colectiva y en algunas historias que se resisten a apagarse.

En Candás, la figura del carpintero de ribera es quizás la más simbólica. El mar exigía barcos resistentes y cada embarcación nacía de la destreza manual de artesanos que sabían leer la madera como pocos. Hoy apenas quedan testimonios de aquel trabajo, pero quienes vivieron esa época recuerdan el olor a serrín y el sonido de los mazos en los talleres cercanos al puerto.
Algo parecido ocurrió con los zapateros, que arreglaban calzado a golpe de aguja e hilo encerado. Sus pequeños locales eran lugares de encuentro vecinal, donde además de reparar botas se compartían noticias y anécdotas del día. Ahora, con el consumo rápido, apenas queda espacio para ese tipo de oficios, sustituidos por la producción industrial.
El herrero, que antaño elaboraba rejas, clavos y utensilios agrícolas, también forma parte del pasado. Muchos pueblos de Carreño tenían al suyo, indispensable para labradores y ganaderos. Sus fraguas iluminadas al rojo vivo son un recuerdo romántico de un tiempo en que cada herramienta tenía detrás un rostro y unas manos concretas.
Hoy, aunque gran parte de esos trabajos ya no se ejercen, algunos talleres y asociaciones tratan de mantener vivo el conocimiento. Ferias de artesanía, jornadas culturales o incluso pequeñas escuelas de oficios ofrecen una segunda vida a técnicas que de otro modo se perderían.
Carreño, como tantos concejos asturianos, cambia con los tiempos. Sin embargo, los oficios que desaparecen no se olvidan: forman parte de la identidad y explican cómo era la vida antes de la modernidad. Recordarlos es también una forma de valorar el esfuerzo de quienes, con su trabajo humilde, levantaron comunidades enteras.