(dpa) – El pez piedra descansa en el talud a 28 metros de profundidad y no parece muy impresionado por los buzos que nadan a su alrededor, salvo cuando uno de ellos saca su cámara.
El acechador, que gracias a su camuflaje se parece más bien a un trozo de coral, se levanta brevemente, pero luego se pone de lado y da la espalda a sus visitantes. El sedimento que lo cubre se desliza hasta el fondo.
Los peces y otras criaturas marinas parecen bastante indiferentes a los numerosos buzos que se sumergen día tras día en el mar Rojo de Egipto con sus equipos aparatosos.
Por eso, los que aquí se atreven a echar un vistazo bajo el agua están más que encantados. En el mar se abren mundos fantásticos, bosques silenciosos llenos de bancos de corales de cientos de años. Un fotógrafo asegura que bucear aquí es como «nadar en un acuario».
La entrada principal a este «acuario» está en Sharm el Sheij, un centro turístico en el extremo sur de la península del Sinaí.
El balneario se desarrolló en la década de 1980, aún bajo ocupación israelí. Después de que Israel retirara sus tropas, Egipto siguió adelante con la expansión hotelera, y la agencia de viajes en línea Expedia cuenta ahora con unos 450 alojamientos, de los cuales muchos están situados junto a tiendas de buceo o tienen sus propios proveedores que ofrecen paquetes para buceadores con tubo o esnórquel.
Sumergirse en un paraíso submarino
El sol de la mañana ya brilla sobre el mar cuando el guía de buceo Saif reúne a sus huéspedes en el hotel. Decenas de barcos de buceo con nombres como «Capitán Morgan», «Planeta Azul», «Hamburgo» y «Nemo» ya están listos para salir.
Aquí comienza la zona marina protegida del Parque Nacional de Ras Mohammed, que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) describe como «el paraíso submarino de Egipto», uno de los más protegidos del mundo.
El arrecife, un complejo ecosistema para innumerables especies, es el mayor de África y se extiende a lo largo de 2.000 kilómetros desde Egipto hasta Sudán y Eritrea.
Finalmente comienza la gran aventura: se aspiran las primeras bocanadas del tubo de aire comprimido, se echa un vistazo hacia abajo y se inicia la inmersión. El agua salada penetra en el traje de neopreno, se calienta y envuelve el cuerpo.
Así, el voluminoso equipo que se acaba de cargar torpemente hasta el borde del barco se convierte en una chaqueta de verano dúctil y las aletas en calcetines eléctricos.
Entre morenas y peces loro
Rápidamente nos sumergimos a cuatro, siete y hasta doce metros de profundidad. Los peces payaso juegan al escondite y las morenas de un metro de largo serpentean entre las rocas. Un pez loro del tamaño de un caniche se pasea despreocupadamente por el fondo, y más tarde se desliza delante nuestro un pez Napoleón de metro y medio, especie que la UICN incluyó en su Lista Roja de Especies Amenazadas.
Las estrellas aquí abajo, eso está claro, son los peces y las tortugas. En días buenos, hasta merodean delfines, tiburones ballena y tiburones blancos oceánicos por aquí.
El espectáculo se completa con el telón de fondo de magníficos corales que, según Anders Meibom, no tienen parangón en el mundo. El investigador del Centro Transnacional del mar Rojo los califica incluso de «esperanza para la humanidad», porque son especialmente resistentes en tiempos de cambio climático.
Esponjas psicoactivas y cerebros fosilizados
«El Caribe está más o menos extinguido», describe Meibom la situación de los corales en ese mar, y también señala que las Maldivas, en el océano Índico, están en «muy mal estado».
El triángulo coralino en torno a Indonesia y sus vecinos también está «sometido a una enorme presión por la contaminación y las aguas residuales», destaca el científico.
El calentamiento de los océanos está acelerando el proceso de blanqueamiento y no se detiene en la famosa Gran Barrera de Coral australiana.
Los corales también están bajo presión en el Golfo de Áqaba, una especie de bañera secundaria del mar Rojo que tiene a Sharm el Sheij como tapón. Sin embargo aquí tienen defensas especiales contra las temperaturas más altas. El motivo fue probablemente la última glaciación, hace unos 18.000 años, tras la cual los corales se extendieron lentamente en esta región. Como en su camino había zonas con temperaturas más altas, sobrevivieron estos ejemplares muy resistentes al calor.
«Este tipo de resistencia al calentamiento no existe en ningún otro lugar», explica Meibom, que hace unos meses estuvo con un equipo en el golfo de Áqaba. Las fascinantes formaciones parecen alternativamente arbustos luminosos, praderas de flores, campos de brócoli, esponjas psicoactivas y cerebros fosilizados. Algunas se formaron hace más de 50 millones de años.
Cuesta creer que esta antigua selva tropical submarina pueda contemplarse simplemente caminando en traje de baño por el muelle. Pero así es. En Sharm el Sheij y más al norte, en Dahab y Nuwaiba, la experiencia de esnórquel y el buceo submarino pueden iniciarse literalmente desde la orilla.
Limitar el daño a los arrecifes
Incluso los turistas, que llegan aquí masivamente, a veces resultan simpáticos en este paisaje. Visto desde debajo del agua, es gracioso ver a una persona flotando en el arrecife mientras patalea lentamente y charla con algún otro veraneante.
Por supuesto que el turismo también genera graves daños. Según la investigadora Jessica Bellworthy, junto con la contaminación por petróleo y metales pesados y el desarrollo costero, el turismo es uno de los mayores factores de estrés para los corales.
«Si no podemos limitar el daño local a nuestros arrecifes de coral, y eso debe suceder rápidamente, ya ni siquiera importará su extraordinaria resistencia al calor», afirma Bellworthy, quien trabaja en el Laboratorio de Biomineralización y Fisiología del Coral de la Universidad israelí de Haifa.
Con esta perspectiva tan sombría, sería deseable que todos los complejos turísticos costeros hubieran permanecido tan prístinos como Nuwaiba, más al norte, con sus cabañas con techo de paja. Aquí, el aire cálido del desierto sopla en la cara de los visitantes y los colores pastel de las montañas cambian entre el marrón-grisáceo y el beige, dependiendo de la posición del sol. Al atardecer, las montañas parecen pintadas en el horizonte brumoso.
A más tardar después de la tercera inmersión creemos haber comprendido la vida diaria de los habitantes del mar y quisiéramos quedarnos más tiempo aquí abajo y ser pez durante un rato.
Por Johannes Sadek (dpa)