Ciudad Hidalgo (México), 20 oct (dpa) – Volaron piedras, hubo gritos. Quedaron zapatos abandonados en el suelo, niños en lágrimas, caras ensangrentadas. Una masa humana de migrantes se desbordó en la frontera entre México y Guatemala. Después, llegó la calma, pero no las certezas.
«Nosotros no venimos a molestar a nadie, lo que queremos es pasar. Pasar dignamente para seguir hasta arriba, hasta los Estados Unidos», dijo a dpa Juan Carlos Montejo, un hondureño de 30 años, que quiere ver cumplido su «sueño americano».
Para la mayoría de los migrantes el futuro no está claro. Algunos quieren seguir a toda costa hasta Estados Unidos, aunque México ha advertido que sólo dejará pasar a quienes tengan documentos migratorios. Pero nadie que tuviera una visa estaría tratando de entrar de esa manera.
Otros quieren pedir refugio en México, un trámite que los obligará a permanecer hasta tres meses detenidos en instalaciones migratorias, mientras se estudia si reúnen las condiciones.
«Venimos emigrando de nuestro país por la crisis que cruza. En mi país no se puede vivir porque ahí no le alcanza para nada a uno el sueldo. Ahí no hay trabajo, no hay seguridad, no hay educación, no hay nada. Entonces venimos para acá, para Estados Unidos, para darle un futuro mejor a nuestras familias», agregó Montejo.
La caravana que salió el sábado desde San Pedro Sula en Honduras, una de las ciudades más violentas del mundo, con la esperanza de alcanzar Estados Unidos se fue engrosando hasta reunir a unas 5.000 personas al llegar a la frontera mexicana, unos 650 kilómetros y una semana después.
Una enorme columna de personas quedó en el puente fronterizo entre México y Guatemala sobre el río Suchiate, entre Tecún Umán y Ciudad Hidalgo, a la espera de poder cruzar, mientras desde Estados Unidos el presidente Donald Trump agradecía a México haber frenado su avance.
«Salimos caminando, con esfuerzo, sufriendo», dijo a dpa Dani Infantes, oriundo de Copán. «Nosotros no venimos aquí por ganas de seguir sufriendo, venimos porque no podemos vivir en nuestro país. No hay trabajo, no nos alcanza», se lamentó.
Infantes esperaba junto a la reja en el puente fronterizo cuando las autoridades mexicanas empezaron a dejar pasar a pequeños grupos de mujeres y niños para analizar sus casos, pasado el tumulto.
«En Honduras la delincuencia no te deja vivir, los maleros te cobran extorsión. Aunque queramos trabajar no hay trabajo», dijo. «Nosotros no somos delincuentes, queremos venir a trabajar. Solo queremos el paso, nada más».
Dani Mauricio Portillo, otro de los migrantes, oriundo de Ocotepeque, se mostraba confiado. «Yo sé que vamos a lograr el pase con ellos, pero tranquilamente», dijo con respecto a las autoridades mexicanas. Pero su meta era también seguir camino.
«Quiero llegar a Estados Unidos porque tengo dos niños y en Honduras no se puede vivir», señaló. «Muchos van a quedarse aquí en México, pero yo cueste lo que cueste, voy a llegar a Estados Unidos».
En Guatemala, otros grupos de migrantes hondureños siguieron llegando el viernes, según informó el sacerdote brasileño Mauro Verzeletti, que dirige la Casa del Migrante en la capital guatemalteca.
«Hasta el momento hemos recibido más de 11.000 migrantes en la Casa del Migrantes, donde los hemos apoyado con las primeras ayudas humanitarias», dijo a medios locales.
La crisis parece apenas estar empezando. Algunos migrantes prefirieron lanzarse al río Suchiate y treparse a las balsas de neumáticos y tablas de madera que cruzan el río constantemente con mercancías.
Cuesta unos 25 pesos (1,3 dólares) el traslado y por eso son muchos los que prefieren cruzar por ahí, aunque implique el riesgo de ser detenidos y deportados.
Los migrantes que no puedan ser atendidos por las autoridades mexicanas tendrán que quedarse en Tecún Umán hasta que les toque el turno de pasar a presentar sus casos. Pueden ser semanas.
Los que lograron pasar fueron trasladados a la Feria Internacional de la vecina ciudad de Tapachula, habilitada como albergue provisional.
«Necesitamos el apoyo de ustedes, hermanos. Todos somos hermanos», suplicaba Daniel Martínez Díaz en el puente. Una mujer que hizo la travesía con su esposo y su hija no dejaba de mostrar su alegría: «Me siento muy feliz porque estoy pisando tierra mexicana. Gracias a Dios. Hay mucha gente sin trabajo y necesitamos una ayuda».
Por Rafael Victorio y Andrea Sosa Cabrios (dpa)